Peripecias de una celebración
El Blog de don Abel cumplió 0,5 años el pasado 24 de diciembre, para celebrarlo nos habíamos preparado Jorge A. Cardona, del grupo Consulforo y lector del blog, y yo. Hicimos una invitación a los miembros de Consulforo y la habíamos repetido a los lectores del blog. La invitación estaba abierta a las personas que llegaran. El costo de la misma lo iríamos a repartir entre los asistentes.
Por mi parte le había compartido la invitación a mi paisano y compañero de luchas políticas Javier de Jesús Brand Rivera, quien entusiasmado me dijo que asistiría.
De Consulforo también tenía interés en asistir Carlos Augusto Cadavid, pero un asunto familiar le hizo desistir de la reunión.
Yo había extendido otra invitación personal a otro lector y tampoco me fue atendida aunque esperé hasta lo último para convencerme de que no vendría.
El mismo día de la reunión Jorge A. se disculpó desde el lecho de enfermo pues una gripa fortísima lo agobiaba desde días antes.
Por último, tenía yo una especie de corazonada de que de pronto recibiríamos alguna visita de alguien de fuera de Medellín, pues probable alguno de los miembros de Consulforo o algún lector foráneo se encontrara dentro del grueso paquete de turistas que en la época navideña visitan a Medellín.
La cantidad probable en esas circunstancias era de seis personas como un mínimo. El sitio de reunión, el área de comidas del Centro Comercial Oviedo de Medellín en las cercanías de Pollos Pinky. La hora, 6:00 p. m. El día, lunes 29 de diciembre.
Sin embargo, por las razones anotadas —las deserciones involuntarias—, y por razones desconocidas —las voluntarias—, sólo llegamos al sitió mi paisano Javier y yo.
Dos son reunión y dos son quórum. El pollo, delicioso como es el pollo Pinky, y eso que no estamos cobrando pauta.
Lo más importante de haber hecho quórum, fue la institucionalización la tertulia mensual del blog de don Abel y Consulforo. Quedó establecida para el lunes siguiente al 23 de cada mes. Algunas entonces coincidirán con el día 24 que es el oficial de conmemoración.
Baste decir que hasta que terminamos de comer el sabroso pollo todo había resultado bien. Hasta me pasaron una boletica para que raspara porque había un premio y gané un vaso grande como el que yo necesitaba para tener en la casa y tomar agua. Me dieron el vaso.
Terminamos, aprobamos la creación de la Tertulia, pagamos, recogí mi vaso y salimos no sin antes ir a desaguar con la consiguiente lavada de manos y secada en secador automático para lo cual hay que tener las manos libres.
A cada uno de nosotros nos servía irnos en metro por lo que llegaríamos a la estación más cercana, La Aguacatala. Para lo cual caminaríamos hacia el Sur por la avenida El Poblado hasta encontrar la avenida que nos llevaría hasta el intercambio vial del mismo nombre de la estación caminando hacia el occidente, allí encontraríamos la estación. Sólo tendríamos que caminar unos 350 metros a lo sumo.
Pero no contábamos con la construcción de otro intercambio vial que había interrumpido el paso a vehículos y a peatones y a la que le hace fondo la monumental construcción del Centro Comercial Santa Fe (¿Se agotarían los nombres en inglés para centros comerciales, moles, autletes y similares y comenzarían, entonces, los nombres de equipos de fútbol?). Extasiados estábamos mirando esa grandiosa construcción de cuadra y media en el mismo sitio donde nos comimos alguna vez los mejores típicos paisas que existieron e la ciudad, cuando Javier me detuvo antes de que yo bajara un escalón de tres metros de alto que era la vía interrumpida por donde habríamos conseguido rápidamente la estación. Nos desviamos por entre unas talanqueras que nos hacían ver como ganado en embarque. Cuando terminamos las talanqueras que tenían dirección al occidente estábamos lo suficiente mente lejos para devolvernos por la calzada semidestruida y retomar la dirección que llevábamos.
Conservábamos en mente la dirección suroccidenntal que debíamos tomar para llegar a la estación, pero no advertimos que la calle nos fue cambiando de dirección de forma casi imperceptible, de tal manera que cuando creíamos estar en dirección Sur, lo estábamos haciendo en dirección Norte por una vía solitaria en la que nos precedían dos jóvenes que disimuladamente miraban hacia atrás.
Preguntamos a dos policías que cuidaban la entrada de una unidad residencial y nos dijeron que a cualquiera de las dos estaciones, La Aguacatala o El poblado, llegaríamos mejor en taxi, sin embargo, si nuestra intención era seguir caminando nos indicaron dónde voltear a la izquierda y encontrar la Clínica Las Vegas, donde, por fin, estaríamos más cerca de la Estación El Poblado que de La Aguacatala, que nos habíamos propuesto.
