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lunes, 17 de octubre de 2011

Calixto 3

Sección dedicada al clero, a las comunidades religiosas, a las comunidades eclesiales y a las comunidades pastorales.

Ad maiorem Dei Gloriam

Los muertos
que vos enterráis

Por
Óscar Domínguez Giraldo
Cedido por el padre
Gustavo Vélez Vásquez, Calixto.


Yo, pecador, confieso que he empezado a desarrollar una fobia poco cristiana por los sacerdotes encargados de la homilía en las misas de difuntos.

Salvo excepciones, los curitas desconocen por completo la hoja de vida o "curriculum mortis" del horizontal personaje, cuyas exequias se adjudican por reparto, al azar: a usted, padre Merinito, le toca el muerto de las diez de la mañana; a su reverencia, fray Benedicto, el chicharrón fúnebre de las cuatro p. m.

Por lo regular, los padrecitos saben tan poco del yacente horizontal que tienen que estar consultando su nombre en un papelito. Pésimo signo porque es casi seguro que quien ha partido será tergiversado... a favor, menos mal, porque no hay muerto malo. Cambiado el nombre, cambiadas las virtudes (porque los defectos desaparecen con la muerte, una de las ventajas del viaje al más allá).

Las cosas se complican cuando el párroco tiene dos o tres entierros por día. Es cuando más confunde las virtudes del muerto matinal con las del meridiano o el vespertino. O le expresa su dolor a la viuda cuando ésta anda feliz a bordo de otra epístola. A rey muerto...

En estos casos, no sólo el muerto se incomoda en su uniforme de madera cuando escucha desde su impotente posición decúbito dorsal cómo le cambian nombre y cualidades. Amigos y deudos entran en pánico mientras llega el momento de cumplir aquello del muerto al hoyo... O al horno crematorio, una de las comodidades simplificadoras que brinda la modernidad.

De uno a otro entierro, lo único que suele cambiar es el estado del tiempo. Las oraciones religiosas son tan uniformadas que sirven para este año o para el próximo milenio. Suele suceder también que la plática fúnebre, rociada con fugaces lágrimas de los deudos que están pensando en la herencia, se va en generalidades sobre la vida eterna tan obvias que a quienes seguimos en circulación nos dan ganas de no morirnos. Sin contar con que la gramática empleada deja mucho qué desear.

Como el día de gastar se gasta, propongo que haya homilías modelos, ojalá escritas, para que sean leídas por el cura que tampoco tiene que hacer milagros para decir siempre cosas nuevas y sublimes. Hay días en que somos tan poquitos, tan poquitos al hablar... Y esta limitación cobija a los voceros del Espíritu Santo que debería darles una manito oratoria.

Se puede crear un banco de sermones fúnebres por internet para aprovechar en tales ocasiones. Algo así: como todosnosvamosamorir.com. Por decir algo: las palabras que se leyeron para enterrar a uno en San Antero, Córdoba, o en Ciudad del Vaticano, se puede utilizar para ayudar a bien partir a quien decidió darnos con su ausencia en Medellín o en Bogotá. ¡Que morir —o asistir a misas de difuntos— vuelva a dar gusto por la calidad de la homilía!

Por lo general, para curarse en salud, los deudos suelen delegar en alguien del riñón familiar el postrer reconocimiento. Con frecuencia ocurre que a los elogiadores de turno se les va la mano en gallina y acaban de rematar a las víctimas con elogios desaforados. La hoja de vida del difunto no daba para tanto, así desde los romanos esté consagrado que de los muertos, solo hablar lo bueno.

Espero que no me excomulguen con esta final propuesta: que el muerto pueda escoger oportunamente al escritor, poeta, miembro de Academia u orador que debe elogiar en los funerales. De paso se generarían ingresos adicionales para los profesionales de la pluma.

Espero que en mis exequias —que no me perderé por nada del mundo— al que le corresponda la mortuoria despedida, no vaya a salir con esta perla: «Esta misa va por las intenciones de Epaminondas Arredondo». Me levantaría a protestar antes de regresar al disfrute de mi siesta eterna... Amén.

Laus Deo Virginique Matri


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