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domingo, 28 de septiembre de 2008

Escritos de Mariscal

Desazón

Eso de hacer poesía
por encargo, no es sencillo;
no ha de faltar un diablillo
que, con aviesa porfía,
con saña y con villanía
(no quepa la menor duda),
consiga impedir que acuda
una rima consonante,
lo cual frustra en un instante
la inspiración más tozuda.


Mario Saldarriga Cálad (Mariscal)
mariscal43@gmail.com

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Doctorado en la cafetería

Doctorado en la cafetería

En algún día de noviembre de 1971 los ingenieros electricistas de la UPB (Universidad Pontificia Bolivariana) de aquel año presentamos nuestro último examen. Si mi memoria no me falla fue de Análisis de Sistemas de Potencia.

Qué peso tan grande sentimos haber dejado aquel día. Nos citamos para la cafetería de la facultad a las 7:00 p. m. con el fin tomarnos algunos tragos allí entre aquellos muros que vieron nuestros esfuerzos durante cinco años unos, seis o más otros y había un compañero de nueve.

Iban pasando las horas, las botellas, las anécdotas, los apodos y todo lo demás recogido durante esos años. Hicimos que se sentara con nosotros don Gerardo, al que por su mayor edad siempre lo tratábamos de don, el dueño de la cafetería y gran amigo mío con quien varias veces durante mi carrera salí a tomar alguito en el bar El Portón Rojo en el otrora tenebroso sector de Guayaquil, hoy llamado eufemísticamente Alpujarra. Don Gerardo siempre agradeció mi amistad y cuando salíamos de farra me recordaba que lo mismo había hecho con otros estudiantes ya ingenieros, como el dotor fulano, el dotor perano y, el único nombre que recuerdo, el dotor Mario Náder. “Esos dotores –me decía con frecuencia– fueron conmigo tan amigables como usté, hombe Gabriel”.

Aquella noche no fue la excepción para la sección de agradecimientos mutuos de él por mi amistad y míos porque no se enojaba conmigo cuando los lunes, mientras él llegaba enguayabado antes de la tercera o cuarta clase yo hacía el tinto para poder resistir ese viaje de seis clases de 6:00 a. m. a 12:00 m.

–Tranquilo, Gabriel –me decía cuando llegaba–, yo sé que en usté queda bien la cafetería.

Durante nuestra improvisada fiesta reparé en alguien que inmóvil y solitario durante todo ese tiempo nos miraba desde otra mesa; por su juventud, se veía que se trataba de algún primíparo o máximo de segundo año.

Fui hasta su mesa y trabé conversación con él. Efectivamente se trataba de un joven de segundo año de Ingeniería Química, facultad con la que compartíamos edificio. Lo invité a que se pasara para nuestra mesa y se tomara unos tragos como despedida de nosotros pues el año entrante no estaríamos. Me contestó que no podía porque al día siguiente tendría un examen a la 6:00 a. m.

–Bueno, y si tenés examen ¿por qué diablos no te has ido a dormir a la casa?

–Yo vivo en uno de los barrios altos de Bello y me demoro hora y media para llegar a la facultad por lo que tendría que levantarme a las 3:30 para llegar hasta aquí arriesgando de que el retraso de algún bus me haga incumplir la hora de examen.

Ya iban a ser las once, mientras esto conversábamos, cuando de pronto dijo alguien:

–Vamos a darle una serenata a Augusto.

Con eso comprendí que nos iríamos de amanecida. “Mi cama queda libre” –pensé.

La importancia que tenía Augusto Uribe Montoya para nosotros se fundó en que fue el profesor de varias materias importantes de la carrera, es decir el, Profesor Orquesta. Nos dio Circuitos en tercero, Circuitos Electrónicos en cuarto, Control de Motores, Sistemas automáticos de control, Comunicaciones y Electrónica industrial en quinto (la UPB en aquel año aún estaba anualizada por lo que los ordinales se refieren a años).

Quien sugirió la serenata distribuyó oficios así: Unos comprarían aguardiente; otros, voladores; otros irían por los músicos y los demás nos encontraríamos en una hora en la casa de Augusto en Girardot, entre Colombia y Ayacucho (nombres de calles de Medellín), en las cercanías del centro. Varios de nuestros compañeros Habían llevado vehículo.

Yo les dije a don Gerardo y al joven de Química que se montaran conmigo en el carro de uno de los compañeros; por supuesto que el joven protestó por cuanto por fin lo dejaríamos dormir en paz en la cafetería y porque no era lógico que se fuera de farra con nosotros si tenía un examen.

–Camine, hombre –le insistí–, que lo que le voy a resolver es una dormida cómoda a sólo cinco cuadras de aquí. ¿No ve que mi cama va a estar desocupada toda la noche?

Al hombre como que le sonó bien el asunto y se subió sumiso al vehículo que habíamos escogido, lo mismo hizo don Gerardo.

Efectivamente yo vivía en Fátima, y aún vivo allí, a solo cinco cuadras del campus de la UPB. Le pedí al compañero que manejaba el carro que bajara por la avenida 33 para entrar a mi barrio y dejar al joven pasajero instalado en mi casa. Éste comenzó a preocuparse por tener que despertarse a las 5:00 a. m. sin tener despertador.

