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sábado, 26 de julio de 2008

Amor de engaño

Amor de engaño

Siendo jefe de una de las zonas de mantenimiento en que me correspondió serlo durante mi segunda estadía en Empresas departamentales de Antioquia, EDA, Empresa que tenía a cargo el suministro del servicio telefónico local y de larga distancia en las poblaciones de nuestro departamento y coincidiendo con un principio de año fue iniciada una obra importante de ingeniería en la sede principal de la zona, por lo cual una cantidad considerable de ingenieros y tecnólogos procedentes de la ciudad llegaron a al lugar. Tomaron por sede una de las casas más grandes y tradicionales de la población, casa que pronto los habitantes del pueblo comenzaron a conocer como la Casa de los Ingenieros.

Ante la inexistencia de teléfonos públicos de larga distancia en la época los recién llegados comenzaron a frecuentar la central telefónica en las horas de la noche con el fin de comunicarse con sus familias. A fuerza de verlos cada noche uno empezaba a reconocerlos y las operadoras a aprenderse los números que pedían.

Entre ellos había un ingeniero de unos 35 a 40 años de edad –nunca supe su nombre ni su especialidad, ni su cargo dentro de la Compañía–. Pronto comenzó a llegar en las noches acompañado de una joven del pueblo de unos 16 años, pedía su llamada, entraba solo a la cabina, demoraba de cinco a 10 minutos, luego salía abrazado con la joven en dirección al parque principal.

Mi suspicacia y la operadora se encontraron. Ésta conocía la familia de la joven, una familia de buenas costumbres, unos padres pobres y trabajadores. Yo como ingeniero ya había tenido experiencia en ese tipo de trabajo en que el profesional se aleja de la casa para vivir en campamentos provisionales cuando trabajé en la línea de 500 kV San Carlos-Sabanalarga durante mi estadía en Interconexión Eléctrica, ISA.

La operadora supo que los padres de la joven estaban muy contentos con el novio de la hija por ser profesional y porque su hija viviría en la ciudad y eso le partió el corazón.

Evidentemente la llamada del ingeniero no era de trabajo: no la hacía en horas de trabajo, en cuyo caso la Compañía ya tenía teléfonos en la oficina –la Casa de los Ingenieros–, el teléfono al que llamaba era en un sector predominantemente residencial de la ciudad, y no se preocupaba por llevarse el recibo.

Para tener la certeza de que el hombre llamaba a la esposa y a los hijos sólo faltaba cometer un pecado: es necesario chequear que los canales estén funcionando bien y había que hacer coincidir la hora del chequeo. Eso en los canales de ese tiempo. No sé en los de ahora, pues hace mucho que estoy retirado de la Telefonía.

–Tengo que buscar –le dije a la operadora– una manera discreta y eficaz de decirle a esa niña que la engañan.

Entre tanto ya habíamos llegado a la mitad de febrero y un día me senté en una café a charlar informalmente con el rector del liceo de aquel lugar. Entre varios asuntos el rector me comentó que no le había llegado aún el profesor de Filosofía para décimo y que tenía a los alumnos desocupados. Yo me ofrecí a dictarle la Lógica por mis conocimientos matemáticos y porque ya lo había hecho en el Liceo Comercial de Envigado donde la profesora de esa materia era mi esposa Sofía Inés y ella me pedía que dictara esa parte.

Al rector le encantó la idea por cuanto los alumnos no se atrasarían y porque no tendría problema salarial, pues, como empleado público, yo no podía cobrarle. Me dijo que lo hiciera durante las dos próximas semanas, tiempo suficiente para que llegara el titular.

Al lunes llegué cumplido a la hora indicada por el rector quien me llevó al aula a presentarme. Cuando entré sólo vi a una persona entre los 30 o 40 jóvenes que allí estaban: en primera fila estaba la novia del ingeniero.

–Algo se me ocurrirá –me dije–, aquí está la oportunidad que buscaba.

Fueron seis clases en las que les enseñé lo que eran premisas, lo que eran silogismos, lo universal y lo particular, los sofismas y demás cosas necesarias para las deducciones filosóficas que en adelante aprenderían. Durante las seis clases estuvo allí entre todos la novia del ingeniero. De pronto recordé a monseñor Félix Henao Botero cuando dictaba Ética en los últimos años de cada facultad de mi universidad. El día que hablaba de matrimonio hacía salir a los hombres y les hablaba a las mujeres y luego salían las mujeres y les hablaba a los hombres. Y eso fue lo que se me ocurrió, yo sólo hablaría a las mujeres.

