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sábado, 19 de septiembre de 2009

Una hora de servicio militar

Era el año de 1994, estaba de jefe de zona de la Empresa Antioqueña de Energía, EADE, en Tarazá y entre los municipios que debía atender estaba Zaragoza.

Un día mi jefe me ordenó que me presentara en el Batallón de Zaragoza al mando del coronel Briceño para una inspección del sistema eléctrico y un diagnóstico sobre lo necesario para la mejora del mismo.

Eran las 10 a. m. cuando me presenté en la institución acompañado del chofer asignado al jefe de Zona, Rafael, y de Schnéider, el auxiliar de servicios de Zaragoza, y pregunté por el coronel Briceño.

Me hicieron pasar a una oficina muy sobria en la que me esperaba una persona amable.

–Coronel, buenos días –saludé–. Vengo de parte de EADE, soy Gabriel Escobar Gaviria –mis dos apellidos todavía arrancaban alguna sonrisa a soldados y policías.

–Ah mucho gusto, ya sé de qué se trata –me invitó a que me sentara y ordenó a un soldado que permanecía cerca de su puerta que le dijera al mayor Jaramillo que se hiciera presente.

Momentos después se presentó un oficial, hizo el saludo militar al coronel y espero a que éste hiciera la presentación del civil que permanecía sentado.

–Él es el ingeniero que envió EADE, para hacer el diagnóstico.

–Mucho gusto, mayor, –le dije a la vez que me levanté de mi asiento para darle la mano.

Hice el recorrido que duró cerca de una hora en compañía del mayor analizando los sitios neurálgicos y haciendo anotaciones en mi cuaderno académico.

Cundo terminamos me volví a presentar en la oficina de Comando:

–Coronel, ya terminé, le pasaré el informe a mi jefe para que le escriba una carta con lo que hay que hacer. Muchas gracias por su atención.

–Usted todavía no se puede ir –me dijo al momento que un soldado entraba con un uniforme camuflado en los brazos, unas botas nuevas y un galil y puso todo eso en un escritorio auxiliar.

Aunque todavía faltaba una hora para el almuerzo, pensé que el hombre me invitaría a almorzar y que esa hora me retrasaría muchas cosas.

–Coronel, debo irme, no se moleste por mí.

–Usted no se puede ir me repitió porque de mi batallón no sale nadie que no haya prestado servicio militar. Póngase ese uniforme y esas botas. Bien pueda pase al baño para que se cambie.

–Yo no sabía hasta dónde iría a llevar este coronel ese juego, pero obedecí. El camuflado era a mi medida, las botas eran mi talla. No me sentí mal con ese atuendo.

Cuando salí del baño, hizo su aparición en la oficina otro soldado al que se dirigió con el grado de sargento.

Sargento González, lleve al soldado Escobar a hacer polígono, mientras viene el fotógrafo a quien mandé llamar.

–Como ordene, mi coronel.

Al mencionar un fotógrafo, me di cuenta de que no era el primero ni sería el último en caer en las manos del coro Briceño (como me contó que alguien le decía).

Efectivamente, el sargento me ordenó tomar el galil, me enseñó a ponérmelo y me hizo ir hasta el sitio del polígono trotando y cantando estribillos que estaban de moda en esa época. Schnéider y Rafael me miraron entre extrañados y preocupados al verme salir disfrazado de soldado de la Patria y me siguieron. Habiendo llegado al sitio me estrenó con 30 flexiones, o velitas que llamamos, de provecho para mis 48 años de aquel entonces y mis 87 kilos de grasa.

Después de las velitas, el sargento me ordenó tomar el galil y me enseñó a introducirle las balas. Una vez cargado, me mostró las dianas y me ordenó dispararle a la que tenía en frente. Se oyeron un disparo y mi grito cuando mi trasero dio en tierra entre las carcajadas del sargento y de mis acompañantes. Los tres a una querían explicarme cómo pararme para que la ley de reacción no se aprovechara de mi humanidad.

