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miércoles, 27 de agosto de 2008

Vista de lince 27

Los semáforos en rojo




Hace muchos años, no recuerdo cuántos, vengo viendo este mismo aviso en las busetas de Santra, una empresa de transporte urbano de Medellín y Envigado. Lo imprimen una y otra vez sin que nadie se dé cuenta de que los semáforos en rojo no ponen en riesgo la seguridad de nadie. Causa de riesgo es el que algunos conductores imprudentes se pasen esos semáforos en rojo. Alguna vez hice ese comentario en la Vista de lince cuando aparecía en El Colombiano. Un arreglo a la redacción del aviso preventivo le sería conveniente a la Empresa.

De aquí y de allá

Peligrosos mensajes de texto
Por Redacción Vivir
Antes de leer un mensaje de texto en su celular, tómese el tiempo para verificar si está en un lugar seguro y tome algunas medidas preventivas. Esta semana, el American College of Emergency Physicians advirtió que cada vez son más frecuentes los accidentes mortales y las lesiones graves entre personas que se distraen por leer un mensaje en su celular.
Linda Lawrence, presidenta de esta asociación, aseguró en un comunicado de prensa que en las salas de urgencias han aumentado los pacientes lesionados luego de una distracción por culpa del celular. Las lesiones más graves son el resultado de choques entre peatones manipulando su celular contra automóviles, ciclistas y patinadores.
“La gente envía y recibe mensajes, se tropieza y cae de cara contra el pavimento, sobre todo los adolescentes y los adultos jóvenes. Vemos muchas lesiones de cara, mandíbula, boca y ojos por las caídas”, señaló el Dr. James Adams, profesor y presidente del Departamento de Medicina de emergencias de la facultad de medicina Feinberg de la Universidad Northwestern de Chicago.
Los descuidos, como lo advirtió el Dr. Matthew Lewin, del Hospital de San Francisco de la Universidad de California, en algunas ocasiones llegan a ser fatales. Él mismo presenció cómo una mujer era arrollada por una camioneta mientras leía un mensaje de texto.
Así como manejar un auto y hablar por celular puede elevar hasta cuatro veces el riesgo de accidente, según lo han establecido diferentes investigaciones, ahora está claro que caminar y usar el teléfono móvil es una actividad riesgosa. Así que cuando vuelva a sonar su celular o reciba un mensaje de texto, piense que si no tiene cuidado puede ser el último que reciba.
Tomado de El Espectador.com (08-08-26). El resaltado en color es mío.

lunes, 25 de agosto de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno
La cofradía XXL
Les voy a contar un secreto. Mis hermanos me perdonarán por revelarlo, pero no podemos seguir viviendo una mentira. Ustedes, pobres ovejas descarriadas, creen lo que ven en la televisión y lo que leen en los periódicos, pero no saben la verdad. La verdad verdaderamente verídica de este mundo es que los que estamos al mando somos los de tallaje superior.
Así como lo leen. Este mundo que tanto se ha dicho es diseñado para los flacos en realidad es comandado por los gordos. Somos los XL los que en realidad estamos al frente de todo lo que sucede. Fíjense ustedes mismos…, los actores son XS, pero los productores son XL; las primeras damas son XS, pero las ministras son XL; las modelos son XS, pero las dueñas de las casas de modas son XL. Los XL nos alejamos de la luz, contentos con dominar el mundo desde los oscuros rincones de nuestros restaurantes preferidos. Todo lo que ustedes ven, la desesperación por lograr una figura perfecta, la locura por una apariencia sólo superficialmente sana, la noción retorcida de que los huesos son sexy, todo es obra nuestra, es una cortina de humo creada para entretener a la gente para que no se den cuenta de nuestro poderío. ¿No me creen? Los números no mienten.
Los XL somos mejores amantes (somos naturalmente altruistas), mejores compañeros (entre más platos se sirven, más temas hay que dominar) y mejores amigos (siempre hay tiempo para el postre y un consejito más) y mejores empleados (conocemos el valor del dinero pues lo vemos representado en empanadas) y mejores clientes (con dos gorditos fieles sobrevive cualquier panadería). Piensen en lo siguiente: los XS eligen los restaurantes basados en la decoración; nosotros, en la comida. ¿Con quién prefieren salir?
Y eso de que es poco saludable tener unos kilos de más… falso. La verdad está empezando a filtrarse, empezando por el estudio revelado hace pocos días en el que los resultados de 28 mil pacientes con problemas cardiacos mostraron claramente que los pacientes que tenían sobrepeso tenían menos riesgo de morir luego de un infarto. Durante tres años los científicos de la Universidad de Alberta trataron de encontrar un vínculo entre el peso y la mortandad. Lo que encontraron fue que el peso, pesa a la hora de sobrevivir.
Por eso he tomado la decisión de contarles sobre nuestra cofradía, porque ya no vamos a poder mantener el secreto mucho más tiempo. Tarde o temprano verán que eso de los problemas de tiroides y el cuento de que “tengo huesos grandes” es pura paja. Lo decimos para que nos den esas miradas piadosas y nos descarten como inofensivos para que no nos vean como la amenaza que realmente somos. Un buen depredador siempre tiene un excelente disfraz y el de nosotros es el mejor de todos porque hacemos que ustedes lo luzcan. Así, nosotros estamos plácidamente esparcidos sobre nuestros reales aposentos mientras los delgados luchan por apagar incendios (un XXL no puede ser bombero), conquistar el espacio (no hay trajes espaciales en nuestra talla) y posan para los calendarios.
Por eso, la próxima vez que vean a un gordito respirando con dificultad al subir una escalera y sintieron un poco de pesar, guárdense su pesar y témanle como es debido porque ese ‘gordito’ probablemente es dueño del Ferrari que está parqueado afuera, está casado con una supermodelo y tiene acciones en AT&T.
Ángela Álvarez V.
angela_alvarez_v@yahoo.com

