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sábado, 25 de octubre de 2008

Vista de lince 36








Vista de lince 35



La Valla











Las fotos corresponden a una valla de nuestro metro. Una valla cuyo responsable y propietario es el municipio de Medellín. Y viene mi eterna pregunta: ¿por cuántos escritorios con diploma pasa una publicación de éstas antes de ser aprobada?





¿Por cuántos escritorios con diploma pasaron estas ciclorrutas a las que les falta una r?






¿Por cuántos escritorios con diploma pasó este kms sin que alguno se diera cuenta de que las unidades físicas tienen símbolos y no abreviaturas, y que los símbolos, a diferencia de las abreviaturas, no tienen plural?





Por cuántos escritorios con diploma pasaron esos 70,8 km de carreteras sin que se dieran cuenta de que en Colombia se usa el Sistema Internacional de Unidades que usa la coma decimal y no el punto, aunque la Real Academia Española ya haya aceptado el punto?

Caer en la cuenta





En la entrada 34, el amigo DeepField me argumenta que él usa caer en cuenta porque el Diccionario panhispánico de dudas, Depedé, así lo permite. Muchos gramatiqueros han dado en volver algunos comentarios del Depedé en normas y las defienden a capa y espada. El Depedé es casi una wikipedia que se fue formando con las respuestas de los consultores de turno de la Real Academia Española. El Depedé no es el Diccionario norma de la Real Academia del que se está preparando la edición XXIII. El Depedé tiene muchas inconsistencias con el Diccionario, con la Gramática y consigo mismo. No se debe hacer del Depedé una norma. La expresión caer en la cuenta lleva artículo definido por una razón: En tiempos en que ni siquiera el teléfono fijo existía, a los maridos les encargaban los mandados de la casa. Ellos se echaban una pepa de un collar o de un camándula al bolsillo (eso se llama cuenta), durante el día las veces que el sujeto metía la mano al bolsillo, ésta caía en la cuenta y el hombre recordaba el encargo. El Diccionario sólo reconoce la locución con el artículo definido.









jueves, 23 de octubre de 2008

El cambio del billete

El cambio del billete

Corría el año 1964 y uno de los lugares de reunión preferidos por la juventud fatimeña era la esquina del Viudo. El Viudo era don Guillermo Arango quien después de algunos años de soledad por la muerte de su primera esposa había resuelto renunciar a esa condición casándose de nuevo con doña Inés Merino, hermana del hoy obispo emérito de la diócesis anglicana de San Pablo, Bernardo Merino. A pesar de su reincidencia matrimonial los vecinos del barrio siguieron llamándolo Viudo. Tenía don Guillermo un negocio, Panadería Santa Mónica, en la esquina de la carrera 65 B con la 32 F, precisamente en el punto donde empieza un parquecito que sólo permite el paso peatonal hacia la avenida 33. Más que panadería se trataba de una salsamentaria donde todo se conseguía a menos precio que en lo locales vecinos, por lo que don Guillermo no era del afecto de los demás tenderos del sector. La esquina del Viudo era tan concurrida que los jóvenes solíamos llamarla el junín de Fátima. Don Guillermo tenía otra fuente de ingresos por ser empleado del Banco de la República.

Entre los amigos de reunión, Gabriel Palacio se distinguía de los demás porque era estudiante de la Escuela de Administración y Finanzas, hoy Universidad EAFIT, escuela que tenía la modalidad de tres semestres de trabajo remunerado en la industria y en la época de la anécdota, Gabriel estaba en uno de esos semestres y se mantenía “caleto” pues no eran muchas las obligaciones que tenía que atender con su salario.