Llegamos a mi residencia. Mis padres y mis hermanos ya estaban dormidos lo llevé hasta mi habitación que compartía con mi hermano Luis Gonzalo, le destendí la cama, le mostré dónde quedaba el baño y le dije que si alguien de mi familia le preguntaba por qué estaba allí, le contara la historia completa que cualquiera de ellos entendería porque todos somos de los mismos arranques. Volvió a preocuparse por la despertada y lo regañé diciéndole que si se preocupaba no dormiría y que por lo tanto nada estábamos haciendo, que durmiera tranquilo que yo a las 5:00 a. m. llegaría desde donde estuviéramos y lo despertaría. El muchacho se tranquilizó y yo me fui de farra.

Dimos la serenata con voladores y todo. Algunos tirábamos bien los voladores, pero otros los tiraban al suelo como si fueran papeletas, ¡Qué brutos! Esos voladores cogían por Girardot cual si fueran buses circulares que por allí ha sido siempre la ruta. Don Gerardo gozaba de los tragos y de lo borrachos que estaban ya algunos de mis compañeros.

Terminada la serenata, los que contrataron los músicos se antojaron de llevarles serenatas a sus respectivas novias. Los músicos, previsivos, dijeron que con mucho gusto, pero con la condición de que serenata terminada, serenata pagada; así pues que antes de montarse al carro para ir a otro lugar que se viera el billete. En aquellos tiempos se contaban muchas anécdotas acerca de jóvenes irresponsables que daban varias serenatas y a lo último escogían un edificio de tres o cuatro pisos que tuviera las escaleras por fuera y allí subían a los músicos para que cantaran una última serenata; los dejaban allí cantando y escapaban en el carro. Ciertas o no, estos músicos no querían correr el riesgo. Recogimos la vaca y pagamos la serenata de Augusto, las de las novias irían por cuenta de cada enamorado. De los lugares de las otras serenatas y de las novias agraciadas nada recuerdo. Recuerdo sí que yo no le llevé serenata a Sofía Inés porque la recocha era mucha y los tragos ya estaban haciendo demasiado efecto en mis compañeros. Yo bebí muy poco y paré a eso de las 2:00 a. m. por la promesa de despertar a mi huésped.

Terminada la cuarta serenata, el reloj marcaba las 4:30 por lo que me escabullí de mis amigos y tomé un taxi hacia mi casa. Subí a la alcoba, desperté al muchacho y lo esperé en el primer piso mientras se bañaba.

Como mi madre siempre dejaba chocolate hecho desde la noche anterior, le preparé desayuno al joven y se encaminó hacia la universidad a presentar su examen dándome los agradecimientos por haberle dado la oportunidad de un descanso completo.

Mi madre se despertó cuando yo subía de nuevo a la alcoba y yo le pedí que me despertara a las 9:30 porque tenía que ir a la Universidad a reclamar algunas notas. No recuerdo haberle preguntado alguna vez a Luis Gonzalo si se había dado cuenta de que aquella noche otra persona había ocupado mi cama, tampoco recuerdo que alguien me haya preguntado acerca de eso.

Llegué a la cafetería de don Gerardo a las 10:30 a. m. y lo encontré con cara de amanecido. Yo, por lo menos, había dormido unas cuatro horas y había bebido muy poco.

–Don Gerardo, un tinto, por favor.

–Aquí lo tiene, dotor.

–¿Ha visto al muchacho de Química por aquí?

–Sí, dotor, ya terminó el examen y vino a tomarse un tinto y me dijo que estaba muy agradecido con usté y que descansó muy bien.

–Ah, bueno. Permiso, don Gerardo yo me voy a sentar en una mesa que estoy algo cansado

–Bien pueda, dotor.

“¿Doctor? –me fui pensando– por buena le dio hoy el guayabo a don Gerardo”.

Nunca volví a saber nada del muchacho de Química. Nunca más volví a verlo. No supe si llegó a ser ingeniero químico o se salió. Nada. Bueno, pueda ser que el Señor me lo tenga por allá apuntadito por aquello de “Fui peregrino y me alojasteis (Mt 25, 35)”.

Al otro día volví a la cafetería y don Gerado, esta vez sin guayabo, insistía en “Con mucho gusto, dotor”; “Aquí está el tinto, dotor”; “Bien pueda, dotor” y similares. Lo mismo el día siguiente. El tercer día de doctorado caí en la cuenta de que don Gerardo al hablar de sus amigos estudiantes que ya habían salido se refería a ellos como el dotor fulano, el dotor perano y el dotor Mario Náder. Comprendí, entonces, que al próximo amigo estudiante le contaría que él había sido amigo del dotor fulano, del dotor perano, del dotor Mario Náder y del dotor Gabriel Escobar.