miércoles, 20 de agosto de 2008

Comida para gatos

Comida para gatos






Por lo general uno tiende a relatar las anécdotas en la que es ganador y los perdedores son otros. Bueno, ésta es una excepción en la que el relator fue un ingenuo que no alcanzó a ver las señales que se le presentaban.

Estaba yo de jefe de Zona de Occidente en Empresa Antioqueña de Energía, EADE, con sede en Santa Fe de Antioquia. Algún día me manifestó el almacenista, Carlos Arboleda, que el almacén estaba infestado de ratones con el consiguiente peligro de deterioro de muchos de los materiales que allí guardábamos.

Coincidencialmente en la casa de mi madre en Medellín había tres gatas y dos gatos que mantenían una producción de felinos que no nos daba abasto para estar regalándolos.

–Hombre, Carlos, yo tengo la solución –le dije–. Casualmente hay en mi casa una tanda de gaticos que ya están en edad de regalar, traeré uno el próximo lunes.

Efectivamente traje a la subestación un gatico y una gatica ambos de color negro aunque estaban enrazados en siamés café, pero en estos dos ejemplares primó el color negro.

Le dije a Carlos que escogiera el que dejaríamos para el almacén y que regalaríamos el otro, pero Carlos se prendó de ambos y me pidió que dejáramos esa parejita.

Después hablamos de cómo los alimentaríamos y acordamos comprar el boge (así pronunciamos los paisas el bofe de la res que se da de alimento a los gatos) y algo de leche y que compartiríamos ese gasto.

Todo marchó bien durante la infancia y la adolescencia de los felinos, pero cuando fueron entrando en la edad adulta comenzamos a notar, Carlos y yo, los afectados, que el gasto de boge fue aumentando de manera exorbitante. Mejor dicho, esos gatos nos estaban costando casi lo mismo que los hijos de cada uno.

El asunto pasó de preocupante a grave un día en el que el reclamo mutuo por el sostenimiento de los gatos nos lo hicimos en términos no muy corteses.

Al terminar la jornada de aquel día, determinamos, como personas civilizadas, que un par de animales no podían deteriorar las relaciones laborales y que lo más conveniente sería regalar los gatos y no ensuciar nuestras hojas de vida con una pelea en la que uno o ambos saldríamos mal librados.

Pensamos que iría a ser difícil regalar la gata por cuanto en una relación incestuosa con su hermano había quedado preñada de cuatro hermosos gatitos que ya habían nacido. Nos equivocamos porque tan pronto como anunciamos el regalo de seis felinos apareció un campesino con un costal que pidió llevarse la madre con los críos, el padre quedó en alguna de las casa de Santa Fe de Antioquia.

Desaparecidos los gatos ya no hablaríamos más de boge ni de leche, ni de nada que se les pareciera.

Bueno, eso creíamos.

Algunos meses después del incidente alimentario felino fui trasladado a Tarazá por disposición de la gerente Rosa Roldán. Como siempre sucede, un traslado de un jefe es lamentado por unos y festejado por otros y el mío no fue la excepción.

Quienes lamentaron mi traslado se reunieron en uno de los restaurantes de la ciudad madre para brindarme una comida y hacer las manifestaciones de pesar pertinentes.

De pronto tomó la palabra Fáber Machado, el operador de subestación más plaga que conocí en los 11 años de servicio en esa entidad. Se proclamó como orador central del evento y exageró las cualidades del suscrito, lo que tuve que recibir entre sonrojos y melancolías. Cuando terminó la parte laudatoria, manifestó que tenía un pecado oculto del que no había podido obtener perdón porque aunque ya había hecho suficiente examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de la enmienda, le había faltado valor para la confesión de boca. Mientras tanto, no me miraba a mí sino a mi comadre y gran amiga Aura Elena Soto y ambos esbozaban una sonrisa maliciosa que me empezó a incomodar.

Con voz moderada y cabeza gacha, cual colegial que no había cumplido la tarea, fue soltando que él y Aura Elena habían sido los culpables de la crisis en las relaciones entre el almacenista y el jefe por la comida de los gatos.

