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lunes, 19 de septiembre de 2011

La columna de Angelita

El verdadero coraje
Tuve una semana difícil. Todo empezó el martes, cuando estábamos hablando de la década del 60 y les pregunté a mis alumnos si sabían los nombres de los cuatro integrantes de Los Beatles, agrupación que se podría argüir fue la más influyente del siglo XX y de cuya existencia —estaba segura— debían estar enterados hasta la más reciente generación de primíparos. Mas, no.

Atrás a la derecha se irguió una mano con irreprimible entusiasmo al tiempo que su dueña gritaba:

—Claro, fueron Ringo Star, John Lennon, Paul McCartney y Elvis Presley.

No les miento, sentí que un pedazo de mi murió cuando oí la respuesta, más hiriente por la certeza del tono de voz que por lo erróneo de su contenido.  
No supe cómo manejar la situación y es posible que permitir que mi barbilla rozara la baldosa mientras mis ojos se salían de su órbita no fuese la opción más pedagógica, pero no pude contenerme. Al terminar la clase quedé cabizbaja, meditabunda y decepcionada de la juventud.

Ya sé, ya sé, la expresión «la juventud» la usan los viejitos y yo no debería comportarme aún como viejita, pero les confieso que ser profesora se me dificulta un poco últimamente. Mis ejemplos ya no tiene la misma traducibilidad intergeneracional que alguna vez tuvieron. Mis alumnos no saben quién fue Alf y algunos ni siquiera sabían quién fue la Princesa Diana.

Esto no es nuevo para mí, pero el día de Elvis quedé realmente preocupada «¿Cómo puedo impartir conocimiento a mentes que no han sido fertilizadas con las imágenes del extraterrestre con el peinado más imitado de la historia o la saga Diana-Camila-Carlos?», me preguntaba a mí misma durante esta semana. Dudé de mi llamado, dudé de mi capacidad para continuar en esta profesión y temí por el futuro. Deambulé por los corredores de la universidad en la que soy profesora y contemplé las placas que honran la memoria de próceres y mártires sin dejar de pensar que los sacrificios de estos nobles compatriotas habrán sido en vano si el futuro del país yace en las manos de gente que cree que un superlativo es cuando se usa la palabra «súper». (Es en serio. En un examen pregunté por el superlativo de fuerte y pusieron súper fuerte).

Pero entonces ocurrió algo verdaderamente inusitado. Me encontré con un colega, quien permanecerá anónimo, que dicta la materia de Macroeconomía. Acabaña de dictar dos horas de clase con los pantalones descocidos e iba por más. Después supe que dictó la sesión que le faltaba en esa universidad y remató con una clase magistral en un programa de posgrado de otra. Eso es amor por la docencia.

El compromiso y la valentía de mi colega me dejaron anonadada. Dictar clase culiexpuesto es una hazaña digna de las más altas condecoraciones militares. Ese acto y el de Sofía Loren, quien posó desnuda para el calendario Pirelli a los 70 años, son las expresiones de coraje más inspiradoras que haya conocido de humano alguno. Ellos deberían tener placas conmemorativas en los corredores de todas las universidades del mundo.
Ver al profe de Macro con los calzoncillos al aire me recordó la importancia de invertir en la juventud y volví a clase con renovada energía, dispuesta a enfrentar lo que fuera. «Si no me preocupo por los jóvenes de hoy, ¿qué será del país, mañana?» me dije. Y entonces, me asusté de verdad porque me di cuenta de que si nosotros no educamos a estos niños, mañana podremos tener de presidente alguien que crea que Alicia en el país de las Maravillas fue basado en una historia real (tristemente, eso significaría que el presidente sería un alumno mío que me preguntó eso hoy).

Esta columna fue publicada en el diario La Tarde el 13 de abril de 2008.

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