Gabriel escobar Gaviria

martes, 23 de septiembre de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno

El fin de la tiranía de lo cursi

Les seré sincera: nunca he podido con el Día del Amor y la Amistad. Para empezar, es un día híbrido, ni fu ni fa, como si fuera el día de Halloween/Navidad. No tiene personalidad, no tiene carácter, no tiene génesis histórico ni cultural digno, cosa que sí tiene por ejemplo el Día de San Valentín. Este festivo se celebra el 14 de febrero y tuvo su origen en la fiesta pagana de la Diosa Juno. Alrededor del año 270 d. C. se le dio el nombre del cura romano que secretamente casaba parejas de enamorados durante el reino del Emperador Claudio II (conocido como Claudio el Cruel) y perdió la cabeza –literalmente- en la fatídica fecha. Sí ven, ese día tiene de todo, pasión, romance, crueldad, paganismo…, mejor dicho, todo lo que debe tener una buena historia de amor. Pero el Día del Amor y la Amistad tiene la gracia dudosa de ser lo único que tiene el mes sin puentes, el mes en que el comercio se estanca y necesitaban inventarse algo para vender peluches.

Porque, eso sí, no bien se lo habían inventado cuando ya las FCI (fábricas de cosas innecesarias) respondieron con peluches. Los peluches del DAA son especiales. Tienen una estética propia que consta de tres elementos, el primero de los cuales es la deformación ocular, por lo que el animal, real o imaginario, tiene que tener ojos desmesuradamente grandes. El segundo, CC (cursi y comercial), es que sea de colores pastel. Y el tercer componente es el que más me duele: la deformación del idioma. Para que un peluche sea realmente DAA, tiene que tener algún tipo de aviso que ostenta frases ortográficamente aberrantes como “Te quelo”.

Este día es particularmente difícil para las mujeres, receptáculos involuntarios de la mayoría de los regalos que se reparten este día. No hay mujer colombiana que se haya salvado del temido perro azul celeste de ojos enormes que tiene un corazón de ICOPOR que lleva la frase “Debo ser un ladlón porque quiero robarte un bezzzzo”. Gas, gas, gas.

Eso, además de la pululación de eventos complementarios como el juego de amigo secreto y las “dedicatorias” en medios de comunicación.

Por si no lo sabían, jugar amigo secreto, especialmente en la oficina, es más peligroso que neurocirujano con hipo. Yo he sido víctima de varios regalos bienintencionadamente hediondos. No les voy a decir sino tres palabras: lámpara peluda rosada. No puedo hablar más del asunto porque tras años de terapia, aún no supero el choque. Pero sé que no estoy sola y he visto con mis ojos joyeros que tienen cisnes danzando magnéticamente sobre un lago de espejos, bisutería elaborada con materiales que nunca deberían entrar en contacto con la piel y tarjetas elaboradamente decoradas con frases que dejan al lector necesitando insulina.

Y lo de las dedicatorias… no quiero saber qué tipo de relación amerita involucrar a los medios, pero cuando todo el país tiene que soportar la voz quejona de alguien llamada Yuli Maricza diciéndole a su gordis, Yeison Jaberman que lo ama demasiado y que por eso le dedica este tema “Ken Lí” (Can´t Live), es hora de que nosotros, como sociedad responsable, evaluemos este festivo.

Porque, les advierto, si veo otro gato verde menta con un arco y una flecha u otro corazón de vinilo con un cohete dibujado en escarcha y la frase “Eres tan especial que eres espacial”, habrá tropel.