Como hasta el momento yo seguía gringo en el asunto, Fáber continuó su relato:

–Cuando usted salía a desayunar al parque, ingeniero, su comadre y mi persona nos procurábamos un buen desayuno en el que incluíamos boge frito, causa por la cual usted y Carlos creían que los gatos habían duplicado su apetencia.

Todos los asistentes reíamos a mandíbula batiente, hasta Carlos y yo. Por mi cabeza empezaron a circular recuerdos que confirmaban mi ingenuidad:

Fáber se había autoencargado de avisar cuándo era necesario comprar el boge para que los gaticos no padecieran hambre. ¡Tan considerado! No ponía un peso, pero estaba pendiente de quién fuera a la plaza y trajera el encargo.

Algunas veces en las que yo regresaba demasiado pronto, no bien me había bajado del carro ya Aura Elena estaba poniendo en mi escritorio una buena taza de café calientito; ahora comprendía que era para que no me fuera a aparecer por la cocineta.

En ocasiones en que manifestaba mi decisión de no salir a desayunar, Aura Elena estaba presta a recordarme algún compromiso adquirido por fuera de la oficina, tal como una conversación con algún funcionario de la Administración municipal o de alguna otra entidad; revisar algún proyecto pendiente de aprobación o hasta me alentaba para que fuera a mirar el avance de alguna obra que estuviera realizando Capacete (Bercelio Ocampo) y su cuadrilla. ¡Qué eficiencia de secretaria tenía yo en aquel tiempo y eso que ése no era su cargo!

Afortunadamente sólo ocurría cada tres días cuando a Fáber le tocaba el turno de día.

Iba a rendir ese boge con cuatro gatos ñarriándole.

Cuando ya estaba instalado en Tarazá, alguna vez me dijo mi hermana María Elena que había otra tanda de gatos y me preguntó si quería llevar para Tarazá. Le dije que no y le conté el incidente de Santa Fe de Antioquia.

-Pero sí sos bruto –me dijo–, no sias anticuado, ya los gatos no se alimentan con boge, andá al Superley y comprate un paquete de Cat Chow, comida para gatos, que vale lo mismo que una libra de boge y dura una semana por gato.

Así hice y hubo gatos en Tarazá y luego en Cisneros, en Apartadó y nuevamente en Tarazá. Cada vez que los alimentaba con Cat Chow me imaginaba a Fáber y a Aura Elena fritando esas estrellitas de mar, esos pececitos y esos higaditos en miniatura que es la forma en que fabrican esa comida para gatos.

Gabriel Escobar Gaviria

domingo, 17 de agosto de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno

Tengo una idea buenísima. Voy montar un call center para quejas de usuarios cansados de ser maltratados. Ya tengo hasta el saludo: “Usted se ha comunicado con Quejacenter. Aquí todos somos clientes preferenciales y las quejas son nuestra razón de ser. Si usted ha sido maltratado por un operador de telefonía celular o de internet, marque uno; si ha sido maltratado por un banco, marque dos; si ha sido maltratado por una oficina del Gobierno municipal, marque tres; si su queja es contra el Gobierno nacional, marque cuatro; si su queja se relaciona con el transporte público terrestre o aéreo, marque cinco; y si llama a quejarse porque sus demás quejas no han sido atendidas por este Centro, simplemente cuelgue el teléfono”. ¿No les parece genial?
No quiero entrar en detalles sobre cómo se me ocurrió esta idea ni usar esta columna para ventilar problemas personales o iniciar una campaña vengativa en contra de alguien que me haya atendido mal (su nombre rima con Bulián), porque no soy resentida ni nada de eso. Simplemente les diré que hoy tuve una revelación mientras hacía una vuelta y decidí que, dado que hay defensor del consumidor, del lector, del televidente y hasta del pueblo, debería haber un defensor del cliente. De ahí salió la idea de una EPS-Q (Empresa Proveedora de Servicios de Quejas), que aún no sé si registrar como ONG o bajo el rótulo de Servicios Públicos, que tenga entre sus funciones la restitución social.
Me refiero a que a veces sólo quejarse no es suficiente y uno necesita acción. Por eso, nuestro portafolio de servicios incluirá el Menú de Restitución: una gama de opciones prácticas y económicas que van desde contratar a un hacker para reprogramar los computadores y hacer que cada cinco minutos salga una grabación de voz que grite “soy un inútil”, hasta la IAA: Intervención Artística Agresiva, porque quejarte tiene algo de ARTE.
Para quienes no conocen la IAA – y no tendrían por qué conocerla, pues me la acabo de inventar- les diré que consiste en usar métodos de expresión artística para llamar la atención de manera no violenta, pero asertiva a la vez. Por ejemplo, uno podría contratar un grafitero para que haga un discreto mural en las afueras de un establecimiento comercial que mostrara una especie de cementerio y la leyenda “Aquí yace la amabilidad: QEPD”. Si la cosa ya es personal y femenina, se puede contratar una coral que entone esa canción que dice “No tiene talento pero es muy buena moza”, con cuidado de separar bien las dos últimas palabras, mientras ondean carteles con fotografías superampliadas de determinada secretaria. Si fue un hombre el agresor, se usan los servicios de un buen diseñador gráfico para alterar una fotografía del empleado en cuestión y, con unos toques de buen mal gusto, producir evidencias gráficas de comportamientos que pueden ir desde lo cómico (borracho en una fiesta mirándole la nalga a la hija del jefe) pasando por lo bochornoso (borracho en una fiesta cogiéndole la nalga a la esposa del jefe) hasta terminar en lo francamente echable (sobrio en una fiesta cogiéndole la nalga AL JEFE).
De esta manera, Quejacenter no sólo estaría prestando un servicio social al permitir a la gente aliviar su carga de quejaceres, sino que sería una excelente manera de generar empleo. ¡Qué vivan las quejas!
Ángela Álvarez V.
angela_alvarez_v@yahoo.com

