Mundo Moderno
Sobre ser Zen
Déjenme empezar por decir que no soy materialista. Quiero aclarar que no me gusten los objetos costosos (solamente), sino que pertenezco a esa estirpe que aprecia la belleza de las piedras de río, las conchas de mar, los botones particularmente raros, los papeles con diseños interesantes, los lapiceros novedosos. Tal vez sea anacrónica y pertenezca a la generación que, cuenta Eduardo Galeano, fue criada para guardar hasta un pañuelo lleno de mocos porque compraban cosas para toda la vida y las vidas que venían después.
Por eso creo que eso de velar por la preservación únicamente de lo funcional se está saliendo de las manos. Por donde uno mire hay libros, programas de autoayuda y series de TV que pretenden ayudar a todo el mundo a salir de sus tesoros. Hasta la Psicología, con el cuento de la acumulación compulsiva y el desorden patológico, se han unido a la cruzada en contra de los recolectores entusiastas.
Y la manía ya llegó a mi familia.
Este año mi hermana menor, Pilar, –que es la saludable de la familia (hace yoga y no bebe gaseosas y todo eso)– se propuso conducirme por la senda de la paz interior y el orden exterior. Acepté honestamente porque cuando me dijo que hiciéramos Tai Chi, yo pensé que era Thai Cheese, que me imaginé era un chesscake thai como con chutney de mango o algo así. Pero bueno, ya entrada en gastos empecé con el video que explica cómo abrazar la luna y acariciar el caballo y todos esos nombres que les ponen a las posiciones para que parezcan inofensivas, cuando en realidad son dificilísimas.
Viendo mi encarte, Pili sugirió que empezara por hacer ejercicios para preparar mi mente antes de acondicionar mi cuerpo. Me dijo las palabras más crueles que he oído:
–Sé Zen. Pon la mente en blanco.
Lo que ocurrió en mi cabeza después fue algo así:
–¿Poner la mente en blanco? ¿Cómo hago eso? Me voy a imaginar algo blanco. Un huevo. Una tortilla. ¿Dónde vi una receta para quiche lorraine? Ah, en Vanidades. Y había un artículo de ese actor que tanto me gusta… no, eso no es poner la mente en blanco. A ver, intentemos otra cosa. Me voy a imaginar una hoja de papel blanca, que además está sobre un escritorio blanco en un cuarto con las paredes blancas. Eso, puro diseño minimalista oriental. Esa tendencia va acabar conmigo… ¿Por qué no entrará en boga el desprolijo chic? ¿El paisa ecléctico? Eso va mucho más con mi personalidad de acumuladora entusiasta. Ay, me volví a desconcentrar. Otra vez, voy a dejar la mente en blanco. Eso es. Tú puedes, sólo deja la mente en blanco. Deja de hablar a ti misma ¡Deja de decirte que dejes de hablar!
En este punto desistí y resolví que mi mente, mi clóset y mi escritorio jamás serán minimalistas porque mi humor, mis ideas y mis sueños nunca serán mínimos. Así que he decidido irme por un nuevo sendero. De ahora en adelante voy a ser sencillamente Zen… sacional.
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