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sábado, 15 de agosto de 2009

La columna de Angelita



Mundo Moderno

En defensa del caos

Héctor Abad Faciolince escribió para El Espectador una columna que lo convirtió en mi nueva traga literaria. Para que sepan, estos amores son netamente platónicos y los he tenido durante toda mi vida lectora. Me arrebatan con la intensidad de cualquier traga adolescente y duran más o menos lo mismo. Se preguntarán qué fue lo que dijo Don Héctor para merecerse las emociones que sólo las estrellas de rock, pero un respeto profundo por el trabajo ajeno y un temor bien fundamentado a una demanda por derechos de autor me impiden reproducir el texto. Les contaré simplemente que se trata de una diatriba a la perfección en la que planeta que todo lo perfecto debe generar sospechas y todo lo imperfecto vale la pena cultivarlo. ¿Cómo no quererlo?

Resulta que desde hace años defiendo, por conveniencia y convicción, la idea de que un poquito de reblujo (Word y la RAE no reconocen esta palabra, pero seguramente mis lectores sí) no le ha hecho mal a nadie y, es más, promueve cosas maravillosas como las sorpresas, las transformaciones y las asociaciones, elementos básicos de la creatividad. Pero Héctor y yo no somos los primeros en defender el desorden. Los griegos, que se inventaron cosas tan útiles como la Filosofía y las Bacanales, plantean en su mitología que del Caos salió la mamá del Huevo Cósmico. Además, Einstein, Hawking y Edison, todos célebres acumuladores de pendejadas inútiles y fabricantes de reblujeros inconmensurables, han defendido la noción del “caos creativo”, noción que evidentemente eludió a todas mis profesoras del colegio que insistían que nada bueno podía salir de un pupitre al que no se le viera el fondo.

Yo creo, en cambio, que tener un par de llaves que no abren nada y otro par de candados abandonados por sus llaves puede suscitar reflexiones profundas sobre el amor, la vida, la muerte y todo lo que ocurre mientras aparece cualquiera de los tres. Uno nunca sabe cuál va a ser el pedacito de papel con algo escrito encima que contiene la primera frase de lo que será una gran novela o en cuál cajón lleno de puntillas y chicle y yoyos viejos hay el diseño que inspire una nueva teoría que lo explique todo.
Escribo estas líneas aún con la nostalgia de todos los tesoros que he tenido que botar. Bueno, prefiero pensar que no los boto sino que los entrego al Universo para que encuentren otro dueño. Mi colección de piedras que mi mamá dijo que carecía de valor, mis dibujos infantiles que estoy segura de que guardan la clave para descubrir alguna Gran Verdad y los celulares viejos en los que creo que hay palabras atrapadas. Esta nostalgia me invade cada que me toca botar algo porque físicamente ya no me caben tantas chucherías. Pero la tristeza se me quita cuando pienso en mis amigos, los defensores de lo deliciosamente imperfecto. Cabe la posibilidad de que estemos equivocados... pero al menos estamos bien acompañados.

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