Una tarde me encontraba yo muy ocupado haciendo nada recostado en el muro exterior de la salsamentaria del Viudo, cuando apareció Gabriel Palacio con su caminado siempre de afán, me saludó al pasar y escuché cuando le pidió al Viudo una cocacola, se la tomó, le pagó a don Guillermo, éste le dio la devuelta y Gabriel salió con su paso acelerado como si tuviera que atender una necesidad urgente. El Viudo salió hasta el andén como tratando de acompañarlo, pero se devolvió y al verme recostado al muro se dirigió a mí en tono quejumbroso:

—Hombre Gabriel, este tocayo tuyo es como bien extraño: siempre que le pagan viene a tomarse una cocacola y me la paga con un billete de veinte pesos (es de anotar que una cocacola donde el Viudo valía aquel año treinta centavos). Hombre, si él me dijera que le cambie el billete, yo se lo cambio sin problema, pero para qué tiene que disimular con una cocacola.

Yo nada podía mediar en esa relación propietario-cliente y permanecí callado.

A los diez días, un sábado, estaba yo nuevamente a las doce y pico recostado en el muro exterior de la salsamentaria. Cerca de la una llegó en un bus de Belén, Carrera 72, Las Playas, don Guillermo. Venía del Banco (en aquel entonces los bancos atendían los sábados hasta las doce) en la mano traía, además del periódico, costumbre de todos los señores, una bolsa de las que en los bancos empacaban las monedas por denominación. Al verme se le dibujó una sonrisa maliciosa en el rostro y mostrándome la bolsa me dijo:

–Hoy le pagan a Gabriel, aquí traigo la devuelta para la cocacola. –Siguió entonces para su residencia. En aquellos días las empresas pagaban los salarios cada diez días.

No había transcurrido media hora cuando apareció Gabriel Palacio con su andar siempre de afán. Ya el Viudo se había alistado para atender la clientela del sábado por la tarde. Gabriel después de saludarme se dirigió al Viudo:

–Una cocacola, don Guillermo, por favor.

Don Guillermo le dio la cocacola y mi tocayo se la fue tomando. Yo, mientras tanto, entré en la salsamentaria para no perderme la continuación del episodio. Una vez terminada la cocacola, Gabriel sacó el billete de veinte pesos sin imaginarse aún que le esperaba un cambio en el libreto.

Don Guillermo tomó el billete de veinte, lo miro con la desconfianza de su doble condición de tendero y empleado del Banco de la República, lo depositó en la caja destinada a los billetes, tomó la bolsita que trajo del Banco y derramó su contenido sobre el mostrador. Se trataba de monedas de centavo las que aún no habían sido sacadas de circulación, al igual que las de dos centavos, aunque ya nada valía menos de cinco centavos y las fracciones de los precios siempre iban de cinco en cinco: $13,75, $14,80, etc. Solamente el Ley anunciaba precios de $9,99, por no poner $10,00 y, como hoy en día con las encartadoras monedas de $20, era el único que devolvía con monedas de centavo y de dos centavos.

Don Guillermo contó pacientemente y sin afán una a una 1.970 monedas de centavo ($19,70) que correspondían a la devuelta del billete de veinte con el que mi tocayo había pagado su cocacola de treinta centavos, luego las arrastró con la mano hacia donde se encontraba el nuevo propietario de tal encarte. Gabriel esperó el conteo con la misma paciencia que don Guillermo lo había hecho, luego arrastro el montón sobre el mostrador hasta acercarlo a la pared y allí lo dejó sin decirle nada a don Guillermo que todavía esperaba la reacción de su cliente.

Gabriel salió hacia el andén y miró en derredor como si buscara a alguien, me miró y me dijo:

–Tocayo, ¿te tomás una cocacola?

–Yo prefiero una manzana Postobón, tocayo.

–La querés acompañar de un mojicón de éstos como están de buenos.

–¡Ah! Bueno, Gabriel, gracias.

Me asombró tan inusitada generosidad de mi tocayo.

–Una, dos tres, cuatro… cuarenta y nueve y cincuenta, Don Guillermo, vea le pago la manzana y el mojicón de mi tocayo.