Ángela Álvarez V.
angela_alvarez_v@yahoo.com

viernes, 19 de septiembre de 2008

Vista de lince 31

Apodo, sobrenombre, seudónimo, alias

Desde cuando escribí la vista de lince 28 me di cuenta de que debía hacer una aclaración semántica entre las palabras anotadas en el título de la presente, por cuanto las tres primeras son usadas por muchos casi sin diferenciación entre ellas.
Un apodo es un nombre que se le da a alguien en razón de alguna característica de su personalidad o de algún defecto físico. Por lo general es burlesco, pero el apodado puede aceptarlo o rechazarlo. Puede ser un adjetivo como el Tuerto o un sustantivo como la Draga, que le aplicábamos a un amigo que se distinguía por comilón.
Un sobrenombre es un nombre calificativo que se añade al de una persona para distinguirla de otra que tiene el mismo nombre o para exaltar en ella alguna característica por la que se distingue. Como ejemplo del primer caso está san Gregorio Magno, o Alfonso el Sabio que se distinguen a ambos personajes de los demás papas llamados Gregorios o de los demás reyes llamados Alfonsos; como ejemplo del segundo caso está: el Libertador Simón Bolívar, el Pacificador Pablo morillo. Los sobrenombres por lo general son honoríficos, aunque algunos son irónicos. De éstos últimos no se me ocurre un ejemplo, pero podemos anexarlo en los comentarios cuando aparezca uno.
Como ven, los apodos y los sobrenombres traslapan sus conceptos hasta tal punto que en el sector educativo escuchamos constantemente que los educadores están recalcando a los alumnos la prohibición de los sobrenombres cuando en realidad están prohibiendo los apodos, pues aquéllos son honoríficos, mientras que éstos son burlescos. Ambos conceptos se escriben con mayúscula y, aunque no es normativo, es van en bastardilla (preferiblemente) o entre comillas: la Draga Alejandro. Bolívar, el “Libertador”
Como dije en la Vista de lince 28 el artículo no pertenece al apodo o sobrenombre por lo que no va ni con mayúscula ni dentro de la bastardilla o comillas, según el caso, y se puede contraer con las preposiciones a y de..
La posición del apodo o del sobrenombre en la frase no es determinante en sus definiciones. Ambos pueden preceder o suceder el nombre propio o estar intercalado en él o ser independiente de él. Los apodos y sobrenombres femeninos aplicados a varones o masculinos a mujeres (más escasos) concuerdan así: el artículo concuerda con el apodo y los demás adjetivos con el sexo de la persona: la Draga quedó satisfecho.
El que un apodo nunca se haya visto independiente del nombre del propietario no es causa para que deje de ser apodo. Es el caso de Barrabás Gómez, el hermano del Bolillo. Aunque desconozco la causa de este apodo, que no vaya ser que alguna vez hubieran cogido a Gabriel Jaime fuera de lugar y los hinchas hubieran solicitado que lo soltaran a cambio de un inocente, en realidad tampoco yo lo he visto independiente como sí he visto independiente o intercalado el apodo de Martín Emilio Rodríguez, Cochise.
Alias, del latín alias ‘otras veces’ es una palabra que se antepone al apodo o sobrenombre para indicar que una persona es conocida otras veces por ese apodo o sobrenombre. Jorge Briceño, alias Mono Jojoy.
Seudónimo es un falso nombre que se ponen las personalidades intelectuales, artistas y personas fuera de la ley para ocultar su verdadero nombre. Muchas veces esos seudónimos desplazan de una manera casi total el verdadero nombre. Si hiciéramos una encuesta sobre el conocimiento que tenemos de algunas personalidades e intercaláramos nombres como Esperanza Acevedo,, Miguel Ángel Osorio, Vicky y Porfirio Barba Jacob, por ejemplo, Muchos se rajarían en los dos primeros mientras no tendrían dificultad en identificar a los segundos como la cantante de Pobre gorrión y el poeta de la Parábola del retorno y tendrían que consultar sus buscadores predilectos para descubrir que se trata de las mismas personas, respectivamente.
Aunque la definición de alias no cobija los seudónimos, se está haciendo común usar este calificativo para aquellos que identifican a personas fuera de la ley Alias Karina; alias don Mario. En este último el seudónimo es Mario, no Don Mario.

lunes, 15 de septiembre de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno

La gastronomía de la felicidad

La casa de mi abuelita era un lugar mágico. Era un refugio contra todos los regaños de mi mamá -quien egoístamente insistía en criarme bien y tratar de mantener mi integridad física y moral a pesar de mis protestas–, de las peleas con mis hermanas, de las tareas del colegio y de todas las cosas que plagan la vida de una niña de seis años. La casa de mi abuela siempre olía a Fabuloso y a empanadas, una combinación que aún hoy me hace lagrimear, y todos los días, cuando llegaba del colegio, comía empanadas, arepa con queso y mantequilla, coca cola (¡toda una botella sólo para mí y sin tener que compartirla!) y un paquete de Frunas. Y después me iba para mi casa y almorzaba media porción de carne, arroz y una rodaja de tomate tal como mi mamá y el dietista dictaminaban.

Lo mejor para estar enferma, era estarlo donde la abuelita, porque ella siempre nos llevaba la coca cola con pitillo elegante –del que se dobla, no del que se desbarata–, helado, chocolatinas Zero (que en esa época eran elegantísimas porque era la economía pregaviriana cuando había que ir a San Andresito a comprarlas de contrabando) y nos dejaba ver toda la televisión que quisiéramos.

Varios años de repetir esta rutina hicieron mella en mí (y en mi talla), pero asocio con la felicidad de una niña esas comidas. Cuando me siento triste o me regañan en el trabajo o está haciendo de ese frío que da por dentro y por fuera, me da un antojo de empanadas con coca cola y arepa que no se imaginan.

Durante muchos años, pensé que era sólo yo la que tenía esas asociaciones, pero recientemente leí un estudio sobre lo que llaman la dieta del buen genio y al parecer, la ciencia le ha dado la razón a mi abuelita gracias a Richard y Judith Wurtman de MIT, quienes han encontrado que los carbohidratos de fácil descomposición como los de las arepas y las empanadas liberan serotonina en el cerebro. Por si no lo sabían, ésta es la sustancia que se libera cuando uno toma medicamentos antidepresivos. ¡Ja! ¡La empanada es Prozac criollo! Me encanta.

Esta explicación me recuerda los resultados del Happy Planet Index o índice de planeta feliz realizado por el grupo británico NEF, que sitúa a Colombia en los lugares más altos. Mucha gente se ha preguntado cómo, en medio de tanta violencia y de tantos problemas tan graves, podemos ser felices los colombianos. Se ha especulado que tiene que ver con la familia, la belleza natural, la combinación de la festividad africana con la malicia indígena sazonada, pero creo que esas especulaciones se quedaron cortas. La razón está en la cocina.

Creo que he descubierto una nueva área de negocios: la gastronomía de la felicidad. Ya veo los volantes: Colombia, venga, coma, ¡sonría!

Podríamos incluso reemplazar los medicamentos tradicionales, y los psiquiatras, en vez de medicar a sus pacientes, los enviarían a una agencia de viajes con un talonario de recetas con “Colombia” escrito en esa indescifrable letra que se desarrolla con el diploma de MD.

