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miércoles, 2 de julio de 2008

Don Fidel Cano y la palabra

En sus escritos no hay frases malsonantes ni expresiones viles ni calificativos groseros
Luis Fernando Múnera López

Don Fidel tuvo la capacidad de percibir y transmitir en sus escritos y en su voz ideas, conocimientos, similitudes, imágenes, conceptos cargados de precisión, belleza y verdad.
La palabra es el mayor invento de la humanidad y, posiblemente, el instrumento más poderoso y eficaz. La palabra soporta y transporta la idea, el signo, el significado, la imagen. Así como una imagen vale por mil palabras, una palabra precisa puede contener mil imágenes.


Jorge Luis Borges decía que si al escribir tenían que ponerse juntos muchos sustantivos o adjetivos sinónimos ello se debía a que el escritor no había logrado encontrar la palabra que mejor representara su pensamiento. La palabra contiene el conocimiento, la representación, el deseo, la posibilidad, la imposibilidad, la bondad, la maldad, la verdad, mi verdad, la verdad del otro, la mentira, los sentimientos, las intenciones... Espero en esta enumeración no estar violando la regla de Borges que acabo de citar.


Así, la palabra está dotada de fuerza. Tanta fuerza, o más, que la que tiene cualquier instrumento físico, una herramienta o un arma.
La palabra puede dar la vida tanto como la semilla o el vientre materno y conservar la vida tanto como la tecnología médica. ¡Cuántos seres han nacido de las palabras antes de tener cuerpo físico! O no han necesitado cuerpo físico porque, imaginarios, se quedaron en la palabra, y no por ello fueron luego menos reales.
¡Y cuántos otros, después de la muerte, han continuado vivos en la palabra! También los valores de la vida, los sentimientos, el progreso, todos ellos y más se apoyan primero en la palabra, que es portadora de conocimiento, de ideas, de imaginación, de propuestas.
Una palabra de bondad dicha a tiempo puede ser más efectiva que una medicina. Un gesto verbal de amor puede construir más que cualquier máquina poderosa. Dile a tu hijo que le amas no porque sea apuesto o inteligente sino solamente porque es tu hijo y le habrás dado más que todo el oro del mundo. A esa señora desconocida que se sentó a tu lado en el Metro dile, eso sí con discreción y prudencia, que está muy bella y elegante y le harás un regalo invaluable.

La palabra puede destruir tan eficazmente como el hacha del verdugo. Dile a tu hijo que es un inútil o a tu cónyuge que no le amas y tu hijo será un inútil y tu cónyuge infeliz, a menos que en un acto de soberanía ellos impongan su palabra sobre la tuya.
La palabra puede portar maldad, calumnia, mentira y con ellas hacer daño irremediable. ¿No deberíamos tener licencia para hablar como deben adquirir licencia para manejar armas o carros quienes los usan? ¡Y educarnos todos previamente para el uso correcto de la palabra como es necesario entrenarse en el de las armas y los carros!


