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jueves, 21 de enero de 2010

La columna de Angelita

Apuntes de maternidad



Ser madre es algo asombroso. Aparte de la magia de tener en los brazos a un bebé que es producto del amor y de la magia de la vida y toda esa carreta, les confieso que haber producido un humano me ha dado una sensación de poder increíble. Ya no me importa caerle mal a la gente: puedo fabricar mis propias personas.
Claro que la sensación de poderío es efímera. A mí me duró hasta que me lo quitaron para mandarlo al baby spa a fototerapia una par de días porque estaba amarillo. Ya en casa, estábamos acostumbrándonos a levantarnos a horas que sólo los vampiros conocen cuando a mi esposo se hizo un esguince y lo tuvieron que enyesar (entonces descubrí que hijo ictérico más marido histérico es igual a madre colérica). Han pasado unos días y me complace reportar que Matías ha superado la ictericia y mi esposo se está acostumbrando a las muletas porque, digno aprendiz de mi padre, las “engalló” y les puso de ese plástico de burbujas que se usa para empacar enrollado con cinta de enmascarar y le hizo unas mejoras al yeso con Vynilpel y unas tijeras. A raíz de ello mi cólera ha bajado.
Mi leche, sin embargo, se niega a hacerlo.

Este cuento de la lactancia ha sido todo un drama. Para ponérselos en términos agropecuarios, estoy como una cebú: briosa y con poca leche. Espero convertirme en holstein pronto porque mi hijo se está tomando cuatro onzas cada tres horas y nos vamos a arruinar si tenemos que seguir comprando fórmula de tarro. Le he dicho a mi médico que me recete un Prontolac o un Muchomilk o algún medicamento, pero al parecer no existen. Alguien me sugirió que tomara Pony Malta y estoy tan desesperada que, pese a que preferiría comerme un Pony e inyectarme solución de Malta, me he tomado dos. Las cosas que uno hace para podérselas echar en cara a los hijos… Pero volviendo al tema, estoy algo obsesionada con esto de lactar, al punto que hace un par de noches estaba canaliando (del verbo canaliar: yo canaleo, tú canaleas) y de repente vi una escena romántica bastante explícita. Me quedé mirando la mujer torcidesnuda y le dije a mi esposo: “Mira, amor, ella tiene el pezón invertido. Le va a dar durísimo la amamantada”. ¡La verdad es que la maternidad le cambia a uno la perspectiva de tantas cosas!
De resto, me complace anunciar que el bebé está bien. Estoy particularmente orgullosa porque me he aguantado las ganas de pegarle el gorro con cinta doble faz y no le he puesto silicona líquida al chupo. Claro, se me nota lo primípara pero hasta el momento no he hecho nada que me haría salir en CNN, así que creo que hay esperanza.
Lo importa es que estamos felices. Bueno, eso es hasta que le dé por sacar el carro sin permiso, llegue borracho a las tres de la mañana, pierda todas las materias en el colegio y se tatúe las palabras “mi mamá me ama, mi mamá me mima, me mamé de mi mamá” en los bíceps. Y entonces ¡sí que voy a lamentar esa Pony Malta!


angela_alvarez_v@yahoo.com

1 comentario:

Pavita dijo...

Excelente artículo. Me reí mucho y al mismo tiempo me identifiqué perfectamente con esas situaciones, ya que también estoy amamantando. Gracias a Dios he tenido buena producción y no he necesitado ni una gota de leche de fórmula para mi bebé. Tristemente también la tuve dos días en fototerapia y también conozco eso de la vida nocturna. Lo que más me hizo reír fue eso de que "fabricar mis propias personas" je, je, je.

Saludos.