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miércoles, 20 de agosto de 2008

Comida para gatos

Comida para gatos






Por lo general uno tiende a relatar las anécdotas en la que es ganador y los perdedores son otros. Bueno, ésta es una excepción en la que el relator fue un ingenuo que no alcanzó a ver las señales que se le presentaban.

Estaba yo de jefe de Zona de Occidente en Empresa Antioqueña de Energía, EADE, con sede en Santa Fe de Antioquia. Algún día me manifestó el almacenista, Carlos Arboleda, que el almacén estaba infestado de ratones con el consiguiente peligro de deterioro de muchos de los materiales que allí guardábamos.

Coincidencialmente en la casa de mi madre en Medellín había tres gatas y dos gatos que mantenían una producción de felinos que no nos daba abasto para estar regalándolos.

–Hombre, Carlos, yo tengo la solución –le dije–. Casualmente hay en mi casa una tanda de gaticos que ya están en edad de regalar, traeré uno el próximo lunes.

Efectivamente traje a la subestación un gatico y una gatica ambos de color negro aunque estaban enrazados en siamés café, pero en estos dos ejemplares primó el color negro.

Le dije a Carlos que escogiera el que dejaríamos para el almacén y que regalaríamos el otro, pero Carlos se prendó de ambos y me pidió que dejáramos esa parejita.

Después hablamos de cómo los alimentaríamos y acordamos comprar el boge (así pronunciamos los paisas el bofe de la res que se da de alimento a los gatos) y algo de leche y que compartiríamos ese gasto.

Todo marchó bien durante la infancia y la adolescencia de los felinos, pero cuando fueron entrando en la edad adulta comenzamos a notar, Carlos y yo, los afectados, que el gasto de boge fue aumentando de manera exorbitante. Mejor dicho, esos gatos nos estaban costando casi lo mismo que los hijos de cada uno.

El asunto pasó de preocupante a grave un día en el que el reclamo mutuo por el sostenimiento de los gatos nos lo hicimos en términos no muy corteses.

Al terminar la jornada de aquel día, determinamos, como personas civilizadas, que un par de animales no podían deteriorar las relaciones laborales y que lo más conveniente sería regalar los gatos y no ensuciar nuestras hojas de vida con una pelea en la que uno o ambos saldríamos mal librados.

Pensamos que iría a ser difícil regalar la gata por cuanto en una relación incestuosa con su hermano había quedado preñada de cuatro hermosos gatitos que ya habían nacido. Nos equivocamos porque tan pronto como anunciamos el regalo de seis felinos apareció un campesino con un costal que pidió llevarse la madre con los críos, el padre quedó en alguna de las casa de Santa Fe de Antioquia.

Desaparecidos los gatos ya no hablaríamos más de boge ni de leche, ni de nada que se les pareciera.

Bueno, eso creíamos.

Algunos meses después del incidente alimentario felino fui trasladado a Tarazá por disposición de la gerente Rosa Roldán. Como siempre sucede, un traslado de un jefe es lamentado por unos y festejado por otros y el mío no fue la excepción.

Quienes lamentaron mi traslado se reunieron en uno de los restaurantes de la ciudad madre para brindarme una comida y hacer las manifestaciones de pesar pertinentes.

De pronto tomó la palabra Fáber Machado, el operador de subestación más plaga que conocí en los 11 años de servicio en esa entidad. Se proclamó como orador central del evento y exageró las cualidades del suscrito, lo que tuve que recibir entre sonrojos y melancolías. Cuando terminó la parte laudatoria, manifestó que tenía un pecado oculto del que no había podido obtener perdón porque aunque ya había hecho suficiente examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de la enmienda, le había faltado valor para la confesión de boca. Mientras tanto, no me miraba a mí sino a mi comadre y gran amiga Aura Elena Soto y ambos esbozaban una sonrisa maliciosa que me empezó a incomodar.

Con voz moderada y cabeza gacha, cual colegial que no había cumplido la tarea, fue soltando que él y Aura Elena habían sido los culpables de la crisis en las relaciones entre el almacenista y el jefe por la comida de los gatos.

Como hasta el momento yo seguía gringo en el asunto, Fáber continuó su relato:

–Cuando usted salía a desayunar al parque, ingeniero, su comadre y mi persona nos procurábamos un buen desayuno en el que incluíamos boge frito, causa por la cual usted y Carlos creían que los gatos habían duplicado su apetencia.

Todos los asistentes reíamos a mandíbula batiente, hasta Carlos y yo. Por mi cabeza empezaron a circular recuerdos que confirmaban mi ingenuidad:

Fáber se había autoencargado de avisar cuándo era necesario comprar el boge para que los gaticos no padecieran hambre. ¡Tan considerado! No ponía un peso, pero estaba pendiente de quién fuera a la plaza y trajera el encargo.

Algunas veces en las que yo regresaba demasiado pronto, no bien me había bajado del carro ya Aura Elena estaba poniendo en mi escritorio una buena taza de café calientito; ahora comprendía que era para que no me fuera a aparecer por la cocineta.

En ocasiones en que manifestaba mi decisión de no salir a desayunar, Aura Elena estaba presta a recordarme algún compromiso adquirido por fuera de la oficina, tal como una conversación con algún funcionario de la Administración municipal o de alguna otra entidad; revisar algún proyecto pendiente de aprobación o hasta me alentaba para que fuera a mirar el avance de alguna obra que estuviera realizando Capacete (Bercelio Ocampo) y su cuadrilla. ¡Qué eficiencia de secretaria tenía yo en aquel tiempo y eso que ése no era su cargo!

Afortunadamente sólo ocurría cada tres días cuando a Fáber le tocaba el turno de día.

Iba a rendir ese boge con cuatro gatos ñarriándole.

Cuando ya estaba instalado en Tarazá, alguna vez me dijo mi hermana María Elena que había otra tanda de gatos y me preguntó si quería llevar para Tarazá. Le dije que no y le conté el incidente de Santa Fe de Antioquia.

-Pero sí sos bruto –me dijo–, no sias anticuado, ya los gatos no se alimentan con boge, andá al Superley y comprate un paquete de Cat Chow, comida para gatos, que vale lo mismo que una libra de boge y dura una semana por gato.

Así hice y hubo gatos en Tarazá y luego en Cisneros, en Apartadó y nuevamente en Tarazá. Cada vez que los alimentaba con Cat Chow me imaginaba a Fáber y a Aura Elena fritando esas estrellitas de mar, esos pececitos y esos higaditos en miniatura que es la forma en que fabrican esa comida para gatos.

Gabriel Escobar Gaviria

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué blog tan maravilloso. Tanto lo es que me tomé el atrevimiento de referenciarlo en el mío (http://duxtin.wordpress.com).

Espero estar a la altura.

Los Gavirias de Sopetrán dijo...

Muchas gracias por su concepto, amigo duxtin. Su blog también queda en los vículos del mío-

Agente de Cambio dijo...

Hola, mi amigo duxtin ha recomendado este sitio como referencia para el uso adecuado del castellano. Admiro mucho este tipo de iniciativas.

Me gustaría plantear una duda, nunca he podido saber si se escribe ceviche o sebiche o como debe ser?

Los Gavirias de Sopetrán dijo...

Muy agradecido por sus palabras de aliento y hago extensivo este agradecimiento a su amigo duxtin, quien se muestra muy entusiasmado con este blog.

En cuanto a su pregunta de sí se escribe seviche o ceviche, puede escribirlo con la que más esté acostumbrado, porque en el Diccionario de la Real Academia, uno de los vinculos asociados del blog, se encuentra de las dos maneras. La Real Academia lo prefiere con c.