Mundo moderno
La gastronomía de la felicidad
La casa de mi abuelita era un lugar mágico. Era un refugio contra todos los regaños de mi mamá -quien egoístamente insistía en criarme bien y tratar de mantener mi integridad física y moral a pesar de mis protestas–, de las peleas con mis hermanas, de las tareas del colegio y de todas las cosas que plagan la vida de una niña de seis años. La casa de mi abuela siempre olía a Fabuloso y a empanadas, una combinación que aún hoy me hace lagrimear, y todos los días, cuando llegaba del colegio, comía empanadas, arepa con queso y mantequilla, coca cola (¡toda una botella sólo para mí y sin tener que compartirla!) y un paquete de Frunas. Y después me iba para mi casa y almorzaba media porción de carne, arroz y una rodaja de tomate tal como mi mamá y el dietista dictaminaban.
Lo mejor para estar enferma, era estarlo donde la abuelita, porque ella siempre nos llevaba la coca cola con pitillo elegante –del que se dobla, no del que se desbarata–, helado, chocolatinas Zero (que en esa época eran elegantísimas porque era la economía pregaviriana cuando había que ir a San Andresito a comprarlas de contrabando) y nos dejaba ver toda la televisión que quisiéramos.
Varios años de repetir esta rutina hicieron mella en mí (y en mi talla), pero asocio con la felicidad de una niña esas comidas. Cuando me siento triste o me regañan en el trabajo o está haciendo de ese frío que da por dentro y por fuera, me da un antojo de empanadas con coca cola y arepa que no se imaginan.
Durante muchos años, pensé que era sólo yo la que tenía esas asociaciones, pero recientemente leí un estudio sobre lo que llaman la dieta del buen genio y al parecer, la ciencia le ha dado la razón a mi abuelita gracias a Richard y Judith Wurtman de MIT, quienes han encontrado que los carbohidratos de fácil descomposición como los de las arepas y las empanadas liberan serotonina en el cerebro. Por si no lo sabían, ésta es la sustancia que se libera cuando uno toma medicamentos antidepresivos. ¡Ja! ¡La empanada es Prozac criollo! Me encanta.
Esta explicación me recuerda los resultados del Happy Planet Index o índice de planeta feliz realizado por el grupo británico NEF, que sitúa a Colombia en los lugares más altos. Mucha gente se ha preguntado cómo, en medio de tanta violencia y de tantos problemas tan graves, podemos ser felices los colombianos. Se ha especulado que tiene que ver con la familia, la belleza natural, la combinación de la festividad africana con la malicia indígena sazonada, pero creo que esas especulaciones se quedaron cortas. La razón está en la cocina.
Creo que he descubierto una nueva área de negocios: la gastronomía de la felicidad. Ya veo los volantes: Colombia, venga, coma, ¡sonría!
Podríamos incluso reemplazar los medicamentos tradicionales, y los psiquiatras, en vez de medicar a sus pacientes, los enviarían a una agencia de viajes con un talonario de recetas con “Colombia” escrito en esa indescifrable letra que se desarrolla con el diploma de MD.
¿No sería fantástico? Nos convertiríamos en exportadores de razones para sentirse como donde la abuelita. Esta idea me encanta. Los colombianos vamos a cambiar el mundo a punta de arepa y de empanada. Ya mismo voy a llamar al Presidente. Pero antes, tengo algo de hambre…
Ángela Álvarez V.
angela_alvarez_v@yahoo.com
La gastronomía de la felicidad
La casa de mi abuelita era un lugar mágico. Era un refugio contra todos los regaños de mi mamá -quien egoístamente insistía en criarme bien y tratar de mantener mi integridad física y moral a pesar de mis protestas–, de las peleas con mis hermanas, de las tareas del colegio y de todas las cosas que plagan la vida de una niña de seis años. La casa de mi abuela siempre olía a Fabuloso y a empanadas, una combinación que aún hoy me hace lagrimear, y todos los días, cuando llegaba del colegio, comía empanadas, arepa con queso y mantequilla, coca cola (¡toda una botella sólo para mí y sin tener que compartirla!) y un paquete de Frunas. Y después me iba para mi casa y almorzaba media porción de carne, arroz y una rodaja de tomate tal como mi mamá y el dietista dictaminaban.
Lo mejor para estar enferma, era estarlo donde la abuelita, porque ella siempre nos llevaba la coca cola con pitillo elegante –del que se dobla, no del que se desbarata–, helado, chocolatinas Zero (que en esa época eran elegantísimas porque era la economía pregaviriana cuando había que ir a San Andresito a comprarlas de contrabando) y nos dejaba ver toda la televisión que quisiéramos.
Varios años de repetir esta rutina hicieron mella en mí (y en mi talla), pero asocio con la felicidad de una niña esas comidas. Cuando me siento triste o me regañan en el trabajo o está haciendo de ese frío que da por dentro y por fuera, me da un antojo de empanadas con coca cola y arepa que no se imaginan.
Durante muchos años, pensé que era sólo yo la que tenía esas asociaciones, pero recientemente leí un estudio sobre lo que llaman la dieta del buen genio y al parecer, la ciencia le ha dado la razón a mi abuelita gracias a Richard y Judith Wurtman de MIT, quienes han encontrado que los carbohidratos de fácil descomposición como los de las arepas y las empanadas liberan serotonina en el cerebro. Por si no lo sabían, ésta es la sustancia que se libera cuando uno toma medicamentos antidepresivos. ¡Ja! ¡La empanada es Prozac criollo! Me encanta.
Esta explicación me recuerda los resultados del Happy Planet Index o índice de planeta feliz realizado por el grupo británico NEF, que sitúa a Colombia en los lugares más altos. Mucha gente se ha preguntado cómo, en medio de tanta violencia y de tantos problemas tan graves, podemos ser felices los colombianos. Se ha especulado que tiene que ver con la familia, la belleza natural, la combinación de la festividad africana con la malicia indígena sazonada, pero creo que esas especulaciones se quedaron cortas. La razón está en la cocina.
Creo que he descubierto una nueva área de negocios: la gastronomía de la felicidad. Ya veo los volantes: Colombia, venga, coma, ¡sonría!
Podríamos incluso reemplazar los medicamentos tradicionales, y los psiquiatras, en vez de medicar a sus pacientes, los enviarían a una agencia de viajes con un talonario de recetas con “Colombia” escrito en esa indescifrable letra que se desarrolla con el diploma de MD.
¿No sería fantástico? Nos convertiríamos en exportadores de razones para sentirse como donde la abuelita. Esta idea me encanta. Los colombianos vamos a cambiar el mundo a punta de arepa y de empanada. Ya mismo voy a llamar al Presidente. Pero antes, tengo algo de hambre…
Ángela Álvarez V.
angela_alvarez_v@yahoo.com
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