Después de tres o cuatro disparos ninguno de los cuales había encontrado diana alguna, Rafael le pidió autorización al sargento para disparar

–Mi primero –le dijo–, yo presté servicio militar en el Batallón Guardia Presidencial, segundo contingente de 1981. Y le pido autorización para disparar.

El sargento no tuvo inconveniente en darle mi galil que hasta el momento no había cumplido su deber.

Cargó, apuntó, disparó y en toda la mitad del medio. Con esa puntería creo que el presidente Turbay agradecía tenerlo a su favor.

Luego Schnéider (ése eras su apellido, como descendiente de algún europeo que llegó a las minas de la región) pidió su turno y también fue excelente su puntería.

Apareció el fotógrafo y el sargento dispuso las fotos: en una salí con él, en otra con el ex batallón Guardia presidencial y con el auxiliar Schneider, en otra sólo. El fotógrafo terminó su labor y se fue. El sargento me indicó que podía dirigirme a la oficina del coronel y ponerme mi ropa.

Cuando volví a ser civil, me despedí del coronel no sin antes preguntarle:

–Dígame, coronel, ¿Cómo supo usted que yo no había prestado servicio?

–Fueron dos pequeños detalles: usted llegó aquí preguntando por el coronel Briceño y cuando yo me presenté usted me saludó “Buenos días, coronel” y su trato hacia mí siempre fue de coronel, como se dice doctor como se dice ingeniero. Si usted hubiera pagado servicio hubiera preguntado por mi coronel Briceño y su trato hacia mí habría sido de mi coronel.

Cuando el mayor Jaramillo entró usted permaneció sentado hasta el momento de la presentación; si hubiera pagado servicio se habría parado al momento de que el mayor entró y habría esperado que le hubiera indicado que se sentara de nuevo; y usted lo habría tratado como mi mayor y no como lo hizo. Como prueba estuvo su polígono comparado con el soldado del Batallón Guardia Presidencial y con el del otro subalterno.

–Gracias, mi coronel.

Cuando salí de la oficina de mi coronel me encontré con mi mayor Jaramillo de quien me despedí, agradecí la compañía y a quien prometí el informe. Luego busque a mi primero González para agradecerle sus instrucciones.

No me ha llegado mi tarjeta de reservista ni mi ascenso a teniente como corresponde a todo profesional que presta servicio.

lunes, 14 de septiembre de 2009

La columna de Angelita



Mundo moderno

La Bibliofilia es un camello

Dicen que el primer paso para superar una adicción es admitir que se tiene un problema pero ¿si no quiero superar mi adicción? Porque lo reconozco sin pena: soy compradora compulsiva de libros. Pocas cosas me llaman la atención tanto como una librería, especialmente esas ventas de libros usados que arman en carpas en el centro. Esculco bibliotecas ajenas (esto y hacer un inventario de las medicinas que otra persona tiene en el baño le dan a uno más información sobre alguien que varios años de conversaciones sinceras), leo por encima del hombro en el transporte público, ojeo lo que me encuentro en escritorios de otros y ni siquiera disimulo. No me da ni asomo de pena. Soy descarada y abiertamente bibliófila.

El problema es que vivo en el siglo XXI en donde el lugar de residencia de la mayoría de la gente de mi edad/condición, social/estrato, social/estatus marital es el apartamento. Los apartamentos modernos son un tributo a la economía del espacio, un triunfo de la ingeniería y de la arquitectura, pero son la ruina de los libros. No caben y dado que no tengo a la mano 400 camellos para hacer la de Abdul Kassem Ismael (gran visir de Persia en el siglo X) que siempre llevaba consigo su biblioteca de 117.000 volúmenes, además en orden alfabético porque los animales estaban entrenados para andar en fila, me ha tocado recurrir a artimañas como estanterías flotantes en todas alcobas, poner libros en la sala dizque porque eran de adorno y en el comedor “nivelando la mesa”. Pero ya no quedó más remedio que admitir que francamente tengo muchos libros. No demasiados. Pero sí, son hartos. Y mi marido ya se percató de un detalle nefasto: no los he leído todos. Él no entiende —tal vez sólo otro bibliófilo pueda entender— que la gracia no está sólo en LEER los libros sino también en POSEERLOS. Acariciarles el lomo como mascotas adoradas es un pasatiempo al que le dedico más horas de las que quiero contar, ordenarlos por título, autor, tema, preferencia o frecuencia de consulta me arrulla como nadie se imagina.