El último día de clase, como siempre allí estaba en primera fila. Durante las cinco clases anteriores yo procuré no darle trato diferente del que les daba a las demás. Cuando llegaba a la central con su novio me saludaba amablemente como a un profesor. Cuando empecé la última clase le pedí a uno de los alumnos que me avisara cuando faltaran 20 minutos para terminar. Algunos se incomodaron porque pensaron que haría evaluación. Tuve que tranquilizarlos asegurándoles que no se trataba de eso. Cuando el joven me avisó que ya faltaban 20 minutos, acababa de terminar el tema de lógica que me había propuesto. Solicité a los varones que se retiraran de clase y me dejaran solo con las chicas. Se intrigaron mucho y no querían salir y cuando lo hicieron indagaron con insistencia vana, como en la poesía de Barba Jacob, pero llegaron unos profesores y los hicieron alejar, también como en la misma poesía.

Ya solo con las chicas inicié mi discurso, durante el cual dirigía las miradas a una o a otra joven indistintamente sin detenerme especialmente en aquélla a la que me interesaba llegar con el mensaje. Dije más o menos:

“Jovencitas: las hice quedar para hablarles de algo que está pasando en este pueblo y en lo cual tengo cierta experiencia. Se trata de los ingenieros de la obra. Ellos viven en una casa y para ustedes es la Casa de los Ingenieros, pero en el argot de la ingeniería eso no es una casa, es un campamento y como tal sus ocupantes alzarán vuelo algún día y ojos que te volvieron a ver...

”Durante su estadía trataran de hacer amistades dentro del sector femenino como en una especie de apuesta de cuál se consigue la más bonita y cuál avanza más rápido. Tal vez encuentren algo duras mis palabras y tal vez no me crean, pero lo que les digo lo digo con conocimiento de causa porque en esos campamentos viví tres años y tal vez, pido perdón ante ustedes, también participé de ese juego. Las conversaciones nocturnas en esas casas, versan sobre las conquistas y avances de cada cual y mientras más anécdotas se cuenten en la sede central de la Compañía, más orgulloso se siente el protagonista de su fama de tenorio.

”Algunos se presentan como solteros y hasta prometen matrimonio, pero piensen, por favor, que cada uno, conocedor de la programación del trabajo, sabe cuánto tiempo permanecerá aquí y ténganlo por seguro que la fecha del supuesto matrimonio está por fuera de ese rango. De mi grupo de universidad, la mayoría nos casamos durante los primeros cinco años de ejercicio profesional y aunque hay todavía uno que otro soltero, no son la regla sino la excepción.

”Para estos trabajos traen ingenieros con buena experiencia que sobrepasan los diez años de ejercicio profesional por lo que pueden sacar una conclusión.

”Acabamos de terminar la lógica, y háganse ustedes esta pregunta sin que se vayan a ofender ni vayan a malinterpretarme: ¿creen lógico que un hombre maduro proveniente de una ciudad donde por millares se ven las jóvenes en las calles no haya encontrado aún la mujer de sus sueños y haya esperado tanto tiempo para encontrarla en una población de 10.000 habitantes? Casos se han presentado de matrimonios verdaderos con personas llegadas a una población en esas circunstancias, pero en ellos ambos son jóvenes.

”No estoy diciendo que ustedes, como mujeres, no tengan derecho a salir por la noche con alguien que les agrade y divertirse un rato. Pero entiendan hasta dónde pueden divertirse y hasta dónde puedan ser ustedes objeto de una diversión ególatra.

”Muchas gracias, por haberme dado la oportunidad de enseñarles algo de lógica”.

Me dirigí a la puerta del salón mientras las más o menos 15 jóvenes me despedían al paso con expresiones de agradecimiento por lo dicho.

Desde esa noche el ingeniero siguió yendo solo a hacer su llamada y la ex novia siguió saludándome en la calle como se saluda a un profesor que enseñó algo bueno.

Por boca de la operadora supe que en la casa de la joven se había comentado que el ingeniero de EDA, que fue profesor de filosofía durante dos semanas, le había hecho caer en la cuenta a la niña de una condición que le habían ocultado.


Gabriel Escobar Gaviria

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