Sobre "malas palabras" y eufemismos
Gonzalo Navarrete Muñoz1, Yucatán
Ciertamente hay improperios -palabras usadas con poca propiedad y de manera inoportuna-, insultos a los seres humanos y blasfemias. Para todas ellos los pueblos crean su propio arsenal de misiles. Las razones de la fundación de los proyectiles verbales son variadísimas y a menudo hasta inexplicables. Por ejemplo entre nosotros, para denominar a un tonto o pusilánime se usa una palabra que en el diccionario se prescribe para nombrar el vello de cierta parte del cuerpo. En contrario, ya se ha dicho: con frecuencia se usan las voces “caray” y “caramba”, cuya estirpe las remite a una palabra que define la región pudenda de la anatomía masculina. Meretriz es una palabra tolerable socialmente, pero su famoso sinónimo de cuatro letras es escandaloso, con todo y el título de la novela de García Márquez.
Aunque según el maestro Jorge Hache Álvarez, la Comisión Nacional de Derechos Humanos sugiere que a las damas de “la vida” -como se les decía antes- se les llame “sexo-servidoras de carácter ambulante”. El pudor, que siempre tendrá algo de hipocresía y que es un producto esencialmente urbano, procura evitar las alusiones a palabras comprometedoras; así, una señora al acudir a la tienda solicitaba “blanquillos”, para evitar malos entendidos con el vocablo “huevos”. La lengua maya es más espontánea, no teme aludir explícitamente a la anatomía para feminizar o masculinizar una palabra. Existe un caso pleno de gracia: a la bacinilla -utensilio descontinuado- se le llama ch'eene'iit, que equivale en español a asechar la zona que usa el cuerpo humano para la purificación del vientre.
En español mexicano existe una tendencia a suavizar las palabras; para algunos filólogos ésta es la respuesta a dos razones íntimamente ligadas: lo áspero del castellano y el dominio del conquistador. Marco A. Almazán diría que hablando suave y en diminutivo se anuncia la sensibilidad del hablante y en tal sentido su deseo de recibir igual reciprocidad. Durante la primera hora de la conquista se le daba el tratamiento de doña a una mujer con rango social, llamándoles a las demás señoras. Sin embargo, en la Nueva España, se generalizó el usó del doña. Ahora en Yucatán la doña es la esposa y la señora la amante, aunque es más utilizado el término “querida”, lo que escandalizaría a una argentina, por ejemplo. En el altiplano mexicano ya no se usa la palabra “doña” y prevalece “señora”.
En ese proceso de suavizar la lengua ya no es propio usar la palabra ciego, sino invidente; así surge un término de carácter general “persona con capacidades diferentes”. Así, nos sometemos a una dinámica de sustitución, porque las palabras se van tornando denigrantes y se requieren los eufemismos. La blasfemia no es común entre nosotros y sí en la España actual; quizás todo empezó desde los tiempos de la República que tanto despreció a la Iglesia. Empero, siempre valdrá la pena recordar la anécdota de Carlos Castillo Peraza y León Felipe. Fue Carlos a entrevistar al poeta exiliado y éste en algunas de sus respuestas se dirigía a un crucifijo y lo insultaba soezmente. Carlos, turbado, preguntó: “Maestro, pero ¿no es usted un hombre de fe?”. Contestó el viejo sabio: “Claro, porque creo en él es que lo insulto”. Finalmente, repetiré lo que le dije al maestro Segura: “Existe una lengua maligna por voluntad del hombre y hasta las más dulces palabras de Teresa de Calcuta, dichas con ironía y mala intención, pueden resultar denigrantes para la dignidad humana.-
Mérida, Yucatán. 1 Miembro de número de la Academia Yucatanense de la Lengua
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