Pude observar que los jóvenes habían tenido la paciencia de esperar a que termináramos la conversación con los agentes de la Ley y reanudaron su paso delante de nosotros cuando nosotros hicimos lo propio.
–Javier, hasta qué horas trabajan los atracadores en este sector.
–No digas eso, Gabriel, no traigas las malas experiencias.
Los jóvenes seguían delante de nosotros, hasta que llagaron a un punto donde voltearon sus cuerpos quedando de frente a nosotros. A su derecha tenían la cerca de dos metros de alto, a su izquierda un árbol frondoso. Habría sido un suicidio intentar pasar entre ellos, la cerca y el árbol.
Javier y yo ganamos la calzada disimulada, pero decididamente, Uno de ellos intentó seguirnos, pero el otro le hizo una seña de que nos dejara. Afortunadamente para nosotros el flujo vehicular era suficiente para que su acción fuera advertida por otras personas. Pero una cosa es la advertencia y otra, la solidaridad.
Ese punto era el señalado para voltear y buscar la Clínica Las Vejas (si lo lográbamos, y lo logramos). De allí a la estación El Poblado no ocurrió nada que nos hiciera cambiar de tema de lo que nos pudo haber pasado.
En total caminamos 1.500 metros más de lo que nos habíamos propuesto.
Al entrar a la estación nos despedimos pues íbamos en direcciones contrarias.
—Oye, Javier, yo qué hice mi vaso.
—¿Dónde lo dejaste?
—En el secador hay que tener las manos libres para que queden secas.
La próxima, el lunes 26 de enero en el mismo sitio y hora, por ahora.
El Blog de don Abel cumplió 0,5 años el pasado 24 de diciembre, para celebrarlo nos habíamos preparado Jorge A. Cardona, del grupo Consulforo y lector del blog, y yo. Hicimos una invitación a los miembros de Consulforo y la habíamos repetido a los lectores del blog. La invitación estaba abierta a las personas que llegaran. El costo de la misma lo iríamos a repartir entre los asistentes.
Por mi parte le había compartido la invitación a mi paisano y compañero de luchas políticas Javier de Jesús Brand Rivera, quien entusiasmado me dijo que asistiría.
De Consulforo también tenía interés en asistir Carlos Augusto Cadavid, pero un asunto familiar le hizo desistir de la reunión.
Yo había extendido otra invitación personal a otro lector y tampoco me fue atendida aunque esperé hasta lo último para convencerme de que no vendría.
El mismo día de la reunión Jorge A. se disculpó desde el lecho de enfermo pues una gripa fortísima lo agobiaba desde días antes.
Por último, tenía yo una especie de corazonada de que de pronto recibiríamos alguna visita de alguien de fuera de Medellín, pues probable alguno de los miembros de Consulforo o algún lector foráneo se encontrara dentro del grueso paquete de turistas que en la época navideña visitan a Medellín.
La cantidad probable en esas circunstancias era de seis personas como un mínimo. El sitio de reunión, el área de comidas del Centro Comercial Oviedo de Medellín en las cercanías de Pollos Pinky. La hora, 6:00 p. m. El día, lunes 29 de diciembre.
Sin embargo, por las razones anotadas —las deserciones involuntarias—, y por razones desconocidas —las voluntarias—, sólo llegamos al sitió mi paisano Javier y yo.
Dos son reunión y dos son quórum. El pollo, delicioso como es el pollo Pinky, y eso que no estamos cobrando pauta.
Lo más importante de haber hecho quórum, fue la institucionalización la tertulia mensual del blog de don Abel y Consulforo. Quedó establecida para el lunes siguiente al 23 de cada mes. Algunas entonces coincidirán con el día 24 que es el oficial de conmemoración.
Baste decir que hasta que terminamos de comer el sabroso pollo todo había resultado bien. Hasta me pasaron una boletica para que raspara porque había un premio y gané un vaso grande como el que yo necesitaba para tener en la casa y tomar agua. Me dieron el vaso.
Terminamos, aprobamos la creación de la Tertulia, pagamos, recogí mi vaso y salimos no sin antes ir a desaguar con la consiguiente lavada de manos y secada en secador automático para lo cual hay que tener las manos libres.