Ética y estética de don Fidel Cano


Cuando uno habla de don Fidel Cano puede referirse a una o varias de las muchas facetas de su vida o tratar de hacer una síntesis de todas ellas. Puede decir que fue un trabajador incansable. Un luchador que no se rendía. Un poeta sensible e inspirado. Un intelectual estudioso. Un hombre honrado. Un cristiano creyente y practicante. Un enamorado de la vida. Un caballero cortés. Un maestro de juventudes. Un patriota íntegro. Un promotor incansable de la paz. Un patrón respetuoso de sus trabajadores. Un padre y esposo bueno y un abuelo amantísimo.
Todo ello es verdad y debe permanecer en la memoria individual y colectiva como ejemplo y estímulo para las generaciones actuales y venideras. Pero voy a centrarme solamente en una de esas facetas: Don Fidel Cano manejó la palabra con ética y estética.
Cuando las palabras expresan
Don Fidel tuvo maestros ilustrados como Juan José Molina y Rodolfo Cano pero en buena medida fue autodidacta. A través del hábito de lectura extensa, variada y permanente y de la reflexión sobre las ideas, las cosas y los hechos, don Fidel tuvo la capacidad, desde muy temprana edad, de percibir y transmitir en sus escritos y en su voz ideas, conocimientos, similitudes, imágenes, conceptos cargados de precisión, belleza y verdad. Y la mantuvo hasta la hora de su partida definitiva.
Uno de sus amigos decía que don Fidel Cano era capaz de convertir un editorial del periódico El Espectador en una página literaria impecable. Y yo coincido con esa apreciación, pues basta leer los más de dos mil quinientos editoriales que don Fidel escribió a lo largo de treinta y dos años para deleitarse en ellos con el manejo del idioma, admirarse de la fuerza de las ideas que transmitía y aprender ética en el rigor con que expresaba la verdad, al menos su verdad, encontrar la palabra precisa para cada idea y la construcción rigurosa de cada frase. Y debemos tener en cuenta que no era tarea fácil porque don Fidel escribía velozmente en su escritorio con una pluma de acero que debía recargar en el tintero de cristal labrado con intervalos de pocas palabras, mientras en el taller los cajistas trabajaban en la armada de las planchas para la impresión de la edición del día.
No hubiera querido yo estar en el puesto de esos cajistas obligados cada día a interpretar esa caligrafía difícil cargada de tanto contenido.
El producto de ese trabajo, del que hoy se conservan algunos ejemplares, son unas páginas de escritura apretada y casi ilegible pero precisa y bella en las palabras y en las cosas que quedaron plasmadas en ellas.
Don Fidel fue profesor de lenguaje en la Universidad de Antioquia. Y allí usó la palabra para transmitir conocimiento y comunicar valores.
Uno de sus alumnos llegó amanecido un lunes para asistir a su clase de seis de la mañana y no tuvo tiempo siquiera de cambiarse el traje elegante con que había asistido, subrepticiamente, a una fiesta esa noche hasta la madrugada. Por el cansancio natural se durmió durante la clase. Don Fidel no permitió que los condiscípulos lo molestaran y, al finalizar la clase, lo despertó con palabras amables, para que el profesor que venía a continuación no lo encontrara en ese estado, y le ofreció que por la tarde le repetiría la lección en su casa. El muchacho recordaría esas palabras bondadosas y formadoras toda la vida y las consignaría en una crónica después de fallecer su maestro.
En las palabras de don Fidel, con las que escribía sus poemas, cuentos y ensayos, se plasman con belleza y precisión las imágenes de la naturaleza, como aquellas del río Porce que corre sereno en los remansos e impetuoso en los raudales, las aguas que bañadas por el sol son de oro y rieladas por la luna son de plata, las serpientes que se escurren como cintas brillantes entre las hojas del bosque y las mariposas que sueltan destellos de luz al volar; igualmente la belleza de la mujer, en particular Elena Villegas su esposa; los sentimientos y virtudes cristianas, la caridad, el perdón…
Hay energía irreductible
También sabía don Fidel utilizar la palabra como látigo para fustigar la injusticia, como sable para combatir al enemigo, como lámpara para denunciar el error, como faro premonitorio de los males que vendrían si no hubiera rectificaciones. Y siempre que tuvo que poner fuerza y contundencia en la palabra, lo hizo con nobleza, con elegancia, con justeza. No se encuentra en sus escritos una frase malsonante, no hay una expresión vil, no hay un calificativo grosero. Hay, sí, energía irreducible. No hay concesiones en materia de principios y valores.