¿No sería fantástico? Nos convertiríamos en exportadores de razones para sentirse como donde la abuelita. Esta idea me encanta. Los colombianos vamos a cambiar el mundo a punta de arepa y de empanada. Ya mismo voy a llamar al Presidente. Pero antes, tengo algo de hambre…

Ángela Álvarez V.
angela_alvarez_v@yahoo.com

sábado, 13 de septiembre de 2008

Escritos de Mariscal

Dinamismo

Escribo con alguna displicencia
para contrarrestar mi aburrimiento;
pues no puedo encontrar por un momento
la paz que necesita mi conciencia.

No faltará quien juzgue de insolencia
esta incapacidad de estar contento;
sin embargo, yo juro que lo intento
hasta cuando se agota la paciencia.

Más bien, prefiero dedicarme al ocio,
porque pronto será mejor negocio
no hacer nada de lunes a domingo.

Y, cuando me pregunten lo innombrable,
habré de responder, imperturbable:
"mi fuerte siempre ha sido hacerme el gringo".


Mario Saldarriaga Cálad

Vista de lince 30

Gazapo subcampeón y otros

«Uno de los que trata de no aterrarse es el siempre “pillín” Antanas, ex rector de la Nacional, quien dice que lo pasa es que la guerrilla ya no habla y cuando lo hace, entonces nosotros nos asustamos. Al menos eso le dijo a doña Ana María Valencia, redactora política de este diario». Jairo Alfonso Martínez Gómez, Vanguardia Liberal (08-09-12).
El primer gazapo que obtengo de esta colaboración de mi amiga manuelita (sic) es el que di en llamar el gazpo subcampeón, gazapo que consiste en una discordancia de número por desconocer el sujeto de un verbo: Son muchos los que tratan de no aterrarse, Pillín Antanas es uno de ellos. Por tanto La concordancia del verbo ser es en singular porque singulares su sujeto: Pillín; la del verbo tartar es en plural porque su sujeto es plural: los que. Así las cosas: Uno de los que tratan de no aterrarse es el siempre Pillín Antanas.ñ..
El segundo es la falta de mayúscula al apodo que le pone a don Antanas, apodo que yo prefiero en bastardilla para evitar las comillas.

Por último, se enredó el coluimnista en una frase que hasta sobra. El quiso decir Lo que pasa es que la guerrilla, pero le falto un que donde sobra una frase. Lo mejor quien dice que la guerrilla…
Todo el texto: Uno de los que tratan de no aterrarse es el siempre Pillín Antanas, ex rector de la Nacional, quien dice que la guerrilla ya no habla y cuando lo hace, entonces nosotros nos asustamos. Al menos eso le dijo a doña Ana María Valencia, redactora política de este diario.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Vista de lince 29

Erre con erre cigarro




Si la sal se corrompe, ¿con qué sazonaremos?


«De sur a norte este circuito urbano, deportivo y recreativo, que incluirá 6 kilómetros de nuevas ciclo rutas, atravesará la ciudad y permitirá recorrerla sin obstáculos». Gloria Luz Gómez Ochoa, El Colombiano (08-09-07), página 6a.


«...encontró a la Primera Dama, Lina Moreno y a quema ropa le dijo lo que quería». Colprensa, El Colombiano (08-09-07), página 17a.


Qué dificultad tan enorme se está presentando con esos sufijos terminados en vocal para anteponerlos a palabras que empiezan por erre, que no es letra diferente de la ere, sino la representación del sonido fuerte que se presenta al iniciar palabras y cuando una de las letras entre las que se encuentra es consonante: rosa, perro, Enrique, arte. Cuando se encuentra entre vocales hay que repetirla para diferenciarlas de palabras que también llevan la letra pero con el sonido suave: pero y perro, caro y carro. Cuando un prefijo se junta con una palabra que empieza por r hay que duplicarla por quedar el sonido fuerte entre vocales. Recordemos palabras que no nos cuestan tanto: portarretrato, autorretrato, prerrequisito. Las de las citas deben ser. Vicerrectoría, ciclorrutas, quemarropa.
Gazapos adicionales
En la foto de la Universidad de Antioquia hizo falta la tilde de Vicerrectoría.
En la cita de Colprensa son innecesarias las mayúsculas de las palabras primera y dama, pues no reemplazan el nombre propio de doña Lina.
Poner
«Vamos colocando ejemplos». Padre Alberto José Lineros Gómez, emisora Minuto de Dios Radio (08-09-08).
Pongamos ejemplos, padre.


domingo, 7 de septiembre de 2008

La columna de Angelita


Mundo moderno

No lloremos por Pekín

Cada cuatro años, los humanos nos reunimos para celebrar colectivamente los esfuerzos de algunos pocos elegidos que tratan de embellecer la inevitabilidad de la gravedad. Es un baile a veces bello, a veces peligroso, pero siempre espectacular. Por eso, cuando las Olimpiadas se acabaron dejando rastros de escándalos y de triunfos, me puse un tanto nostálgica. Eso fue hasta que encontré algo sobre los deportes más extraños del planeta.

En estos juegos, lo que prima no es el indomable espíritu humano tratando de convertir en arte lo inescapable. Es evidencia clara de que hay gente que hará cualquier cosa por una medalla. Ésas sí son mi clase de deportistas.

