El pensamiento lógico
Muchas veces me he quejado de que la falta de esfuerzo mental de hoy en día está acabando con el procesamiento de la lógica en las personas.
Cuántas veces llegamos a un almacén y preguntamos el precio de un artículo.
—7.800 pesos.
—Y aquel otro.
—3.600 pesos.
—Empáquemelos, por favor.
El dependiente saca del bolsillo de la camisa una calculadora, hace la suma y anota en un papelito la cantidad 11.400 y nos ordena ir a cancelar en la caja.
Aunque no es el tema, intercalé el verbo cancelar que es el usado en mi país para decir pagar. No sé a qué menosprecio se hizo merecedor el verbo pagar que está siendo relegado a la papelera de reciclaje como el verbo poner. Pagar y cancelar no son sinónimos.
Retomando el proceso lógico, qué interesante sería calcular el tiempo perdido en el año por estos dependientes que no saben llegar a la cantidad 11.400 si no son ayudados por una calculadora.
Una vez salí de un cibercafé y pregunté a la dependiente cuánto debía. Era el último cliente y la joven se había dedicado a organizar las cosas con el fin de no demorar el cierre del negocio después de mi salida.
Me dijo que 2.000 pesos. Saqué un billete de 10.000 pesos. Ella abrió su bolso y sacó el llavero, abrió el cajón. Hasta allí todo iba según la lógica: sacaría las vueltas del cajón. ¡No! Sacó una calculadora y tecleó “10000-2000”, miró el resultado, guardó la calculadora, cerró el cajón, abrió el bolso, guardó el billete de 10.000 y sacó 8.000 pesos en tres billetes (¿tendré que decir las denominaciones?), guardó las llaves, mientras yo la miraba incrédulo tratando de ver por dónde le habían metido el aserrín a esa barby.
Hoy salí de Misa de la iglesia de Santa Gertrudis en Envigado a las 7:00 p. m. y empecé a caminar hacia el Oriente por la calle 37 Sur, camino de mi casa, Al llegar a la carrera 40 hay una venta de arepas de queso y de chócolo. Me antojé de una y le pedí al joven que estaba atendiendo me la suministrara.
Mientras el joven terminaba de asar las arepas observé lo que me rodeaba y vi que en los extremos del mostrador había sendos pares de avisos según muestro en las fotografías.
Muchas veces me he quejado de que la falta de esfuerzo mental de hoy en día está acabando con el procesamiento de la lógica en las personas.
Cuántas veces llegamos a un almacén y preguntamos el precio de un artículo.
—7.800 pesos.
—Y aquel otro.
—3.600 pesos.
—Empáquemelos, por favor.
El dependiente saca del bolsillo de la camisa una calculadora, hace la suma y anota en un papelito la cantidad 11.400 y nos ordena ir a cancelar en la caja.
Aunque no es el tema, intercalé el verbo cancelar que es el usado en mi país para decir pagar. No sé a qué menosprecio se hizo merecedor el verbo pagar que está siendo relegado a la papelera de reciclaje como el verbo poner. Pagar y cancelar no son sinónimos.
Retomando el proceso lógico, qué interesante sería calcular el tiempo perdido en el año por estos dependientes que no saben llegar a la cantidad 11.400 si no son ayudados por una calculadora.
Una vez salí de un cibercafé y pregunté a la dependiente cuánto debía. Era el último cliente y la joven se había dedicado a organizar las cosas con el fin de no demorar el cierre del negocio después de mi salida.
Me dijo que 2.000 pesos. Saqué un billete de 10.000 pesos. Ella abrió su bolso y sacó el llavero, abrió el cajón. Hasta allí todo iba según la lógica: sacaría las vueltas del cajón. ¡No! Sacó una calculadora y tecleó “10000-2000”, miró el resultado, guardó la calculadora, cerró el cajón, abrió el bolso, guardó el billete de 10.000 y sacó 8.000 pesos en tres billetes (¿tendré que decir las denominaciones?), guardó las llaves, mientras yo la miraba incrédulo tratando de ver por dónde le habían metido el aserrín a esa barby.
Hoy salí de Misa de la iglesia de Santa Gertrudis en Envigado a las 7:00 p. m. y empecé a caminar hacia el Oriente por la calle 37 Sur, camino de mi casa, Al llegar a la carrera 40 hay una venta de arepas de queso y de chócolo. Me antojé de una y le pedí al joven que estaba atendiendo me la suministrara.
Mientras el joven terminaba de asar las arepas observé lo que me rodeaba y vi que en los extremos del mostrador había sendos pares de avisos según muestro en las fotografías.
Cuando el joven me entregó la arepa le hice esta observación:
—Oiga, joven, este aviso de la derecha sobra. Quién va a querer seis arepas por 3.000 pesos, si nueve por 3.600 pesos son más baratas.
—Señor —me dijo— mucha gente que arrima aquí no sabe pensar: nosotros hacemos paquetes de seis arepas y de nueve. Alguien viene y pregunta por tres paquetes de seis arepas (9.000 pesos), si uno les dice que lleven dos de nueve, las mismas 18 por 7.200 pesos, algunos dicen: “Ve, no había caído en la cuenta”; pero otros se enojan y dicen “No me enrede que ya le pedí tres paquetes de seis y eso es lo que quiero llevar”.
—¿Cómo…?
—Pero hay otra más grave.
—A ver, cuente.