Vista de lince 26

Recorrido de ayer



Ayer salí temprano de mi casa hacia un laboratorio hematológico porque necesitaba que me hicieran unos exámenes para llevarlos a mi gerontólogo (¿creyeron que me iba a dar pena decir la especialidad del medico ordenador de los exámenes? Pues no, yo nunca me he tragado esos cuentos de tercera edad ni adulto mayor con la que hoy en día disfrazan la vejez). El laboratorio en cuestión queda en el sector de Patio Bonito del barrio El Poblado de Medellín. Llegué a la estación El Poblado en metro y busqué la dirección del laboratorio.


En el camino me encontré un edificio cuyo nombre contiene un gazapo ya tratado en este blog: se trata de la falta de tilde del apellido Piedrahíta, palabra de cuatro sílabas y cuya tilde disuelve el diptongo ai que no es disuelto por la h intermedia. Sin tilde queda una palabra de tres sílabas en la que el diptongo ai se pronuncia como en la palabra gaita. La palabra gaita no lleva tilde y nadie la pronuncia ga-i-ta sino gai-ta. Así pues para la correcta pronunciación de Piedra--ta es necesaria la tilde. ¿Qué dira Piedrahíta?

Cuadras más adelante me encontré un clínica en cuyo aviso están todas las tildes necesarias. ¡Qué valentía! Una tilde en un aviso comercial es una rareza. cuadras atrás había omitido tomarle foto a auna panadería sin tilde, por cuanto avisos sin tildes se consiguen los que quieran; con tildes, muy escasos. Por fin llegue a mi laboratorio al que le pido disculpas por no haberle tomado foto a su aviso de la calle en el que aparecía correctamente la tilde de Hematológico, es decir, otro aviso con tilde en la misma cuadra en donde está el aviso de la clínica. Bueno espero que el crédito redactado sea suficiente, porque en el interior sí encontré dos gazapos y no resistí la tentación de fotografiarlos.

De la atención recibida en el Laboratorio no puedo decir menos que excelente. Mientras me tomaban los datos en la puerta, tomé la foto de un aviso en que los propietarios y trabajadores están convencidos de leer cada que pasan la palabra PRERRECEPCIÓN, pero que no es esa la que está escrita porque le falta un R necesaria para el sonido fuerte de la misma palabra. Cuando terminé de tomar la foto, escuché mi nombre por un altavoz.

–¡Dios mío! –pensé–me van a regañar por la foto.

Pero no. Se trataba de la llamada para que me sacaran la primera muestra: el pago. Bueno, estos sistemas de Medicina Prepagada no son tan dolorosos. Nada me dijeron de la foto.

Me ordenaron subir al segundo piso y mientras buscaba una silla para sentarme a aprovechar la larga espera para leer la prensa y buscar gazapos senti un voz femenina que pronunciaba mi nombre.

–Curioso laboratorio –reflexioné (para no repetir el verbo pensé)– por donde uno va pasando ya saben de uno más que en la casa.

La dueña de la voz femenina que escuché me invitó a pasar a una salita en al que me hicieron sentar en una cómoda silla que más que dolor por la sangre sacada invitaba a sentir el placer por el descanso.

Terminada la faena y después de sacar casi medio litro de muestra, lo que motivó un reclamo de parte mía porque ya pasé de la edad hábil para donación, la joven me comentó que me había hecho merecedor a una invitación a la cafetería.

Bienvenida, invitación, porque después de haber llegado hasta allí en ayunas y dado que el restaurante más cercano estaba a cinco o seis cuadras de distancia, las probabilidades de sobrevivir eran escasas. La joven me orientó a la cafetería en la que me dieron una carta para escoger una bebida y un acompañamiento. Pedí un café con leche y un cruasán, así en español aunque en la carta estaba en francés: croissant (perdonen lo desenfocada de la foto, pero ya no tiene arreglo, además en todo el resto del blog, hasta hoy he demostrado buenas dotes de fotógrafo).