A cada uno de nosotros nos servía irnos en metro por lo que llegaríamos a la estación más cercana, La Aguacatala. Para lo cual caminaríamos hacia el Sur por la avenida El Poblado hasta encontrar la avenida que nos llevaría hasta el intercambio vial del mismo nombre de la estación caminando hacia el occidente, allí encontraríamos la estación. Sólo tendríamos que caminar unos 350 metros a lo sumo.
Pero no contábamos con la construcción de otro intercambio vial que había interrumpido el paso a vehículos y a peatones y a la que le hace fondo la monumental construcción del Centro Comercial Santa Fe (¿Se agotarían los nombres en inglés para centros comerciales, moles, autletes y similares y comenzarían, entonces, los nombres de equipos de fútbol?). Extasiados estábamos mirando esa grandiosa construcción de cuadra y media en el mismo sitio donde nos comimos alguna vez los mejores típicos paisas que existieron e la ciudad, cuando Javier me detuvo antes de que yo bajara un escalón de tres metros de alto que era la vía interrumpida por donde habríamos conseguido rápidamente la estación. Nos desviamos por entre unas talanqueras que nos hacían ver como ganado en embarque. Cuando terminamos las talanqueras que tenían dirección al occidente estábamos lo suficiente mente lejos para devolvernos por la calzada semidestruida y retomar la dirección que llevábamos.
Conservábamos en mente la dirección suroccidenntal que debíamos tomar para llegar a la estación, pero no advertimos que la calle nos fue cambiando de dirección de forma casi imperceptible, de tal manera que cuando creíamos estar en dirección Sur, lo estábamos haciendo en dirección Norte por una vía solitaria en la que nos precedían dos jóvenes que disimuladamente miraban hacia atrás.
Preguntamos a dos policías que cuidaban la entrada de una unidad residencial y nos dijeron que a cualquiera de las dos estaciones, La Aguacatala o El poblado, llegaríamos mejor en taxi, sin embargo, si nuestra intención era seguir caminando nos indicaron dónde voltear a la izquierda y encontrar la Clínica Las Vegas, donde, por fin, estaríamos más cerca de la Estación El Poblado que de La Aguacatala, que nos habíamos propuesto.
Pude observar que los jóvenes habían tenido la paciencia de esperar a que termináramos la conversación con los agentes de la Ley y reanudaron su paso delante de nosotros cuando nosotros hicimos lo propio.
–Javier, hasta qué horas trabajan los atracadores en este sector.
–No digas eso, Gabriel, no traigas las malas experiencias.
Los jóvenes seguían delante de nosotros, hasta que llagaron a un punto donde voltearon sus cuerpos quedando de frente a nosotros. A su derecha tenían la cerca de dos metros de alto, a su izquierda un árbol frondoso. Habría sido un suicidio intentar pasar entre ellos, la cerca y el árbol.
Javier y yo ganamos la calzada disimulada, pero decididamente, Uno de ellos intentó seguirnos, pero el otro le hizo una seña de que nos dejara. Afortunadamente para nosotros el flujo vehicular era suficiente para que su acción fuera advertida por otras personas. Pero una cosa es la advertencia y otra, la solidaridad.
Ese punto era el señalado para voltear y buscar la Clínica Las Vejas (si lo lográbamos, y lo logramos). De allí a la estación El Poblado no ocurrió nada que nos hiciera cambiar de tema de lo que nos pudo haber pasado.
En total caminamos 1.500 metros más de lo que nos habíamos propuesto.
Al entrar a la estación nos despedimos pues íbamos en direcciones contrarias.
—Oye, Javier, yo qué hice mi vaso.
—¿Dónde lo dejaste?
—En el secador hay que tener las manos libres para que queden secas.
La próxima, el lunes 26 de enero en el mismo sitio y hora, por ahora.
3 comentarios:
¡Ay, Gabriel! Qué lástima la botada del vaso, pero deliciosa de leer la crónica de la casi frustrada celebración del 0.5 cumpleaños del blog. De haber sido invitada hasta hubiera ido, ¡con lo que me gusta el pollo!
¡Un abrazo!
Ya sabes, Elbacé, que estás invitada para la próxima celebración que será el 26, me encargaré de recordártelo.
Gracias por tus interesantes correos, aprendo mucho de ellos.
En este pais que tiene cosas buenas y malas, han quitado de los servicios publicos muchos secadores de manos de viento, el servicio de estos parecia my eficaz y ahorraba papel pero, descubrieron que ayuda a la contaminacion de la bacteria por estar encerrado en los inodoros, asi que la respiras deliciosamente mientras tus manos se secan. Lleva siempre tus papelitos de papel en el bolsillo, no tengo el palito sobre la n y los codigos no funcionan en Yahooo, grito que dicen los del sur, yajuuuuu.
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