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viernes, 7 de mayo de 2010

Mundo moderno
Vanidad vs. maternidad
¿Han oído esa canción “Despeinada ja, ja; ja ja; ja ja…”? Bueno, pues yo podría posar para la carátula del disco. Mi pelo, que usualmente tiene un corte discernible y luce bien peinado, con secador y productos acordes –gel, para esculpir; espuma, para volumen; cera, para textura- está ahora con el look tipo nies: ni es largo, ni es corto. Además, hace rato que no me hago ni rayitos, ni enjuagues, ni mascarillas capilares (con mi receta patentada de aguacate, ron, sábila, huevo y extracto de vainilla que mis hermanas y yo nos echamos durante todas las vacaciones). No nos metamos mentiras, desde que nació Matías ni siquiera me peino.
Pero mi pelo no es el único que ha sufrido. He sido vanidosa desde niña y lo confieso sin pena pero desde cuando fui mamá, lo más cerca que he llegado a hacerme una mascarilla es cuando Matías me escupe el tetero encima. Mi piel, que ha sido siempre fuente de orgullo para mí pues la cuido con rituales de aseo y mimos y masajes frecuentes, está medio olvidada. ¡Yo! Que invertía sumas importantes de mi quincena en comprarme cuanto menjurje (mi Word cree que esta palabra se escribe menjunje, pero ustedes y yo sabemos que no es así) vendían para la cara, el cuello, el pecho, los codos, el contorno de los ojos… bueno, ya tienen la idea.
Mis manos, acostumbradas al manicure semanal, lucen ahora uñas de soldado porque cuando uno tiene un hijo que asume como un reto cada pañal limpio, no puede tener uñas largas. Mis cutículas parecen estar preparando un golpe de estado y tengo tantos uñeros que parece como si mis uñas se estuvieran reproduciendo por división mitótica. Mis pies, que alguna vez fueron de princesa sin callos ni resequedades, que me los admiraban en playas y piscinas y me permitían usar chanclas de dedo con ostentosa frecuencia, ahora parecen garras. En serio, en caso de peligro podría escalar una palmera.
Y ni qué hablar del perfume. Me encantaba oler rico. Mi esposo me regalaba perfumes de Navidad y de cumpleaños y tenía lleno de frasquitos el baño… Ahora, huelo a queso y donde alguna vez hubo Chanel y Dior hay crema para la pañalitis y un dispositivo chupamocos para bebés.
Ya ni siquiera me queda tiempo para los cuidados básicos como lavarme los dientes. Claro, me los lavo, pero no después de cada comida como antes, sino por allá a las cuatro de la tarde o a las 12 de la noche o algo así, y la seda dental es un lujo. Además tengo los ojos rojos, los labios resecos (y bigotudos, pero no digan nada), las cejas como gusanos que acaban de recibir terapia de electrochoque, las piernas como si estuvieran cubiertas por alambres de púas, las canas alborotadas, los poros abiertos…
Definitivamente, he concluido que la vanidad y la maternidad son incompatibles y que una de las dos termina acabando con la otra. En mi caso, la vanidad perdió y sinceramente, no podía estar más desarregladamente feliz
Aclaración del corrector
Tanto el Word de Angelita como el mío están desinformados acerca de la palabra menjurje, claro que la Real Academia Española prefiere la palabra mejunje, después de pasar por menjunje, pero la de Angelita también está aceptada con el mismo significado para su tranquilidad de conciencia. Para conocer sus significados, favor cliquear las palabras correspondientes.
Abel Méndez
Advertencia del editor
Ninguna de las dos fotos arriba mostradas corresponde a la autora, son sólo para ilustrar el texto, sin embargo cualquier parecido a lo que el texto le aporta a la imaginación es coincidencia.
Abel Méndez
Cortesía del propietario del blog
Para los que nunca hayan escuchado el twist Despeinada, ahí lo busque en Youtube. Fue uno de los deleites de los actuales sexagenarios en nuestros bailes de la famosa e inigualable década del 60, de algunos septuagenarios que no se habían dado cuenta de que ya estaban muy viejos para esos bailes y de algunos quincuagenarios precoces que se nos colaban en a estorbar.
Abel Méndez

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