Vista de lince 25

Gazapo campeón







Claro que seguíré insistiendo en publicar una y otra vez este gazapo universal, pues estoy seguro de que se consigue en todos los diarios del país y en muchos extranjeros y de que se escucha en muchos noticieros y programas de televisón, en muchas conferencias, en muchas predicaciones. La cita de la foto superior debe decir: Ganarles a los delincuentes es muy fácil. La foto fue tomada en la estación Parque de Berrío del metro de Medellín, el 11 de agosto de 2008. Ese mismo día salieron estos dos ejemplares del gazapo campeón en el diario El Espectador:




!. Página 14: «Mientras nosotros sí debemos pagarle a los prestadores del servicio». Roberto Cocheteux, Presidente de Organización Sanitas Internacional. Entre otras cosa, escriben Sanitas y todos la pronuncian Sánitas.




Lo correcto es debemos pagarles...




2. Página 40: «El experto en economía Mauricio Rodríguez, le teme a los sapos». Ángela Botero Zuluaga.




Esta cita también trae dos gazapillos adicionales de menor cuantía: uno es es la coma después de Rodrígue que se interpone entre el sujeto y el verbo.; y el otro, la mayúscula que debe llevar la palabra Economía porcuanto aquí se refiere al nombre de la ciencia.




Lo correcto, entonces: El experto en Economía Mauricio Rodríguez les teme a los sapos.






Pero no todo es malo, hay ya algunos redactores que van entendiendo cuál es la forma correcta, el 13 de agosto encontré este titular de primera página cen el Diario El Tiempo de Bogotá:











Y para no demeritar esta bondad, me abstuve de buscar el gazapo campeón en la edición mencionada: lo habría encontrado.

viernes, 15 de agosto de 2008

Vista de lince 24

Clic: ni en inglés ni en español



Uno de los anglicismos que más se han pegado por la lectura de textos en inglés es la onomatopeya del sonido de los botones del ratón (qué cuentos de maus, ratón es la palabra aprobada en español) es el click. En español es clic, no hay necesidad de escribir la k.
En cada uno de los ascensores de la Gobernación de Antioquia pusieron el aviso que hay en la foto, en el que no escriben tal palabra ni en inglés ni en español y don Abel trabajando allí en el piso 11, mientras esos avisos los definen en el 12. A un clic de distancia.

domingo, 10 de agosto de 2008

Vista de lince 23


Vista de lince 22

La edición

«Hizo campañas brillantes e incluso fue el campeón de las dos primeras ediciones de la Copa Colombia en 1951 y en 1952». Fútbol profesional colombiano 60 años, El Tiempo 08-08-06, pág. 1-15

Una de las expresiónes de nunca corregir es la costumbre de los periodistas de llamar versión a lo que es edición. Pongo este aporte de El Tiempo como una rareza de múseo. Podemos ver que sí hay periodistas que recuerdan la exdpresión correcta.
Mayúscula al descuido
«Al preguntársele si la policía podía escuchar las conversaciones de los taxis, un oficial de la policía de Beijing dijo que dichos asuntos eran "confidenciales"». El Tiempo 08-08-06, pág.1-12.
La Policía de Pekín (me gusta mmás que Beiging), como la de cualquier parte del mundo es una institución cuyo nombre propio es la Policía como colectivo. Llevará siempre mayúsculas.
En la cita, podemos ver además dos repeticiones cacofónicas: Policía y dijo-dichos. Al redactore le habría quedado bien así: Al preguntársele si la Policía de Beijing podía escuchar las conversaciones de los taxis, un oficial dijo que esos asuntos eran "confidenciales".
El dopaje
«ApelóSanción por dopaje» El Tiempo 08-08-06, pág. 1-13.
La de la cita es otra de esas expresiones que han sido incorregibles, pero que ya empiezan a verse adoptadas con disciplina. Dopaje debe desplazar al extranjerismo dopping.
Los acrónimos
«La gente paga impuestos en Cade y SuperCade [...] pasamos del caballo al TransMilenio» El Tiempo, Suplemento sobre la fundación de Bogotá.
En este asunto de los acrónimos sí vamos como en reversa. Cada vez se ven más acrónimos con esa ridícula mayúscula intermedia. Es conveniente recordar que los acrónimos son palabras aceptadas por la Real Academia aunque no figuren en el Diccionario y en español no hay mayúsculas intermedias: Supercade, Transmilenio. Siempre aconsejo repasar los acrónimos viejos en los que no se ven mayúscuilas intermedias: Telecom, Tejicóndor, Fabricato, Postobón, Avianca y muchísimos más.
Las disculpas
Pido disculpas a los que ya hayan visto este blog hoy porque esta entrada se me fue sin terminar.

Nueva herramienta

Acabo de poner una nueva herramienta en el blog: Se trata de seis Diccionarios incluidos en la página web del diario español El País.



