Café tostado
El día empieza, para algunos, a las cero horas, para otros cuando canta el gallo. Para otros el día empieza al despuntar el sol. Todos están equivocados, lo único cierto es que el día empieza con el primer tinto.
No importa si el primer tinto hace las veces de tragos en totuma o de plus-café en porcelana, allí empieza la jornada.
Empieza la jornada para el alma, para el cerebro, para el cuerpo, para el corazón. Ya le sucedió antes a Mahoma cuando, agonizante en su lecho de enfermo, consumió café y luego pudo alzar a cuarenta hombres desde sus asientos y enseguida enamorar a otras tantas mujeres. Por desgracia el historiador no consignó la forma de consumo, ¡qué descuido tan elemental!
La bandeja con los tintos de las diez de la mañana causa mejores efectos en las oficinas de empleados y funcionarios que un charol repleto de pastillas estimulantes.
Antiguamente, en las oficinas de genios, una enfermera pasaba clavando jeringas y aplicando inyecciones a las tres de la tarde para ayudar a concretar las ideas y aspiraciones de los hombres de la regla de cálculo.
Hoy, en semejantes lugares, el tinto de las tres repone los ánimos con mayor eficacia, rapidez y agrado.
Además de todas aquella virtudes, el tinto es motor de la economía capitalista tropical: estimula el cultivo, la producción, la elaboración, la comercialización y el consumo de caña de azúcar, fibras vegetales y artificiales, agua, aluminio, acero, energía, orfebrería, papel y muchos otros productos que se requieren tener a la mano para lograr una buena taza de café.
Sin embargo, siendo el café el tercer producto de exportación de Colombia, se arma un gigantesco alboroto cuando su precio sube en el mercado internacional porque a los monos les saldrá muy costosa la libra y nosotros dónde diablos vamos a guardar tantos royadólares.
También es cierto que el día no termina sino después de consumida la última gota del último tinto y no cuando suenan las enaguas de la primera bruja de la noche.
Francisco Jaime Mejía
No importa si el primer tinto hace las veces de tragos en totuma o de plus-café en porcelana, allí empieza la jornada.
Empieza la jornada para el alma, para el cerebro, para el cuerpo, para el corazón. Ya le sucedió antes a Mahoma cuando, agonizante en su lecho de enfermo, consumió café y luego pudo alzar a cuarenta hombres desde sus asientos y enseguida enamorar a otras tantas mujeres. Por desgracia el historiador no consignó la forma de consumo, ¡qué descuido tan elemental!
La bandeja con los tintos de las diez de la mañana causa mejores efectos en las oficinas de empleados y funcionarios que un charol repleto de pastillas estimulantes.
Antiguamente, en las oficinas de genios, una enfermera pasaba clavando jeringas y aplicando inyecciones a las tres de la tarde para ayudar a concretar las ideas y aspiraciones de los hombres de la regla de cálculo.
Hoy, en semejantes lugares, el tinto de las tres repone los ánimos con mayor eficacia, rapidez y agrado.
Además de todas aquella virtudes, el tinto es motor de la economía capitalista tropical: estimula el cultivo, la producción, la elaboración, la comercialización y el consumo de caña de azúcar, fibras vegetales y artificiales, agua, aluminio, acero, energía, orfebrería, papel y muchos otros productos que se requieren tener a la mano para lograr una buena taza de café.
Sin embargo, siendo el café el tercer producto de exportación de Colombia, se arma un gigantesco alboroto cuando su precio sube en el mercado internacional porque a los monos les saldrá muy costosa la libra y nosotros dónde diablos vamos a guardar tantos royadólares.
También es cierto que el día no termina sino después de consumida la última gota del último tinto y no cuando suenan las enaguas de la primera bruja de la noche.
Francisco Jaime Mejía
23 de septiembre de 2008
Equinoccio de Cáncer
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