Carlos Castro Saavedra.
Los ingenieros
Los
hombres y los árboles tienen mucho en común. Las obras de los seres humanos
pueden ser comparadas con los frutos que produce la tierra y con los procesos
vegetales. La semilla es el símbolo por excelencia de todo nacimiento. Si se aspira
a hablar de algo que ya existe, de algo que ya tiene vida propia y copioso
follaje, hay que mirar hacia el pasado y tratar de descubrir y de reconocer, en
medio de la sombra, la pequeña burbuja que produjo el milagro de la Creación,
para poder entender, a cabalidad el desarrollo de los pueblos y el de los
bosques.
El día que por primera vez se
pensó en declarar la guerra a la naturaleza y obligarla a deponer sus armas,
nacieron los ingenieros. Día remoto, ciertamente, pero inextinguible en la
memoria de la poesía, porque él es el origen de todos los caminos, la cuna de
todas las carreteras y de todas las vías férreas, el principio de todos los
viajes que aún no terminan y que empiezan a tener la dimensión de las hazañas
espaciales.
Espontáneos y embrionarios
ingenieros fueron los colonizadores. Aquellos hombres que empezaron a
internarse en la manigua y a llenarla de hachazos, hogueras y presentimientos
fundaron la ingeniería y dejaron a sus hijos el encargo de seguir fundándola, intrépida
y candorosamente.
Hasta que las medidas y los
números se incorporaron a la lucha y la inteligencia tuvo la oportunidad de
encauzar el trabajo y las esperanzas de los trabajadores. Hasta que nacieron
puentes a los ríos y los instrumentos de precisión comenzaron a inaugurar el
equilibrio. Hasta que el hierro y el acero estrenaron sus fuerzas su sonido y
su brillo. Hasta que las primeras escuelas de ingeniería comenzaron a ser
madres de los primeros ingenieros. Hasta que la ciencia y la técnica impusieron
un nuevo ritmo —el de la época en que vivimos— y el árbol de la vida
completamente verde, se marchitó un poco bajo los hongos de las explosiones
atómicas.
Llegaron, pues, los ingenieros de
un pasado remoto, tras una larga y fecunda lucha, y aquí están con su estrella
laboriosa, con su experiencia de muchos años, sus compromisos con la tierra que
aún espera de ellos muchos amaneceres y su vocación de astronautas y habitantes
de otros planetas
Ninguna profesión terrestre ni
tan ligada al adelanto de los pueblos, como como la ingeniería: es como la mano
con que los pueblos construyen su propia existencia navegable y transitable, su
destino fluyente su unidad y sus posteriores desbordamientos universales.
Domadores de cerros y de
corrientes fluviales, padres de la energía eléctrica y a la vez de las torres
que sostienen el viaje de la luz, esposos de las minas y padres, otra vez, del
oro, del petróleo y de las esmeraldas, pilotos de la industria, tripulantes de
la nave electrónica y sus tableros luminosos, calculistas, expertos en
milagros, en mareas de concreto y de hierro que ellos inmovilizan en el aire,
sobre columnas de granito y leones de acero.
Mas los ingenieros no son hombres
extraños ni inalcanzables, Son hombres, simplemente, antes que ingenieros, y en
ello radica su mayor riqueza. Son sus obras proyecciones de su condición humana
y de sus sentimientos de solidaridad. En diversas formas se acercan a sus
semejantes y patentizan su presencia y su ánimo de servir a la comunidad.
Sangre de ellos son las calles que transitamos diariamente, lo mismo que las
carreteras y los ferrocarriles que nos llevan al mar y a los brazos de las
ciudades más lejanas. Proyecciones de ellos, igualmente son las tuberías y el
agua que calma la sed de las casas y las llena de música. También la luz que
inunda los hogares es otra prolongación de los ingenieros y de sus luchas en las
centrales hidroeléctricas. También la energía que impulsa las faenas de las
fábricas y hace girar las ruedas sobre el suave silencio del aceite, es un
testimonio de la presencia de los ingenieros en todas partes, incluyendo el
espacio sideral donde empiezan a flotar y a vencer las distancias
interplanetarias.
Parece que Dios hubiera dicho a los ingenieros en el mismo día de la
Creación, y anticipándose a la presencia de ellos sobre la tierra, pues ellos
sólo existían entonces en la mente de Él, las siguientes palabras: «Dejo el
mundo empezado para que ustedes lo terminen, dejo los continentes sin caminos
para que ustedes los construyan y la geografía con nudos gigantescos para que
ustedes los desaten.
Y los ingenieros han cumplido, al
pie de la letra, con aquellas palabras. Desde que aparecieron, comenzaron a
completar el trabajo de Dios, tal como Él lo quiso: abrieron hondas brechas en
la selva y descubrieron el rostro de las naciones tendieron puentes sobre los
ríos y unieron las más irreconciliable orillas, avanzaron contra la muerte y
coronaron la cima de esta época. Allí están, allí siguen luchando y
construyendo amaneceres.
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