Está disponible en la Sección de Vínculos Asociados como Diccionarios en ELPAIS.com



Muchas gracias a los amigos Óscar Domínguez y Luis Fernando Múnera Por este aporte.

sábado, 9 de agosto de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno

No hay que tomarse tan en serio la vida
(… es sólo temporal)
No negaré que he sido bastante cínica en mi vida –todo empezó en mi adolescencia y, seamos sinceros, no ha mejorado mucho– y reconozco que si pudiera resumir mi actitud frente a la vida, el famoso piensa mal y acertarás no estaría muy lejos de la realidad. No diría que soy pesimista, sino más bien optimista selectiva. El caso es que de vez en cuando me entero de algo que me hace que recapacitar, si bien brevemente, y me sienta como si me hubieran azotado en la cabeza con un arco iris.

Curiosamente, lo que me reconcilió con el lado amable de la vida fue –qué ironía– la muerte. No el concepto abstracto de la muerte, sino la muerte de una mujer llamada Olive Riley. Aclaremos, no me alegró que hubiese muerto (seré cínica, pero no sádica), pero leer sobre su vida y cómo murió me animó un poco. Tal vez la habrán oído mencionar, pues se trataba de una mujer que a sus 108 años era la bloguera más vieja del mundo. Olive tenía un blog llamado La vida de Riley en la que colgaba videos de sí misma hablándole a la cámara –y al mundo– sobre sus aventuras, sus viajes, la crianza de sus hijos y todo lo que vio y vivió. Esta mujer nació a finales del siglo XIX en Inglaterra, vio dos guerras mundiales y viajó en carruaje tirado por caballos y vio al primer hombre pisar la superficie lunar. Murió en medio de su septuagésimo cuarto post, feliz por haber descubierto la internet. Me conmovió profundamente saber que hay mujeres como ella que no se sientan a tejer y esperar la muerte.

Pensar en Olive y en la muerte –les insisto, sin atisbo de morbo– me hizo comprender que aún cosas tan inevitables como la vejez y la muerte se pueden afrontar con estilo. Fíjense por ejemplo en las últimas palabras de Humphrey Bogart: Nunca debí cambiar el whisky por los martinis, o en las de Lou Costello, el gordo del dúo comediante Abbott y Costello, que dijo: Esa fue la mejor malteada que me he tomado en mi vida antes de caer. También se podría seguir el ejemplo de Karl Marx y gritar sencillamente: Déjenme así, las últimas palabras son para quienes no han dicho lo suficiente. Esa definitivamente no seré yo…, yo siempre voy a tener algo que decir.
Pero continuemos, pues lo que le sigue al las últimas palabras también es importante. Es decir, todos tenemos que morir, pero hay maneras de hacerlo. Se puede optar por el plan Marc-Vivien Foe, el jugador de Camerún que murió de un infarto durante un partido de fútbol. Qué manera más fantástica de despedirse, irse haciendo lo que uno ama… como Steve Irwin, el llamado Cazador de Cocodrilos, que recibió una punzada fatal de un barbo marino que le atravesó el corazón. Ambos murieron dichosos, al igual que el poeta Dylan Thomas que estaba gritando: He roto un nuevo récord: 18 whisky uno tras otro.
Y, para finalizar, hay epitafios de antología. Mi preferido creo que es el del comediante Groucho Marx, que dice: Perdonen que no me levante. Aunque también me gusta: Yo tenía la vía, que se encuentra en Madrid. Pero hay uno del Cementerio Central de Georgia que se yergue como un testimonio imperecedero a la importancia de tener la última palabra, pues reza sencillamente: Eh, te dije que estaba enferma.

Pero mejor termino ya. Aunque me ha resultado ver las opciones que ofrece lo inevitable, no puedo más que recordar las sabias palabras de Mario Benedetti: No debe tutearse con la muerte.
Ángela Álvarez V.

jueves, 7 de agosto de 2008

Vista de lince 21

Publicidad


Estoy seguro de que lo que dice la foto no fue lo que quiso decir el publicista. La publicidad se orienta a que la gente compre el producto que se anuncia.

Entiendo, entonces, que los amigos de la Chevrolet contrataron a un publicista para que transmitiera un mensaje que hiciera sentir grandes a los hombres que compraran una Grand Vitara y que aquellos que se sintieran grandes compraran una Grand Vitara.

¿Lograría el publicista interpretar el deseo del patrón? No creo. La Grand Vitara está detrás del gran hombre, y no éste dentro de ella. El gran hombre puede ir en un BMW, en un Fíat, a caballo o a pie.

A no ser que la verdadera intención del fabricante hubiera sido que los grandes hombres les compraran ese carro a las señoras por aquello de que “Detrás de un gran hombre siempre va una gran mujer”. Así que el gran hombre puede ir hasta en un caballito de palo.

domingo, 3 de agosto de 2008

Anécdotas de Víctor

El frustrado viaje a París

Los hechos que voy a narrar ocurrieron en el año de 1994. Yo trabajaba como técnico en EPM, en la recientemente creada Gerencia de Distribución de Energía. Mi nuevo jefe, el gerente de Distribución, era una persona muy inteligente, muy buen técnico, pero algo distraído. Lo llamaré Darío.