En esas pasaba otro amigo a quien le hizo la misma oferta y luego el mismo pago en monedas de centavo. Así cada amigo que pasaba era invitado a un fresco, bueno, hubo algunos que se le lograron “gorriar” una cerveza (ochenta centavos) y hasta dos, aunque los hubo tímidos que sólo aceptaron una crema (diez centavos) a lo que Gabriel pedía dos:

–tome pa que le lleve a su hermanita (a los que la tuvieran).

Calculemos ahí al bulto un promedio de setenta centavos por aprovechado, de tal manera que tuvo que esperar a que pasaran 28 amigos por el negocio para que se acabara el montón de monedas que había arrimado a la pared. El proceso duro aproximadamente una hora media; no duró más porque algunos después de ser invitados iban y contaban a otros amigos:

–Vayan que allá está Gabriel Palacio donde el Viudo invitando a todo el que pasa.

Cuando se acabaron las monedas, Gabriel se despidió del Viudo y de los que quedábamos y sin ningún comentario al respecto salió con su paso acelerado como si tuviera que atender una necesidad urgente.

Gabriel Escobar Gaviria

viernes, 17 de octubre de 2008

Vista de lince 34

Columbicidio
Cada vez que ocurre uno de esos hechos recurrentes provenientes de la maldad humana, como lo es el de matar unas palomas que ningún daño hacen y que, en cambio, adornan los parques de nuestra ciudades, aparece un genio idiomático titulando en grandes caracteres el hecho con el sufijo cidio y la raíz española de la palabra que denomina el animal muerto. Los sufijos cidio y cida que denotan respectivamente el hecho de matar lo que la raíz significa y la persona que lo hace, sólo usan las raíces latinas, ninguna otra. En latín paloma se dice columba, columbae, por lo que el hecho de matar una o varias palomas es un columbicidio y quien lo ejecuta es un columbicida. Para gatos es caticidio y caticida; para caballos, equicidio y equicida, y así sucesivamente.
Palabras compuestas
Esta salacuna en dos palabras es el producto de consultar el corruptor, perdón, el corrector de Word que no reconoce palabras compuestas. Salacuna es una palabra compuesta y no se escribe en dos palabras.

martes, 14 de octubre de 2008

Reflexiones de Francisco

Café tostado
El día empieza, para algunos, a las cero horas, para otros cuando canta el gallo. Para otros el día empieza al despuntar el sol. Todos están equivocados, lo único cierto es que el día empieza con el primer tinto.

No importa si el primer tinto hace las veces de tragos en totuma o de plus-café en porcelana, allí empieza la jornada.

Empieza la jornada para el alma, para el cerebro, para el cuerpo, para el corazón. Ya le sucedió antes a Mahoma cuando, agonizante en su lecho de enfermo, consumió café y luego pudo alzar a cuarenta hombres desde sus asientos y enseguida enamorar a otras tantas mujeres. Por desgracia el historiador no consignó la forma de consumo, ¡qué descuido tan elemental!

La bandeja con los tintos de las diez de la mañana causa mejores efectos en las oficinas de empleados y funcionarios que un charol repleto de pastillas estimulantes.

Antiguamente, en las oficinas de genios, una enfermera pasaba clavando jeringas y aplicando inyecciones a las tres de la tarde para ayudar a concretar las ideas y aspiraciones de los hombres de la regla de cálculo.

Hoy, en semejantes lugares, el tinto de las tres repone los ánimos con mayor eficacia, rapidez y agrado.

Además de todas aquella virtudes, el tinto es motor de la economía capitalista tropical: estimula el cultivo, la producción, la elaboración, la comercialización y el consumo de caña de azúcar, fibras vegetales y artificiales, agua, aluminio, acero, energía, orfebrería, papel y muchos otros productos que se requieren tener a la mano para lograr una buena taza de café.

Sin embargo, siendo el café el tercer producto de exportación de Colombia, se arma un gigantesco alboroto cuando su precio sube en el mercado internacional porque a los monos les saldrá muy costosa la libra y nosotros dónde diablos vamos a guardar tantos royadólares.