—De pronto arrima alguien y pregunta cuánto vale una arepa menudiada (en Colombia el verbo menudiar significa vender por unidades lo que viene en paquetes) cuando se le dice que 800 pesos y pide cuatro, uno le dice que lleve el paquete de seis que vale 3.000 contra los 3.200 que valen las cuatro menudiadas. Nuevamente algunos aceptan no haber caído en la cuenta. Otros dicen no necesitar sino cuatro. Pero, señor, si no necesita sino cuatro, de todas maneras le salen más baratas. Las otras dos las puede botar, dárselas a los pájaros, a un pobre o esperar a ver si quedó con ganas después de las cuatro.
—Definitivamente, tú y yo estamos locos, Lucas.
A pesar de la amabilidad y de la aptitud lógica del joven dependiente, no puedo pasar por alto la falta de las tildes en Promoción y en chócolo en ambos avisos.
—Oiga, joven, este aviso de la derecha sobra. Quién va a querer seis arepas por 3.000 pesos, si nueve por 3.600 pesos son más baratas.
—Señor —me dijo— mucha gente que arrima aquí no sabe pensar: nosotros hacemos paquetes de seis arepas y de nueve. Alguien viene y pregunta por tres paquetes de seis arepas (9.000 pesos), si uno les dice que lleven dos de nueve, las mismas 18 por 7.200 pesos, algunos dicen: “Ve, no había caído en la cuenta”; pero otros se enojan y dicen “No me enrede que ya le pedí tres paquetes de seis y eso es lo que quiero llevar”.
—¿Cómo…?
—Pero hay otra más grave.
—A ver, cuente.
—De pronto arrima alguien y pregunta cuánto vale una arepa menudiada (en Colombia el verbo menudiar significa vender por unidades lo que viene en paquetes) cuando se le dice que 800 pesos y pide cuatro, uno le dice que lleve el paquete de seis que vale 3.000 contra los 3.200 que valen las cuatro menudiadas. Nuevamente algunos aceptan no haber caído en la cuenta. Otros dicen no necesitar sino cuatro. Pero, señor, si no necesita sino cuatro, de todas maneras le salen más baratas. Las otras dos las puede botar, dárselas a los pájaros, a un pobre o esperar a ver si quedó con ganas después de las cuatro.
—Definitivamente, tú y yo estamos locos, Lucas.
A pesar de la amabilidad y de la aptitud lógica del joven dependiente, no puedo pasar por alto la falta de las tildes en Promoción y en chócolo en ambos avisos.
5 comentarios:
Buenos días,
Aunque es normal que al comprar cantidades mayores el precio por unidad sea menor, eso no siempre ocurre. Con mucha frecuencia veo, en los almacenes de cadena, que sale más barato comprar varias unidades "menudeadas" que el paquete por la misma cantidad. Yo quiero asumir que es un error de buena fe del almacén, pero mi lado malo cree que están abusando de quienes buscan economías de escala pero no hacen los cálculos.
Por ejemplo, la caja de leche deslactosada por $1850, y el paquete por cuatro a $8200, para acabar de ajustar marcado con "precio especial"...
Saludos,
DeepField
p.s. ¿y dónde está el acertijo? ¿está cuadrando el número del título con el del problema? ¿y la solución al anterior?
Señor DeepField:
Sí pensé sacar alguna de esas disculpas uqe usted sugiere, pero me abstuve.
Me pareció que estaba largo el cuento y no quise cansar con explicaciones de que no tenía acertijo a la mano, aunque la fuente es muy vasta.
Afortunadamente las respuestas las referencio con respecto al número del problema, no al de la entrada, pero dejo en claro que no trato de igualar el número del problema con el de la entrada porque habrá entradas en las que se propondrán varios problemas.
También me he encontrado de frente con algunas de las promociones que menciona don DeepField. Sale algunas veces más barato comprar menudo que el paquete completo, o dado el caso, sale más barato comprar tres potes pequeños que uno grande.
Y sí, la clientela de su blog pide acertijos.
Lo que sucede, amigo Gabriel, es muy sencillo: a los dependientes (y a las “dependientas”, como dicen ahora) les resulta más rápido recurrir a la calculadora que pensar.
Me hiciste recordar una maestra que –en un colegio de primaria– preguntó a sus alumnos:
—A ver, niños, el más rápido, ¿cuánto es dos más uno? ¡Pero ya…!
—¡Cuatlo, señolita! –contesto el más despierto.
—No, mijo. Dos más uno da tres…
—Pelo… ¿usté quelía lapidez o plecisión, ah…?
¡Qué cuentos de errores de buena fe!
Con frecuencia solicito a los administradores que corrijan los precios, pero se hacen los de la oreja mocha. Les falta sentido común para considerar que el cliente, a expensas de comprar paquetes grandes o con varias unidades, cree beneficiarse; porque estima que –al permitirles economizar empaques a los fabricantes y adquirirles mayor cantidad del producto– lo menos que puede esperar del proveedor es un precio más favorable.
Pero no. Ya se acostumbraron a estos sofismas de distracción y proceden con la misma inescrupulosidad de los bancos que pagan ínfimos intereses por guardarnos los ahorros, pero cuando les solicitamos un crédito nos cobran los más altos y usureros del mundo (en los Estados Unidos el presidente Obama acaba de regularlos a su mínima expresión), aparte de las arandelas (comisiones, impuestos, seguros, gastos varios no pormenorizados <¿?>, uso de tarjetas, costo del retiro, etc., etc., etc.).
Para no caer en la trampa, nos queda el recurso de hacer nuestros propios cálculos a la hora de comprar, y dejar que se "encañenguen" con sus promociones engañosas.
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