Pero mi marido, pragmático a pesar de sus pantalones de pana anaranjados, me ha dicho que no puedo comprar más libros hasta que me lea todos los que ya tengo. Esta prohibición rivaliza con la de Acta Volstead (ya saben, la que prohibió la fabricación y venta de alcohol en la década del 20 en Estados Unidos) y ha sido igual de acatada. Llego con libros empacados con disimulo en bolsas de plástico negras, tengo libros escondidos en el baño, en el carro, en la cocina, en las carteras y ocultos entre la ropa interior y debajo del colchón. Soy la al capone literaria y debo admitir que, como todo lo que se prohíbe, mis libros de contrabando son aún más dulces. Supongo que me tocará seguir leyendo debajo de las cobijas con linterna en mano hasta que me atrape la autoridad… o hasta que me consiga un par de camellos persas entrenados.
Ángela Álvarez Vélez
angela_alvarez_v@yahoo.com

martes, 8 de septiembre de 2009

Reunión en el Colegio de La Enseñanza de Medellín. 1 de 2

Programada por la Asociación de padres de Familia del Colegio de la Enseñanza cuyo presidente es el abogado Rubén Darío Barrientos G. Se llevo a cabo en el recinto educativo una reunión con la asistencia de padres de familia en la que se indicaron algunas incorrecciones del lenguaje y se insistió en el uso del Diccionario de la lengua Española y del Diccionario panhispánico de dudas ambos en la página www.rae.es, página que en cualquiera de las formas posibles debería estar en todos los computadores para su consulta inmediata.

Respondo por este medio las preguntas que hicieron durante el evento para que quede constancia y para completar las que no se alcanzaron a responder por la falta de tiempo. A los lectores desprevenidos de este blog les comento que ésta es una actividad de la que disfruto enormemente. Mi hoja de vida está llena de ese tipo de charlas en colegios, casas de la cultura, empresas, asociaciones de toda clase y son muy fructíferas porque se aprende mucho y se corrigen muchos errores idiomáticos.

1. Si los nombres de las profesiones tienen género, ¿cuál es el femenino del sustantivo piloto?

El caso del femenino de la palabra piloto es muy particular. La palabra viene de una palabra italiana, pilota, que en género femenino, en ese idioma, sirve para ambos géneros. Lo que en español se llamaría género epiceno; como águila, serpiente, que siendo de género femenino sirve para ambos sexos. No se entiende, entonces, que siendo la palabra original de género femenino y que el español se transformó en masculino, inclusive cambiando la a en o, no pueda ahora usarse correctamente para designar las pilotas que operan en todas las líneas aéreas, inclusive hasta en las de los ejércitos de todos los países.

Transcribo una pregunta y su respuesta que encontré en Fundéu de la Agencia Efe con la que estoy en total desacuerdo por la falta de lógica. Pues lo mismo que al respondiente le suena “francamente mal” decir la pilota, les sonaba otrora francamente mal a muchos decir la médica, la abogada, la ingeniera, cuando estas señoras empezaron a recibir merecidamente esos títulos. Tiene razón en decir que quizá con el tiempo, pero hagamos más corto ese tiempo empezando ya, aunque hubiera una sola pilota: su feminidad le hace merecer la palabra en su género correspondiente.

«16/06/2005 En Estados Unidos hay una chica que puede ser piloto de fórmula uno en los próximos años. Hoy va a probar uno en el circuito de Indianápolis y nuestra duda es cómo llamarla correctamente, si la piloto o la pilota».