También es cierto que el día no termina sino después de consumida la última gota del último tinto y no cuando suenan las enaguas de la primera bruja de la noche.

Francisco Jaime Mejía
23 de septiembre de 2008
Equinoccio de Cáncer

lunes, 13 de octubre de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno

Valor agregado

Estuve almorzando con un amigo esta semana y luego de agotar los tópicos de rigor –la rerreelección, Yidis, el calentamiento global y Yom Kippur– terminamos en el tema de los excesos.
Todo empezó por los teléfonos celulares. Las típicas preguntas de qué tiene el tuyo y qué hace el mío nos condujeron a qué tanto usa, y, por tanto, necesita uno que haga el dichoso aparato. Concluimos que aparte de la capacidad de enviar y de recibir llamadas y mensajes de texto, lo demás sobra. Nadie necesita una cámara digital en el celular, ni tampoco es indispensable que tenga radio que se le suba o baje el volumen en sincronía con la mano. Todo eso es simpático, pero no mejora el desempeño del teléfono como..., bueno, como teléfono. Es decir, no hace que sea mejor en aquello que es su función primordial.
Esta idea me acompañó hasta mi casa y empecé a tratar de identificar el equivalente en gallos al Principio de la Incompetencia de Peter (que establece que en toda jerarquía laboral, los empleados ascienden hasta llegar a su nivel de incompetencia, es decir, que llega un momento en el que más no es mejor: sólo es más). Busqué el celular más costoso del mundo y me topé con el modelo LeMillion de la empresa suiza Goldvish, que figura en el Libro Guiness como el teléfono más caro del mundo. Vale $1,2 millones de dólares. Y ¿qué hace uno si se le cae al inodoro, como ha sido el destino de tantos de mis propios celulares? Me darían 1,2 millones de infartos. Aún con el dólar devaluado, sigue siendo un precio de 2,4 millardos de pesos. Sí, claro, está hecho de oro blanco e incrustado con 120 quilates de diamantes, pero se le cae la llamada y se le descarga la pila como a cualquier otro, ¿no? Es decir, por ese precio yo esperaría que me entre la señal hasta en la Luna y que además venga con el número de Dios pregrabado en la memoria.
Mi curiosidad aumentó exponencialmente y seguí con el tema de cosas extravagantes. Me topé con la cuchilla de afeitar más cara del mundo. Se trata de la Cuchilla Damascena de la empresa francesa Hommage que cuesta 60 millones de pesos. En serio. No será la típica Gillette, pero les garantizo una cosa, a la esposa del dueño de una Damascena se le acaba el matrimonio si se llega a afeitar las piernas con la dichosa barbera.
Entusiasmada, seguí buscando, pero no encontré nada colombiano en la lista de las cosas absurdamente costosas, así que creo que hay una oportunidad para innovar aquí. Por eso, propongo los siguientes productos engallados:
Chiva con chasis en oro blanco, rines con diamantes y timón forrado en piel de visón: tres millardos de pesos.
Empanadas rellenas de carne de cordero eslovaco y ballena japonesa, fritas en aceite de oliva extra virgen: dos millones de pesos cada una.
Réplica de la peluca del Pibe elaborada con cadejos de John Lennon y María Antonieta (cuyos respectivos residuos capilares se vendieron por una suma conjunta de 22 millones de pesos): 25 millones de pesos.
Saco de Café de Colombia, cada grano recubierto de oro de 24 quilates con una estatuilla en tamaño real de Juan Valdez y Conchita en cera, hecha por los artesanos del Museo de Cera de Madame Tussaud: 1000 millones de pesos.
Natilla especial rellena de macadamias, cubierta con jalea de cereza japonesa y servida con helado de azafrán: un millón de pesos
Ahí tienen. Después no digan que esta columna no está llena de buenas ideas comerciales.
Ángela Álvarez V.
angela_alvarez_v@yahoo.com

