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jueves, 11 de diciembre de 2008

La columna de Angelita

Mundo moderno

Incidentes parasómnicos de la vida marital

Jorge y yo estamos de aniversario. Un año de casados y el resultado es: 365 días maravillosos, 365 noches fatales. La dicha marital me dura hasta el primer ronquido y de ahí en adelante el colchón se vuelve un campo de batalla (de hecho, suenan bastante parecidos) en donde la supervivencia de lo onírico es un duelo a vigilia. Y casi toda la culpa la tiene Samantha, la bruja de Hechizada.

Ustedes dirán que qué culpa podría tener la encantadora bruja que inmortalizó el arte de hacer magia moviendo la nariz, pero resulta que esa fue la primera serie de televisión norteamericana que mostró a una pareja de casados durmiendo en una cama doble.

Entre los años de 1930 y 1968, durante el temido y criticado régimen del Código Hays, las parejas se mostraban en camas gemelas (y si estaban en la misma cama, uno de los dos tenía que tener al menos un pie tocando el piso). Las camas gemelas entraron en furor en la década del 90 (aclaro que se trata de 1890, para los que creen antes de Madonna sólo había cavernícolas), y aunque algunos se escandalizaron porque pensaron que ponían en peligro el sacramento matrimonial, se les dio la bienvenida con la sonrisa típica de una noche de buen sueño.
Pero todo terminó cuando los libretistas de Hechizada decidieron que Samantha y Darren salieron compartiendo cama, destronando las camas gemelas y dándole a la cama doble tanto impulso que mi regalo de bodas fue una cama doble con su colchón.

Ese colchón ha sido testigo de una muestra bastante surtida de la parasomnia, a tal punto que creo que debería tener un diario de campo —¿o nocturno de sábana?— en el que consigne todo lo que hace mi marido dormido, pues llevo un año durmiendo (¡A ESTO SE LE LLAMA DORMIR?) al lado de un sujeto que parece que coleccionara problemas del sueño.

Para empezar, está la roncopatía. Pero los ronquidos de mi marido no son los de cualquier gigante. Este ruido que hace no debería poder ser producido por un ser humano. Inspira como si en vez de tráquea tuviera una gaita y espira como si en su garganta se anidaran diez mil ánimas en pena.

A lo anterior le podemos sumar el mioclonus, que es una manera decente de decir que se mueve mucho cuando está dormido. A eso le añadimos un poco de somniloquía, que quiere decir que habla dormido, y tenemos la escena de anoche en la que me dio un codazo, me sacudió y me dijo “Oye, será que me colaboras ahí con un mail. Mira este tipo, se durmió en el ferrocarril. Bueno, sólo te quería entretener la noche” y después siguió roncando —como he descrito anteriormente— como si nada. Yo, en cambio, quedé como una lechuza y no me pude volver a dormir.

Y ni siquiera les he contado de las veces en las que mi esposo roncópata-mioclune-somnilocuaz me roba las cobijas. La ciencia no ha bautizado aún esta acción, pero no dudo de que lo haga pronto y cuando eso suceda, yo estaré pendiente para confeccionar atractivos autoadhesivos para el carro que recen “No me pite. Duermo con un narco-clepto-vestis-maniaco”. Predigo que habrá fila para comprarlos. Pero antes de mandarlos a imprimir, quiero aclarar que si bien sigo brava con Sam, reconozco que amanecer mal dormida de vez en cuando no es nada comparado con la dicha de despertarme todas las mañanas con un hombre que me hace desayuno todos los fines de semana y me hace reír todos los días. ¡Feliz aniversario!

Ángela Álvarez V.

angela_alvarez_v@yahoo.com

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