Un regalo especial para la Virgen.
Era el año 1954, durante las dos décadas anteriores se había producido un éxodo de judíos alemanes hacia las diferentes ciudades americanas, por razones de todos conocidas y muchas veces contadas a lo largo de 66 años de historia de postguerra. Medellín no fue la excepción para recibir cientos de judíos que aquí llegaron y que pronto empezaron a ocupar puestos representativos en las empresas paisas, otros crearon sus propias empresas que en pocos años fueron productivas. Aún hoy en día se escuchan esos apellidos hebreos en las juntas directivas de muchas de nuestras empresas.
Como es lógico en aquellos casos, muchas de esas familias traían sus pequeños hijos y hubo quienes nacieron durante la travesía. Esos niños necesitaban educación. Hubo entonces un colegio católico que les abrió los brazos y el corazón: el bachillerato y la primaria de la Universidad Pontificia Bolivariana, U. P. B. Fue una de las preocupaciones principales de monseñor Félix Henao Botero, Moncho, rector magnífico durante 33 años, gloria a Dios, el bienestar de aquellos judíos: «Fui peregrino y me acogisteis» (Mt 25, 35).
De la parte femenina de las familias desconozco quién se ocupó como se ocupó nuestra UPB de la masculina. En cada grupo había tres o cuatro judíos. Yo cursaba entonces en la primaria de Juanambú, tercer año con el excelente profesor don Darío Restrepo, ex futbolista del Huracán (del que nació el Deportivo Independiente Medellín). De los judíos de mi grupo, no recuerdo el número y sólo recuerdo un nombre: León Róiter (q. e. p. d.), mi mejor amigo, los dos primeros de la fila por pequeñines.
Los judíos eran eximidos de la misa que diariamente celebraba el padre José Piedrahíta Echeverri en el oratorio del segundo piso; eran eximidos también de las clases de Catecismo del padre Astete, y de la Historia Sagrada del padre Tomás Villarraga, sólo asistían a la parte del Antiguo Testamento. Una forma más de la demostración de tolerancia religiosa que nos enseñaba Moncho.
Unos días antes de iniciar mayo, don Darío nos había dicho que para el primer día, pidiéramos una platica extra en nuestras casas para que al reunir lo traído pudiéramos comprar las cosas para el altar de la Virgen en nuestro salón. Lógicamente sabíamos que los judíos no lo harían porque ellos «no creían» en la Virgen ni les era permitido venerar imágenes.
Con lo que le entregamos a don Darío se compraban algunas cosas para adornar el altar, pero nos quedaría faltando un pedazo de raso azul celeste y dos de blanco para que sirviera de fondo a la imagen de la Virgen. Como el papá de Róiter tenía almacén de telas, alguien sugirió que éste le preguntara a su padre si nos daría el mes de mayo para irle pagando de a poquitos esas dos necesidades.
Por la tarde (recordemos que la jornada estudiantil en aquella época era partida en dos), llegó Róiter con una bolsa debajo del brazo y se encaminó hasta donde estaba don Darío. Sus amigos lo seguimos curiosos por saber qué traía en la bolsa. Él se adelantó hasta llegar adonde estaba el profesor y con aíre ceremonioso, como le gustaba hacer las cosas, puso la bolsa en el escritorio y exclamó:
—Vea, don Darío, que aquí le manda mi papá para el altar de la Virgen y que no se preocupe por la plata que eso ya está pago.
Y sí que estaba pago: durante 57 años he tenido ese altar de la Virgen en mi mente como una muestra de agradecimiento del papá de Róiter por lo que un colegio católico y un cura católico hacían por sus hijos.
Gabriel Escobar Gaviria
Julio 15 de 2011
1 comentario:
Al occidente de Medellín: barrio El Cucaracho para ser más exactos, también llegaron dos alemanes con sus tres hijos (don Clemen Buff y doña Gerta Kapretlz), quienes me recuerdan el libro: La Aldea de Aná; El occidente del rio Medellín, editado por la UPB en 1.973, del Pro. Javier Piedrahíta Echeverri. Ojo Javier no José, ¿será el mismo?, ¿hermanos?, ¿Primos?, o ¿nos falla la memoria don Abel?
Publicar un comentario