viernes, 10 de octubre de 2008

Vista de lince 33

La colocalidad
«Con el accionar de una palanca y la salida de gas por una chimenea, se colocó a funcionar en Medellín y Colombia el primer sistema de captura y combustión de gases de efecto invernadero en el Relleno Sanitario Curva de Rodas». Juan David Umaña Gallego, El Observador 08-10-08.
Qué plaga tan desastrosa ésta la del verbo colocar. Juan David puede estar tranquilo porque aunque las gallinas merodeen por el basurero en busca de comida o lugar para escarbar, no se meterán con el funcionamiento de sistema descrito para eliminar los gases acumulados. Lo que se logra, entonces, con el accionar de la palanca es poner a funcionar el primer sistema de captura y combustión de gases en Medellín y en Colombia.
Estuve patinando acerca de la posible redundancia al decir en Medellín y Colombia, pero no la hay porque pudo haber sido el primero en Medellín sin serlo en Colombia. Al escribir en Medellín y en Colombia (con repetición de la preposición en), se logra entender que además de ser el primero en Medellín lo es también en el país entero.
Las fechas

Algunos amigos muy queridos y otros no tanto están supremamente preocupados por la forma sofocliana y abeliana de escribir las fechas y aseguran, los segundos, a rabiar que las escribimos mal porque usamos el sistema de la ISO, tomado de una norma Icontec.
Sófocles empezó a escribir en enero de 1992 y yo, en julio de 1995. Cuando empecé consulté con mi amigo Sófocles, en que se había basado para su sistema y me envió por correo antiguo (aún no estaba bien establecida la internet en nuestro país) la norma. Ya no la recuerdo ni la necesito.
La Real Academia no se había pronunciado al respecto y lo hizo por primera vez en junio de 1999 en su libro de Ortografía de la Lengua Española y hace tres años en el Diccionario panhispánico de dudas. En ambas obra dice que en los países de habla hispana se utiliza habitualmente el orden ascendente.
Ocurre que muchos gramatiqueros se aprenden una norma y la predican sin analizarla. No saben o desconocen a propósito que las palabras soler, habitualmente y similares que usa La Real Academia Española indican que la norma no es de estricto cumplimiento y que adoptar una diferente no hace erróneo el uso.
Uno de los amigos se quejaba en un foro de no haber encontrado la norma Icontec mencionada. No es necesario encontrarla: puede abrir cualquier norma Icontec y la encontrará aplicada en la primera página, como la de la fotografía que trata de la Norma 2050, Código Eléctrico Colombiano.
ISO es la sigla en inglés de la Organiuzación Internacional de Normalización.
Icontec es el acrónimo de Instituto Colombiano de Normas técnicas.
Anticipándome a otro envión gramatiquero en el sentido de que el Depedé obliga a escribir los acrónimos con mayúscula sostenida, les comento que los acrónimos son palabras y las palabras no se escriben con mayúscula sostenida. Caso diferente es el de las siglas que si van con mayúscula sostenida. El Depedé se equivoca en su apreciación.