Empecemos por los finlandeses, que son mis preferidos personales. Verán, los finlandeses, que a propósito quedaron en el puesto 44 en cantidad de medallas en Pekín, decidieron darle un toque marital a la carrera de obstáculos y se inventaron la carrera de obstáculos con esposa a cuestas. La idea es que un hombre carga su esposa, o la esposa de un amigo, a través de un campo de obstáculos para ganar –y esto es lo que lo hace mi preferido– el peso de la dama en cerveza. Nada de insulsas medallas de metales brillantes para los finlandeses. Ellos saben valorar lo realmente importante.

Siguiendo con la temática cervecera, los ingleses tomaron el problema logístico del transporte de la cerveza y lo convirtieron en deporte. Lo llaman Bottle-kicking y consiste en patear, empujar, golpear o hacer lo necesario para mover tres barriles de cerveza a través de lodazales, debajo de cerca de alambre de púas, setos y demás encantadores elementos propios de la campiña inglesa, todo mientras llevan un pastel de carne de conejo que no se puede dañar.

Pero si les parece un poco manso eso de andar por una campiña dándole una paliza a un barril de cerveza, esperen a que oigan lo que han hecho los alemanes: volvieron salvaje el deporte más pacífico de todos y se inventaron el chess-boxing, que insólitamente combina el ajedrez con el boxeo. Este deporte tiene revista virtual y sitio en internet y bastantes afiliados, así que pude encontrar que los encuentros consisten en 11 rounds, seis de ajedrez y cinco de boxeo. Los de ajedrez duran 12 minutos y después descansan un minuto para luego boxear durante tres. Se puede ganar bien sea por knockout o por jaque mate. No encontré en ninguna parte una explicación de POR QUÉ unieron estos dos deportes. No sé si querían demostrar que los boxeadores no eran brutos o que los ajedrecistas no eran débiles. En todo caso, sólo pensar en Mike Tyson enfrentado a Garry Kasparov me hace dar ganas de comprar boletas.

Pero no todos son una celebración sin sentido. En la región de Calaveras, California, todavía sostienen los campeonatos que Mark Twain hizo célebres en su primer trabajo publicado, Las ranas saltarinas del condado de Calaveras. Las ranas saltarinas son la vida de este pequeño condado que todavía parece salido de una historia del viejo oeste. Literatura y aventura se unen en estas carreras de batracios. Eso es más de lo que se puede decir de muchos deportes que figuraron en las pasadas Olimpiadas, así que si se sienten un poco tristes porque faltan cuatro años para Inglaterra 2012, no se desanimen. Llámenme y vamos a ver un partidito de chess-boxing, que eso anima a cualquiera.

Ángela Álvarez V
angela_alvarez_v@yahoo.com


Escritos de Mariscal

La tecnología

Con estos aparatos electrónicos
mi cerebro parece más estrecho.
No logro que funcionen al derecho
ni con grandes esfuerzos babilónicos.

Los resultados son desastres crónicos
que tienen mi entusiasmo ya maltrecho,
porque clavan espinas en mi pecho
con ardides sarcásticos e irónicos.

No comprendo por qué cualquier infante
los domina con aires de gigante
que manipula lo que se le antoja.

Mientras yo, que los miro con respeto,
me distraigo escribiendo este soneto
por si me sacan la tarjeta roja.


Mario Saldarriaga Cálad (Mariscal)

jueves, 4 de septiembre de 2008

Vista de lince 28

El Paseante



Desde su aparición me ha gustado un periódico que consigo en las estaciones del metro de Medellín por el cual pago siempre los quinientos pesos de confianza que hay que depositar en el mueble destinado para tal fin. Dije de confianza porque los dueños del periódico El Observador tienen la confianza de que los lectores depositemos el dinero, aunque muchos no se hacen merecedores de esa confianza porque la acción de depositar el dinero no es prerrequisito para la de tomar el periódico.
Una de las columnas más recientes es la que muestro en la foto: El Paseante. Cuando empecé a leerla aunque el título estaba en masculino, quien la dirigía era una joven periodista que hablaba de La Paseante, así como lo escribí, con mayúscula inicial tanto el artículo como el sobrenombre, sin importar que no estuviera comenzando párrafo.
En aquel tiempo todavía existía en El Colombiano la columna homónima de la presente, ya venida a menos porque sólo aparecía dos veces por mes. En aquella columna le conté a la Paseante que en las normas ortográficas aparecidas en el libro Ortografía de la Lengua Española, edición revisada por las Academias de la Lengua Española de junio de 1999 y luego ratificadas y ampliadas por el Diccionario panhispánico de dudas en el 2005 se había establecido que los artículos de los apodos y de los sobrenombres no eran parte de los nombres propios de esos apodos y sobrenombres y que, por lo tanto, no llevaban mayúscula inicial ni iban dentro de las comillas o bastardillas, según el gusto del usuario. Le expliqué bien que era diferente a otros nombres propios como El Colombiano, El Mundo, El Observador, El Bagre La Guajira en los que el artículo sí pertenecía al nombre propio.
No recuerdo si le hice otras observaciones, pero ella en la misma semana me respondió muy agradecida en su columna y comenzó a acatar la norma.
Pensé que había nacido una amistad periodística agradable y como había otras cosillas por ahí que merecían corrección pensaba ir pasándoselas poco a poco.
Estaba preparando una corrección sobre el seraqueísmo, error al que era muy afecta, cuando hubo cambio de sexo en el titular de la columna: en vez de la Paseante, empezó a escribir el Paseante. Las dos primeras columnas del Paseante (obsérvese que contraje la preposición y el artículo) vinieron conservando la misma norma indicada a la Paseante. En la tercera agradeció a un lector que le había hecho unas correcciones y desde ese momento reapareció la mayúscula del artículo como El Paseante y la separación de preposición y artículo en el caso de decir de El Paseante o a El Paseante.
No, señor Paseante (en ningún momento, señor El Paseante), si esa fue una de las correcciones de su lector, qué pena con él, pero lo aconsejó mal. Ya le mencioné las dos obras en las que se encuentran las nuevas normas. El Diccionario panhispánico de dudas, la segunda, se puede consultar en los vínculos asociados de este blog y en
www.rae.es. Una vez abierta la página escribe en la ventanita de abajo Mayúsculas y le aparecen todas las reglas de las mayúsculas. Es el mejor tratado de mayúsculas que ha salido hasta ahora.
Aprovecho para comentarle al Paseante que el seraqueísmo es un defecto bogotano muy extendido en todo el país por las telenovelas y por los tales realities. En la edición de antier de su columna apareció la frase «¿Será que se percataron de las figuras que formaron?»
A la vez que se trata de un que galicado incorrecto, es innecesaria esa expresión: «¿Se percatarían de las figuras que formaron?»

