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jueves, 7 de enero de 2010

La columna de Angelita

Mundo moderno

De parte y parto

Mi cuñado Andrés, más conocido como el papá de Emilio, proviene de una familia numerosa y cuenta que una vez alguien llamó a perpetuar la costumbre de ofrecer un niño, a lo que él contestó:

–No, muchas gracias, aquí ya hay muchos –y colgó.

No he dejado de pensar en esa anécdota todos estos días en los que yo he llamado precisamente a ofrecer lo mismo: un niño. MI niño Matías. Ésta es, entonces, una columna de ofrecimiento, pero ojo que la oferta es por tiempo limitado y está buenísima.

Lo digo porque este bebé no es como los demás. Varias personas totalmente neutrales están de acuerdo: mi papá, el papá de Matías, el tío y la tía de Matías, mis tías y mi ginecólogo (aunque, para ser justos con el doctor Correa, en el momento de decírmelo creo que tenía mi vejiga en una mano, un escalpelo en la otra y el anestesiólogo le acababa de decir que no podían darme más epidural para callarme). El caso es que es El Niño Más Lindo del Mundo. Sigo buscando algún tipo de asociación acreditada internacionalmente que otorgue el título de manera oficial, una especie de Míster Baby Universe o algo, pero he tenido suerte.
Ustedes dirán que exagero como toda nueva mamá, créanme que mi bebé no babea como los demás: babea como saboreando la vida. Y no hace bizcos como los demás: hace bizcos como queriendo adoptar una perspectiva diferente. Y no balbucea como los demás: mi bebé tiene balbuceo bilingüe.

Me enamoré desde el instante en que lo vi. Le hablé y me estiró la manito y me cogió el dedo. Les digo que es de los momentos más lindos que he vivido. Siquiera porque ese momento llegó luego de varias horas de intentar infructuosamente de inducirme el parto a punta de drogas (los médicos) y ataques de risa (mi marido, mi mamá y mi hermana). Nada dio resultado y luego de seis largas horas tenía más dilatada la pupila que, bueno, que lo que tenía que dilatar, así que optaron por entrar por el bebé.

El momento Kodak que les describí tuvo lugar justo antes de oír que un médico le decía a otro:

–Algo no cuadra.

Yo, digna hija de un ingeniero mecánico, dije en tono comprensivo:

–¿Les sobraron partes?, frescos, a mí me pasó lo mismo armando la cuna de Matías.

Pero mi comprensión no pareció aliviar la tensión y el ambiente en el quirófano se puso más tenso que marrano de engorde el 23 por la noche. Entonces dije:

–Si no les molesta mucho la estética de motel, pongan un espejo en el techo y yo les ayudo a acomodar las cosas.

Pero este comentario tampoco los relajó. Finalmente hubo un “¡Ajá!” de parte de alguien con tapaboca (a propósito, creo que los tapabocas no son para prevenir el contagio sino para evitar la identificación en caso de un pleito) y al poco rato olí a quemado. Pensé que me estaban haciendo un tatuaje con un código de barra pero al parecer es parte del procedimiento. El caso es que al poco tiempo tuve a mi bebé en mis brazos. Lo que pasó después es tema para la próxima columna.

angela_alvarez_v@yahoo.com

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