domingo, 5 de octubre de 2008

La columna de Angelita


Mundo moderno
No sé qué dicen, pero sé de qué hablan…
El nuestro es un planeta poblado de manera tan diversa, rica e impredecible, que es sorprendente encontrar que durante la última quincena, en prácticamente todos los continentes hemos estado preocupados por el mismo tema: el sexo.
Den una revisadita a los titulares de las últimas dos semanas y verán que tengo razón. Empecemos por los vecinos de muy al norte, los estadounidenses, que han llegado a cuestionar la capacidad de Sarah Palin para ser vicepresidenta porque su hija adolescente está embarazada. Las especulaciones sobre si Bristol se va a casar con el padre del bebé desbancaron la guerra en Iraq pues, al parecer, hay quienes sugieren que la capacidad política de una mujer se puede medir con la virginidad de sus hijas.
Pero dejemos ese tema de ese tamaño. En otro continente, un pequeño hotel de la costa mediterránea turca ha decidido echar a todos sus empleados masculinos por coquetos. Así es, los trabajadores del hotel fueron “excesivamente amables” con las turistas; así que han perdido sus empleos. El administrador del Image Hotel en Marmaris dijo que de ahora en adelante sólo contratará mujeres para evitar escándalos. Y no muy lejos de allí, en España, un político está en problemas por haber descrito públicamente cómo perdió su virginidad en un burdel. En una entrevista televisiva el servidor público de la región de Cantabria, Miguel Angel Revilla, ofendió a las mujeres de su partido y demás compañeras del parlamento al hablar tan cándidamente sobre el tema pero según Revilla, de 65 años, “el 99% de los españoles de la época hicieron lo mismo”.
Por lo visto, los españoles no estaban solos. En Alemania, críticos literarios lloran la muerte del mito de un Franz Kafka solitario y puritano, pues una biografía publicada esta semana ha revelado que este hombre, que creció hablando alemán y siendo judío en un enclave del Imperio Austro-húngaro en donde todo el mundo hablaba checo, superó las barreras idiomáticas lo suficiente para encontrar un burdel y frecuentarlo asiduamente. Algunos seguidores están escandalizados con la publicación de los hábitos sexuales del autor de clásicos como La metamorfosis y El proceso, mientras que otros están felices de que el adjetivo “kafkiano” ahora incluya deleites carnales.
Y no hemos terminado el recorrido. Alrededor de mil balineses, vestidos de sarong típico, se reunieron este miércoles para protestar un proyecto de ley antipornografía porque dicen que podría lastimar las tradiciones culturales de Indonesia. La ley, que pretende proteger la moral de la juventud, incluye la prohibición de besarse en público y la penalización de cualquier forma de arte que se pueda considerar sensual.
Como verán, el tal mes del amor y la amistad ha dado mucho de que hablar en materia de sexo. Al parecer, los humanos no somos tan diferentes como pensé. Llevamos siglos obsesionados por lo debatir, regular, clasificar y juzgar públicamente lo que sucede en privado. Nada nos atrae más que lo que nadie quiere que sepamos que estamos haciendo. Todo esto me recuerda una famosa frase de Woody Allen: “No sé cuál será la pregunta, pero el sexo es definitivamente la respuesta”. Lo mismo se podría decir de las noticias… al menos, las más recientes.