martes, 2 de septiembre de 2008

Nuestros amigos los kilovatios

¿Qué es un kilovatio? Es algo de malas

Un kilovatio es un ser más bien de malas. Es una de las más poderosas y versátiles manifestaciones de la naturaleza asociadas con la energía, pero nadie lo puede ver y si alguien lo toca, se encalambra. La imagen más cercana de un kilovatio, kW, nos la da un bombillo eléctrico que en la punta dice 100 W, o sea cien vatios. Como un kilovatio son mil vatios, entonces un kilovatio es igual a diez bombillos de esos. ¿Igual?, más bien equivalente. Un kilovatio es una manifestación energética que tiene la capacidad potencial de hacer un trabajo, si se le pone a funcionar. Técnicamente, el kilovatio es una unidad de potencia o de capacidad para hacer un trabajo.

Así las cosas, ¿qué es un kilovatio hora?, que se escribe kWh. Ojo, no es un kilovatio por hora, que se escribiría kW/h. Es el trabajo o energía que fluye cuando un kilovatio trabaja durante una hora continua. Por ejemplo, si nuestro bombillo de 100 vatios permanece encendido durante diez horas consume un kilovatio hora. Esa energía o trabajo se manifiesta en forma de luz en el bombillo, de calor en la cocina, de sonido en un radio, de fuerza en un motor…

Una vez me tocó “sentir” un kilovatio hora: estuve ciento ochenta segundos parado frente a un tablero que contenía doscientos bombillos encendidos, de 100 vatios cada uno. Si hacen la cuenta, se darán cuenta de que los doscientos bombillos de mi cuento emitieron luz y calor equivalentes a un kilovatio hora. La sensación de luminosidad y de temperatura con que terminé me dio la experiencia de sentir un kilovatio hora. ¡Y de verdad que un kilovatio hora se siente bastante!

A los usuarios residenciales, las Empresas Públicas de Medellín nos cobran $243 por un kilovatio hora. Entonces, tener encendido un bombillo de 100 W durante una hora nos cuesta $24; un televisor de 150 W, $36; un computador de 150 W, $36; una lavadora de 375 W, $91; una nevera de 600 W, $146; una parrilla de 850 W, $207; un horno pequeño de 950 W, $231; una plancha de 1.200 W, $292; un horno de microondas de 1.200 W, $292; una secadora de ropas de 5.600 W, $1.361.

Ese precio de $243 por kWh está compuesto por el valor de producción de la electricidad ($88), transporte ($20), distribución ($82), comercialización ($27), pérdidas ($18) y restricciones ($8).

Los kilovatios y los kilovatios hora que en Colombia hay

Colombia hoy tiene instalados unos trece millones trescientos cincuenta mil kilovatios de potencia, pero solamente demanda unos nueve millones quinientos cincuenta mil kilovatios. Los demás constituyen la reserva del sistema o son el producto de malas inversiones en centrales (sobre instalación de máquinas generadoras). O sea que el consumo de potencia de Colombia alcanzaría a mantener encendidos noventa y cinco millones y pico de bombillos de 100 W permanentemente.
Una central eléctrica es una fábrica de kilovatios. Un kilovatio de electricidad se fabrica en un generador, que son un grupo de circuitos que giran a alta velocidad dentro de un campo magnético. La fuerza para mantener el generador girando la da una turbina. La turbina, finalmente, la mueve un chorro de vapor de agua, producido dentro de una gran caldera mediante el calor de carbón, gas o diesel, éstas se llaman centrales térmicas. También el generador se puede mover por un chorro de agua que cae desde lo alto de una montaña, éstas se llaman centrales hidráulicas. Muchos de nosotros hemos sentido la fuerza sobre nuestros hombros producida por un chorro vertical de agua en caída libre en el charco de una quebrada. Esa fuerza es la que mueve una turbina.