Pues bien, la gerencia general de EPM decidió enviarnos a mi jefe Darío y a mí a un curso en la ciudad de Nueva Orleáns, Estados Unidos. El vuelo para ir de Medellín a Nueva Orleáns hacía escala en Miami, donde debíamos cambiar de aerolínea y lógicamente de avión. Llegamos al aeropuerto de Miami y nos registramos en el mostrador de la nueva aerolínea, que nos llevaría al destino final. Si no recuerdo mal, nuestra aerolínea era American Airlines.

Nos dirigimos entonces, ya con nuestro pasabordo en la mano, hacia la puerta que nos habían asignado para abordar el vuelo y nos sentamos en la sala de espera. Era casi hora de comida, alrededor de las 7:00 p. m., y teníamos bastante hambre. De pronto, alcanzamos a divisar cerca a la sala de espera, como a unos 10 metros, una pequeña cafetería que nos llamó la atención para comer algo mientras nos llamaban para abordar el avión.

Nos sentamos en la cafetería y pedimos que nos prepararan dos perros calientes, acompañados con cerveza. Como mi jefe Darío estaba tan entusiasmado con su nuevo puesto de gerente, comenzó a explicarme con detalle, utilizando las servilletas de la mesa, cómo pensaba organizar la nueva gerencia. Nos devoramos los perros, acompañados con la cerveza, y procedimos a pedir una nueva tanda. Después otra cerveza, y otra, y otra, no me acuerdo cuántas, todo esto mientras dizque diseñábamos las estrategias para la nueva dependencia en la que iríamos a trabajar.

No volvimos a mirar nuestros relojes ni la sala de espera. No sé cuánto tiempo había transcurrido, cuando a mí me dio por echar una ojeada hacia la sala de espera y con sorpresa, y casi terror, vi que estaba casi vacía. Entonces le dije a Darío:

–¡Mirá, nos dejó el avión, ya no hay nadie en la sala de espera!

No sé cómo, pagamos la cuenta y nos dirigimos corriendo hacia el mostrador de abordaje de la sala de espera y le preguntamos por nuestro vuelo a una niña que estaba allí y que hablaba sólo inglés. Ella nos respondió que a ese vuelo lo habían cambiado de sala y que debíamos dirigirnos a la nueva sala de espera que quedaba en el otro extremo del aeropuerto. Además, nos advirtió que nos apresuráramos, pues ya estaban abordando. Como pudimos, salimos trotando por todo el aeropuerto, con nuestro equipaje de mano colgando, a buscar la nueva sala de espera. Sobra decir que ya estábamos algo “prendidos”, fruto de las numerosas cervezas que habíamos tomado.

Cuando por fin encontramos la nueva sala (estábamos los dos asesando), vimos que, tal como nos había advertido la empleada, la gente ya estaba abordando el avión. Sólo quedaba una pequeña fila de unas cuatro personas. Nos hicimos en la cola, Darío primero y yo después, hasta que llegamos a la puerta del avión. Éramos los últimos pasajeros para abordar.

Darío entró al avión sin problema y, sin esperarme, se dirigió hacia la parte trasera del aparato. Cuando yo entregué mi pasabordo a un mono como de dos metros de altura, completamente gringo y bastante acuerpado. El mono me miró de pies a cabeza y me dice en inglés:

–Este puesto no existe en este avión.

Se refería al número de asiento que yo tenía asignado en el pasabordo. Yo le respondí que ése no era problema mío y que me lo habían asignado en el mostrador de la aerolínea. Yo era ya el último en abordar. El avión, supongo yo, estaba retrasado, pues en ese momento salió alguien de la cabina de pilotos a acosar al mono para que cerrara la puerta. El mono me seguía insistiendo en que yo no podía entrar al avión porque mi puesto no existía. El que salió de la cabina seguía acosando y, mientras tanto, Darío ya estaba adentro, yo no sabía dónde.

En medio del alegato y de la ofuscación, yo miraba hacia el interior del avión y me percataba de que era un avión gigantesco. De esos que tienen tres filas de asientos, dos a un lado, tres en la mitad y dos al otro. El avión, hasta donde yo alcanzaba a ver, estaba lleno. Yo pensaba: Nueva Orleáns debe ser una ciudad muy turística cuando mandan este avión tan grande y está lleno.

El gringo ya me tenía tomado del brazo y me jalaba hacia afuera, como si me quisiera sacar del avión, pero yo le hacía repulsa. De pronto, él se concentró en mi pasabordo, lo miró bien, y me dijo:

–Usted va para Nueva Orleáns y este es un vuelo para París.

Comprendí que nos habíamos equivocado de puerta.