«Debemos llamarla “la piloto” (en masculino). Actualmente ya se hace el femenino de casi todas las profesiones o cargos militares pero hay algunos que de momento deben conservarse en su forma masculina, como es este caso, porque todavía no existen muchas mujeres piloto y decir «la pilota» suena francamente mal. Quizá con el tiempo».

2. ¿Cuál es la manera correcta: “Caer en cuenta” o “Caer en la cuenta”?

El Diccionario trae la forma caer en la cuenta y nos remite a otra locución dar en ello cuyo significado es venir en conocimiento de algo que no lograba comprender o en que no había parado atención. El porqué del artículo tiene una leyenda que creo haberla aprendido de Argos, Roberto Cadavid, Argos, aunque al buscarla en su libro Gazaperas gramaticales, no la encontré. La leyenda consiste en que algunos siglos ha, en épocas en que el celular ni se vislumbraba ni había ninguna forma de comunicación fácil con quien se alejara de la casa. La esposa hacía la recomendación a quien salía de casa de traer tal o cual artículo necesario en el hogar, con la consecuente observación de cuidadito se te va a olvidar. Algún marido recursivo inició la costumbre de echarse al bolsillo una pepita de algún collar viejo (cuenta) de tal manera que cuando se llevara la mano al bolsillo, ella caería en la cuenta lo que lo haría recordar el encargo. De ahí la expresión caer en la cuenta

3. ¿”Ha habido” o “Han habido”?

El verbo haber cuando significa existencia sólo se conjuga en tercera persona del singular: Hay fiestas, hubo problemas, Habra exámenes, etc. De la misma particularidad participan los verbos auxiliares que lo acompañen: tanto el verbo haber para los tiempos compuestos, como otros verbos que acompañan el infinitivo: Debe haber funcionarios amables; Tiene que haber fiestas patronales.

4. Un gazapo del italiano: según los periodistas de farándula: Pparazzi, plural en aquel idioma, lo usan para referirse a uno solo. ¿debería ser paparazzo?

Muchos periodistas al usar palabras extranjeras no diferencian el modo de usarlas en español, al decir una ppaparazzi para referirse a una persona de las que acostumbran andar tras de los famosos cámara en mano para pillarlos en escenas comprometedoras, hacen mal uso de la palabra en el idioma original, en este caso el italiano.

5. ¿A quién se tutea y a quién no?

Esta pregunta cabe más dentro de un tratado de Urbanidad y Protocolo que dentro de una conferencia de gramática. Se tienen tres formas para tratar a una persona: El tuteo, el ustedeo y el voseo. Podemos empezar por el voseo que es de uso común en Argentina y en la región de Antioquia, en Colombia. Entre nosotros, los colombianos antioqueños lo usamos con personas a las que les tenemos mucha confianza y amistad. Es gramaticalmente aceptada por la Real Academia y hasta viene en la conjugación de los verbos: Vos salís por tú sales.

El tuteo se usa entre personas que se tienen confianza y que quieren darse un toque de cultura. En Colombia los usan primordialmente los de la costa Caribe y los bogotanos. En las regiones donde se usa el voseo se produce un fenómeno muy postizo: Las parejas jóvenes consideran que sus hijos deben aprender a hablar bien el español y los tutean en la infancia. Su tuteo se oye postizo y más que al infante le queda la sensación de que es tratamiento obligado hacia sus padres, porque en sus relaciones con otros niños de su edad aparece el voseo.

Por último, a aquellas personas que tienen algún grado de superioridad o de dignidad, tales como jefes, profesores, religiosos y a personas que se acaban de conocer se las debe trata con el ustedeo: Profesor, como usted explicó en la clase pasada...

6. ¿Por qué algunas personas al leer una cita textual dicen: “Abro comillas-cierro comillas”? ¿Es correcto?

Melindres sin razón que se ha ido metiendo en los discursos

7. ¿Por qué la palabra chofer en el Diccionario virtual de la RAE aparece con enmienda para la próxima edición?