La empresa generadora más grande de Colombia es EMGESA, de Bogotá, con 2.788.000 kilovatios. La siguen las Empresas Públicas de Medellín, con 2.593.000 kilovatios e Isagén, con 2.282.000 kilovatios. Como ya empiezan a aparecer muchos ceros, se cambia la unidad de medida por el megavatio, MW, que es igual a mil kilovatios. Así, las cifras de estas tres empresas quedan en su orden 2.788 MW, 2.593 MW y 2.282 MW, respectivamente. El consumo de Colombia es equivalente a 9.550 MW y su capacidad de producción, 13.300 MW.

Las centrales hidroeléctricas actuales más grandes de Colombia son San Carlos, 1.240 MW, Guavio, 1.213 MW y Chivor, 1.000 MW. Dentro de poco empezará a construirse Pescadero Ituango, 2.400 MW, que será la mayor. La más grande de EPM es Guatapé, de 560 MW y está en construcción Porce 3, que tendrá 660 MW. La central más grande del mundo es Las Tres Gargantas, en China, que tendrá 22.500 MW, o sea más del doble del consumo de potencia de Colombia. Y la más grande de América es Itaipú, binacional de Brasil y Paraguay, con 12.600 MW, un poco mayor que el consumo colombiano.

Hasta aquí hemos hablado de potencia. En energía, Colombia consume cincuenta y tres mil cuatrocientos millones de kilovatios hora en un año. También para ahorrar ceros, se convierte a la unidad del gigavatio hora, que se escribe GWh y equivale a un millón de kilovatios hora. Es decir, la demanda anual de Colombia son 53.400 GWh. La mayor parte de esto corresponde a las viviendas, que consumen en total 20.700 GWh / año. Las industrias, 18.500 GWh / año. El comercio, 10.400 GWh / año.


Luis Fernando Múnera López
Agosto de 2008

lunes, 1 de septiembre de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno

Oda a la “cubilla”

Hace poco me hicieron una de esas preguntas ridículas que distinguen los concursos de belleza y las entrevistas de universidades. ¿Si fueras a quedar atrapada en una isla desierta, y sólo pudieras llevar un objeto, cuál sería y por qué?

La pregunta me pareció tan tonta que elegí no responder, pero hace pocos días recibí un regalo que creo que se ha ganado el improbable honor de ser el objeto que me llevaría a la dichosa isla. Se trata de una cobija. O, como le diría mi hermana Pilar, una cubilla. Una cubilla, a diferencia de lo que erróneamente afirma el diccionario, no es un insecto sino una cobijita extremadamente suave con poderes mágicos.

A muchos de ustedes se les habrán olvidado los poderes de las cubillas con la edad, pero a mí no. Una cubilla, recordarán, tiene varias propiedades asombrosas. Sirve como capa, con la ayuda de la cual nada es imposible de levantar y hasta se puede volar si las condiciones meteorológicas y de supervisión paternal y maternal son las adecuadas. Sirve como base para un picnic para proteger la merienda de las hormigas durante las largas jornadas en las que, durante las vacaciones, los niños huyen de los adultos durante esos años maravillosos en los que el oficio de uno es jugar, y jugar muy en serio. Como si fuera poco, la cubilla protege del frío, aísla el regaño, esconde el mecato, repele las pesadillas y te vuelve invisible a los monstruos.

Yo pensé que mis días de necesitar –o querer siquiera una cubilla– habían desaparecido con los braquets y las pecas, pero este regalo de suavidad azul resultó ser atemporalmente bienvenido cuando, hace poco, mi marido a medianoche realizó su patentada maniobra “gira y pinza” (que consiste en que gira sobre su propio eje sosteniendo las cobijas entre sus manos y luego las atrapa entre su barriga y el colchón, liberando sus manos pero aprisionando las cobijitas y dejándome a la merced del frío bogotano), la cubilla me rescató. Ahí estaba yo, congelada y furiosa, pensando cómo despertar a la montaña roncadora a mi lado (¿le tapo la nariz?, ¿me hago la del temblor?, ¿le meto una patada “accidental”?, ¿le tiro el gato encima...?), y con el dedo gordo del pie descobijado sentí la peluda bienvenida, como el apretón de manos de un viejo amigo. Gracias a la cobija, mi marido y yo dormimos plácidamente esa noche y las que le han seguido porque desde entonces, cada noche escondo la cubilla debajo de mi almohada y espero el momento en el que ella es toda para mí.

Además, la cubilla, que es del tamaño perfecto (de oreja a pies) sirve para dormir televisión y me pone de buen genio para calificar exámenes, hace que desaparezca el cansancio y la pereza y crea a mi alrededor un domo calientico y suavecito que me recuerda esos días en los que mi mayor problema era no alcanzar el picaporte.

Honestamente, creo que las cubillas deberían ser de dotación obligatoria para todo el mundo. Todos tendríamos un día mejor si empezara y terminara con una cubilla.

Ángela Álvarez V.
angela_alvarez_v@yahoo.com