sábado, 4 de octubre de 2008

Vista de lince 32

Acento diacrítico

Don Abel:
De aposta dejo pasar varios días sin entrar a su blog, como cuando de niño guardaba los confites de menta en el cajón de la mesa de noche antes de comérmelos, para aumentar el gozo con la demora. Hoy entré y me encontré gratas sorpresas. Felicitaciones y gracias por brindarnos entretenimiento y enseñanzas.
Le escribo para solicitar su concepto. Desde hace muchos años utilizo el adjetivo solo, sin tilde, y el adverbio sólo, con acento diacrítico, para diferenciarlos. Una persona amiga durante un tiempo me ha dicho que esa distinción no es necesaria, que se pueden escribir iguales, ambos como solo, y se apoya, entre otras cosas, en el DRAE:
solo1, la. (Del lat. solus). 1. adj. Único en su especie. 2. adj. Que está sin otra cosa o que se mira separado de ella. 3. adj. Dicho de una persona: Sin compañía.
solo2 o sólo. 1. adv. m. Únicamente, solamente.
Pues bien, creo que esa tilde diacrítica es necesaria. No usarla puede llevar a confusiones, hasta peligrosas. Mire si no:
Un lunes en la mañana, mientras esperábamos para empezar una reunión, oi el siguiente diálogo entre dos compañeros de trabajo:
- ¿Qué hiciste el fin de semana?
El otro contestó:
-Estuve en San Andrés.
-¿Estuviste solo en San Andrés?
A lo que el segundo replicó con cara pícara:
-¿Tu pregunta es si estuve solo en San Andrés o si estuve sólo en San Andrés?
¡Acuérdate de que soy casado y la diferencia entre ambas preguntas es delicada!
Profesor don Abel, gracias por oirme y que tenga buen día.
Luis Fernando
Luis Fernando Múnera LópezCorreo electrónico lfmunera1@une.net.co
Estimado Luis Fernando
Casi que su mensaje de hoy me sonó a regaño porque he descuidado un poco el blog debido, como sabe, al atranque tan templado que se me ha presentado en el trabajo de la Gobernación de Antioquia. Por lo anterior, pido disculpas muy sinceras a los amigos y a los enemigos que ya están disfrutando este blog. Este fin de semana trataré de ir combinando todas mis actividades y darles curso a varias cositas que están represadas edesde hace días. Y además anuncio que he podido mermar el atraso mencionado por circustancias favorables que se me han presentado en el trabajo.
Como bien sabe, estoy ciento por ciento de acuerdo con usted acerca de que la tilde diacrítica se debe poner siempre al adverbio y nunca al adjetivo. Al respecto, he evocado varias veces a mis profesores de primaria del Colegio de la UPB, don Darío Restrepo, ex futbolista del Huracán, don Aníbal Escudero, con quien me encontré hace unos cinco años para llevarme la sorpresa de que sólo me lleva 12 años de edad cuando por el saco y la corbata que usaban en aquel tiempo y por el título de don que nunca les quitábamos a los profesores lo imaginaba ya en las últimas de cambio y a don Francisco Lopera de quien recuerdo las expresiones histriónicas que les ponía a las lecturas, sobre todo a aquélla de la fábula de la gallina y de la rana en la que ésta se extrañaba de la alaraca que aquélla hacía al anunciar un solo huevo. De esos tres profesores recuerdo sus conocimientos en todas las materias y ese cuidado en el uso correcto de todas, de todas las normas gramaticales. ¡qué tiempos aquéllos, que parece nunca volverán! En aquellos días, entonces, yo aprendí lo de la tilde que nos ocupa.
Pasaron apenas 20 años después de haber adquirido esos conocimientos y apareció una obra que, a pesar de haber sido titulada como un ensayo, y haberse advertido en su prólogo que no tendría carácter normativo por ser transitoria duró 34 años en tal interinidad. Se trata del Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española, excelentre obra, cuya primera y única edición data de 1973 y durante los 34 años de interinidad tuvo varias reimpresiones –no sé cuántas, yo poseo la novena de 1983–. En la página 140 aparece la nota de pie depágina n.° 42 en letra casi imperceptible para nosotros los de bifocales que dice:
«El uso de la tilde es potestativo en los dos casos (éste, ése, etc., y sólo). Es lícito prescindir de ella cuando no existe peligro de anfibología (reglas 16 y 18 de las Nuevas normas de Prosodia y Ortografía que entraron en vigor el 1.° de enero de 1959).
Declaro desconocer y no haber buscado la pista de las mencionadas Normas de Prosodia y Ortografía.
Se puede observar, señor Múnera, las características antiimpositivas de esa norma:
1.° Es una norma de un esbozo de Gramática en la interinidad.
2.° Habla de una licitud en prescindir de ella, no de una obligación y sólo en los casos de no haber peligro de anfibología.
A pesar de ello, aparecen en el medio algunos gramatiqueros furibundos que obligan a prescindir de la tilde en todos los casos habidos y por haber.
Yo agrego, estimado don Luis Fernando, que la posibilidad de anfibología es un concepto subjetivo, no objetivo. Por tanto, es posible que para quien escriba sea claro lo que está afirmando, pero para el que lee lo tome a confusión.
A su ejemplo del picaresca conversación sobre el viaje a San Andrés, yo agrego otro muy sencillo.
Cuando digo Solo estudio ¿manifiesto que estudio sin compañía o que estudiar es la única actividad que desempeño? Averígüelo, Vargas.
Por tales razones no quiero moverme un milímetro de las enseñanzas de don Darío, de don Aníbal, de don Francisco y de los profesores de secundaria que reafirmaron tales conceptos.