En ese momento, el gringo ya estaba airado. Imagínense, un latino perdido, medio prendido, y retrasando la salida de un avión gigantesco en un vuelo hacia Europa. En ese momento se abrió la puerta de la cabina y apareció otro mono, aún más grande que el que me tenía cogido, yo pienso que era el piloto, o como mínimo el copiloto, y ya eran tres los que me empujaban hacia afuera de la nave. Yo también me enojé y les dije:

–Yo no me bajo sin mi amigo, que está allá adentro. Me tienen que dejar entrar a buscarlo.

Yo gritaba como un loco:

–¡My friend, my friend!

Al fin, viendo mi ofuscación y escuchando mis gritos, me soltaron y me dejaron entrar al avión.

Entré corriendo hacia la parte trasera del avión con los ojos volados y gritando:

–¡Darío, Darío!

Yo no sabía dónde estaba mi jefe sentado. Miraba para lado y lado y gritaba. Todos los pasajeros, ya acomodados, me miraban como si hubiese entrado un loco al avión. Casi en la cola del avión, me encuentro a mi jefe. Ya había guardado su maletín en el portaequipajes, se había quitado los zapatos y estaba leyendo una revista. Cuando lo localicé, le grité:

–¡Darío, este vuelo va es para París, estamos perdidos, nos tenemos que bajar!

Darío inmediatamente se puso los zapatos, sacó el maletín y nos bajamos. Nos sentamos a reírnos mucho rato y fuimos a buscar la verdadera puerta de nuestro vuelo que por fortuna estaba retrasado otras dos horas.

Víctor Manuel Uribe A.

sábado, 2 de agosto de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno

Mentiras, verdades y celuloide

Hace poco estuve en cine viendo la más reciente adición a la saga Indiana Jones que, por cierto, me fascinó de adolescente. Llena de emoción, me senté en el teatro con la sonrisa que sólo se sonríe cuando se está a punto de ver algo tan anhelado. Lamento decir que no salí sonriendo del teatro.

No es tanto que Harrison Ford ya no sea el apuesto joven que recordaba, aunque debo admitir que mi reacción en las escenas de peleas ya no era “!Dales, Indie, dale duro!” sino “!Ay, por favor, no le peguen a ese señor, no ven que es de edad!”. No, la verdad es que esta vez las mentiras fueron demasiado grandes para tragármelas enteras, y eso que yo aún creo que E. T. es una historia basada en la vida real. No quiero tirármele el final a nadie –la película es divertida y se la recomiendo a todo el que sienta que la plausibilidad no es una parte importante del guion– pero hay una escena que involucra una bomba nuclear y una nevera que sencillamente agotaron mi capacidad para digerir lo inverosímil.
Tal vez sea porque esta película es sólo una más en una larga lista de filmes que meten tantas mentiras, y tan mal metidas, que me está empezando a preocupar un poco el nivel de educación de los guionistas. Y del público.
Yo soy capaz de perdonar pequeñas indiscreciones y licencias creativas. No dije nada cuando en El gladiador se anuncia vía volantes que el Circo ha llegado, en una época en la que no había imprenta, casi nadie sabía leer y además no había papel; y me quedé calladita cuando en Corazón valiente alegan que William Wallace sedujo a Isabella II de Francia, quien tiene luego un hijo suyo, a pesar de que Isa tendría alrededor de cuatro años cuando ocurrió la batalla de Falkirk –en la que supuestamente se conocen– y el hijo que tuvo (Eduardo III) en realidad nació como siete años después de que muriera Wallace. Pero cuando en la película 10000 AC mostraron unos mamuts domesticados ayudando a construir pirámides en el desierto, no pude más.
Creo que Hollywood atraviesa una crisis creativa y eso es lo que ha ocasionado que retuercen la historia tanto que parece de plastilina. Necesitan es venir a Colombia, pero no para hacer más películas como La vendedora de rosas y La virgen de los sicarios, que francamente ya me tienen harta. No, que vengan a Pereira para que les contemos historias reales de personajes de verdad, como la de una hermana de mi abuelo que era tan brava que una vez se le metió un ladrón a la casa, lo cogió a escobazos y cuando llegó la Policía lo encontró barriendo los vidrios de la ventana que rompió para entrar; la del tío de mi abuelita que se cortó el dedo índice para que no le tocara ir a la Guerra de los Mil Días; la de la prima que cuando le estaban haciendo un retrato (eso se usaba en esa época) le pidió al pintor que le pintara aretes de diamante, un collar de perlas y anillos de rubíes y esmeraldas. Cuando el pintor dijo: “–Pero si usted no tiene nada de eso”, ella respondió “–Lo sé, pero si me muero y mi esposo se vuelve a casar, quiero que su nueva esposa se enloquezca buscando esas joyas”. Esas historias son un éxito asegurado.

Y, digan la verdad: todos tenemos al menos una historia que sería una gran película. Propongo que hagamos un Festival de Ideas, invitemos a Steven Spielberg y a James Cameron y verán que de aquí salen con el Óscar asegurado porque la realidad es mucho más interesante que la ficción.
Ángela Álvarez V.