La palabra chófer en la entrada correspondiente en la XXII edición del Diccionario aparece antes que la palabra chofer (ver aquí) mientras que el avance de la XXIII edición invierte el orden (Hacer clic en el cuadro rojo de Avance). Eso indica que la Real Academia Española, consideraba la palabra chófer como su preferida, mientras que para la próxima edición invierte su preferencia, tal vez por ser más extendido el uso de la forma aguda sobre el de la forma grave.

8. Le solicito comentar:

8.1. El “hasta” bogotano. “hasta hoy lo conozco a usted… y me place”.

El hasta bogotano, compartido con algunos países centroamericanos consiste en usar la preposición hasta como inicio de una acción y no como término, como es su oficio. El ejemplo citado Hasta hoy lo conozco, dicho por un bogotano, quiere decir que apenas hoy lo conoce. El uso correcto significaría que lo conozco, pero de hoy en adelante no lo conozco, lo cual es imposible. Veamos un ejemplo en que sí puedan existir amabas posibilidades. Si yo digo Hasta hoy tengo dinero, mis coterráneos paisas me entienden que tuve dinero desde hace algunos días, pero hoy se me termina. En cambio, si lo digo en Bogotá, los rolos pueden entenderme que anteriormente estaba sin una y que hoy me viene alguna cosita que me saca de la pobreza. Otro ejemplo si digo el Éxito (un almacén de cadena que era paisa y ya es francés) lo abren hasta las diez, mis coterráneos entienden que a las diez lo cierran; en Bogotá, lo abren.

8.2. ¿Son eufemismos “regáleme la cédula”, “colocar”?

El uso del verbo regalar es un melindre que se generalizó, primero entre las secretarias y las personas que tienen que atender público. Ya no dicen “dígame su teléfono”, sino regáleme su teléfono, regáleme su nombre, regáleme su cédula. De allí pasó a usarse en las tiendas: Regáleme un pan (con el dinero en la mano). El significado académico del verbo regalar no admite ese melindre.

En cuanto al verbo colocar, ¡Qué plaga! ¡Qué borreguismo el de la gente! A Alguien se le ocurrió decir que las únicas que ponen son las gallinas y de ahí en adelante se desmoronaron los otros 43 significados del verbo poner y los tuvo que usurpar el verbo colocar que sólo tiene cinco y uno más que está en el avance del XXIII edición.

8.3. El centro automotriz donde el emperatriz Carlos V arreglaba su coche y el actriz Juanes hará una representación.

Confidencialmente escribí algo en la columna del Diario del Otún de hoy martes 8 de septiembre al respecto y la transcribo para no repetir lo ya redactado:

¿Sector automotor o sector automotriz? Ambas formas aparecen en el párrafo. Anticipo mi voto: aunque el sustantivo sector sea de género masculino, ninguna de las dos formas eCursivas correcta. Tampoco el argumento de que el error es por razón del contagio que proporciona la expresión mecánica automotriz, que sí es femenino, porque tampoco es válida esa expresión. Explico: El adjetivo automotor en masculino y sus dos formas femeninas correspondientes, automotora y automotriz, se refieren a los elementos que se mueven por sí mismos, no a lo que se relacione con ellos o les sea propio. Es decir, no hay un sector automotor ni se estudia mecánica automotriz, porque ni el sector ni la mecánica se mueven por sí mismos. En cambio si puede haber un vehículo automotor o una máquina automotriz (o automotora) que se muevan por causa del motor que poseen. Entonces, ¿qué hacemos con lo que se relaciona con ellos o les es propio? Veamos dos palabras: motorístico es todo que se relaciona con motores o les es propio y automovilístico es todo lo que se relaciona con automóviles o les es propio. El sector que estuvo de feria en Pereira, fue el sector automovilístico y la mecánica que repara los automóviles es la mecánica automovilística.

9. ¿El terminal de transporte o la Terminal de transporte?