No hay renuncia en la lucha. Cuántas veces le costó caro esa tenacidad, pues lo condujo a la cárcel o a la suspensión del funcionamiento de su periódico. Recordemos que de los treinta y dos años que El Espectador existió bajo la tutela de don Fidel, solamente operó efectivamente durante catorce, estuvo cerrado dieciocho. Pero ello nunca amilanó a don Fidel, quien siempre, cuando después se le permitió, retomó la palabra como la única arma que supo utilizar en su vida.
Estas reflexiones tienen una intención. Hoy vivimos el tiempo de la tecnología, en el cual los computadores, el Internet, el fax, los satélites, el cable submarino, la telefonía inalámbrica, la fibra óptica y tantos otros instrumentos nos facilitan la velocidad y aumentan la cantidad de las comunicaciones. Pero ninguno de ellos podrá sustituir la precisión y calidad de contenido de lo que comunicamos. Ese contenido está en nuestros sentimientos, conocimientos y ética. Y ese contenido está en la palabra. Dice la Biblia en su primer libro, el Génesis, que Dios creó todos los animales y luego se los presentó al hombre, Adán, para que les pusiera nombre y “cada ser viviente tuviera el nombre que el hombre le pusiera”. Michael Foucault en Las Palabras y las Cosas, Una Arqueología de las Ciencias Humanas, afirma que en la edad antigua se creía que los signos estaban marcados sobre todas las cosas y las palabras simplemente los recogían. Y Ferdinand De Saussure enseña en su Curso de Lingüística General que el lenguaje es una construcción social que se desarrolla a partir de relaciones y convenciones, de fonemas y grafías, y que esa construcción nunca termina, porque la lengua es un proceso vivo y dinámico. Perdónenme los académicos esta simplificación que hago del pensamiento profundo y analítico de Foucault y de De Saussure, pero no soy experto en la materia. Perdónenme también la digresión siguiente, ¿se han fijado ustedes en que la Academia Española de la Lengua, tan cuidadosa y celosa en la elaboración del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, lo actualiza con frecuencia pero no se compromete desde hace setenta y cinco años con una gramática única? Para mí estos hechos son la mejor muestra del carácter dinámico y vital de la palabra.
A donde quiero llegar es a que nuestro compromiso personal con la vida puede y debe apoyarse, como lo fue en el caso de don Fidel Cano, en el conocimiento, respeto y buen uso de la palabra.
La tecnología que tenemos a nuestro alcance nos ayuda a comunicarnos pero no puede sustituir la ética y la estética que le apliquemos a la palabra.
De todas las cosas que don Fidel Cano nos legó, recojamos hoy ésta. Mantengamos la belleza y la fuerza de la palabra como un instrumento permanente de la vida, y usémosla con ética y con estética, con la conciencia de que una palabra dura, mala o negativa -que Borges me perdone porque en este caso no encontré el adjetivo único y preciso- solamente podrá usarse cuando sea indispensable, y ello sólo con responsabilidad y prudencia, y que toda palabra buena debe utilizarse con frecuencia, sin temor al exceso, con generosidad y con alegría, porque en ella va la Vida, así, con mayúscula

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En la sección "Hay energía irreductible" el autor menciona diversos medios de comunicación y aparece "el Internet".
Hace más de un año soy miembro del Colsulforo y don Gabriel nos enseña que es la internet, porque es una red y porque al igual que los otros medios de comunicación se escribe con minúscula.

Los Gavirias de Sopetrán dijo...

Tienes razón, estimado Ragamel, en los artículos de los colaboradores están apareciendo algunas inconsitencias con lo enseñado por don Sòfocles, don Abel y don Gabriel en las diferentes columnas. Esto debido a que el corrector del blog, que es el mismo editor, no se ha posesionado en sus funciones y el editor ha tenido que poner los artículos en pantalla sin que el corrector las lea. El digitador, que es el mismo editor y corrector, ha cometido también algunos errores sobre todo en que se le van las tildes de izquierda a derecha y por falta del corrector también han salido.
Todo eso, estimado Ragamel, será corregido lo más pronto posible. Te agradezco porque me das piè para echar mi rollo sobre la minúscla de internet. Pròximamente lo pondrè en Vista de lince.