Para esta respuesta miremos la definición de terminal (cliquear) que trae el Diccionario. Como ven es de género femenino para el significado de cada uno de los extremos de una línea de transporte público. Hay dos focos de contaminación, al menos en Colombia, que hacen esta palabra de género masculino. La primera terminal de transporte y única por varios años fue la de Cali. Los caleños llamaron su terminal en femenino: la terminal de Cali. Años después se construyeron simultáneamente las terminales de Medellín y de Bogotá. Los medellinenses llamaron la suya en femenino; los bogotanos, en masculino. Dado que Medellín y Cali quedan en el occidente del país y Bogotá en el oriente quedó dividido el género de las terminales por el río Magdalena: las del occidente en femenino, las del oriente en masculino. Ocasionalmente, dada la influencia de la televisión bogotana (telenovelas, realities y noticieros) aparecen algunos escritores en el occidente llamando las terminales en masculino y en ciudades relativamente cercanas a Bogotá como Pereira y Armenia.

sábado, 5 de septiembre de 2009

La columna de Angelita

Mundo moderno

El precio de la liberación femenina

Mi abuela Pepita creía que la Liberación Femenina había sido algo que empezó con prometernos a las mujeres que podíamos SERLO todo, pero que había terminado con que nosotras teníamos que HACERLO todo. Por supuesto, siempre pensé que estaba equivocada… hasta ayer.


Ayer me llamó mi amiga María a contarme que está saliendo con un caballero, uno de esos raros especímenes que abren la puerta (al respecto, mi abuelo Miguel decía que cuando un hombre le abre la puerta del carro a una mujer, es porque el carro o la mujer son nuevos), corren la silla, llaman a ver si una llegó y llevan flores. Fue este último detalle el motivo de la llamada. No llamaba a jactarse sino a confesarme que nunca antes le habían llevado flores y que francamente no supo qué hacer cuando las recibió. “Abrí la puerta —me contó— y ahí estaba él con un ramo de flores en la mano. ¿Una qué hace? No sabía si recibírselas y devolverme a la casa para meterlas en un jarrón con agua, que además tendría que ser una botella de dos litros de gaseosa con la parte de encima recortada porque obvio que ya nadie tiene floreros, o si me las llevaba en el carro o si me las metía en la cartera o si tenía que andar con ellas tipo Greta Garbo… La verdad es que no estoy preparada para estos detalles de fina coquetería” concluyó.

La sentí tan perdida que me sinceré con ella y le conté que después de ir al cine con un pretendiente, éste me envió una caja de rosas y lo único que acaté a decirle cuando llamé a darle las gracias fue “a mí nunca me habían dado flores que trajeran cuido”. Me refería, por supuesto, al sobrecito de abono que traía la caja para echarle al agua del florero para que duraran más. Pero no dije “abono”, dije “cuido”, como dicen en las fincas cuando hay que ‘darles cuido a los perros’. Rosas con cuido. ¿Qué tal la montañerada? Por fortuna eso no turbó demasiado al joven y salimos durante cuatro años y medio (él finalmente se casó con otra pero estoy casi segura de que no fue por lo del cuido).

El caso es cierto, las mujeres modernas no estamos preparadas para los caballeros porque, en algún momento de la carrera hacia la independencia y la igualdad, olvidamos cómo ser tratadas como damas. Les parecerá tonto pero he estado observando muy detenidamente a las jovencitas de mi edad (oigan, no se rían…) y en general levanta sospechas cualquier piropo o acto de amabilidad. ¿Ha muerto la caballerosidad? ¿El feminismo lo mató? ¿Importa? Todas estas preguntas me han estado rondando la cabeza en estos días y he pensado mucho en mi abuela y las palabras que decía cuando alguna de mis hermanas o yo le pedíamos plata para salir a cine con algún amigovio (cruce entre amigo y novio, para los que no sabían) o cuando mi mamá tenía que irse a trabajar: “Maldita la hora en la que nos liberamos”. ¿Perdimos más de lo que ganamos? Creo que no, pero tal vez sí se nos embolató algo en la transición. Lo que no sé es cuánto nos cueste recuperarlo…